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Día de la Tierra 2020: ¿qué se necesitará para tapar el tubo de escape del mundo?

Young man on a bicycle waiting at a road junction in Kampala, Uganda. Photo: Sarah Farhat/World Bank
Joven en bicicleta esperando en un cruce de carreteras en Kampala, Uganda. Foto: Sarah Farhat / Banco Mundial

El transporte es fundamental para encarar los problemas mundiales, desde responder a la COVID-19 (coronavirus) hasta promover el crecimiento económico inclusivo. Sin embargo, las considerables emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que genera el sector representan un desafío serio.

Con frecuencia, el impacto del transporte en el calentamiento mundial se considera inextricable o secundario en comparación con el de otros emisores importantes, como la energía. No obstante, más del 15 % de las emisiones mundiales de GEI proviene del sector del transporte frente al 57 % del resto de las fuentes relacionadas con la energía,  y esto empeorará para 2030 a medida que los volúmenes de carga aumenten en un 70 % y la flota actual de 1200 millones de automóviles se duplique a nivel mundial.

Para descarbonizar el transporte y aumentar su resiliencia se requiere una perspectiva a largo plazo, pero la COVID-19 ha conllevado desafíos inmediatos. De hecho, la pandemia trajo como resultado una marcada reducción de las emisiones, debido a las peores razones posibles: las economías se estancaron, las personas se enfermaron y los pobres enfrentaron la escasez de alimentos y medicamentos. Es probable que las emisiones vuelvan a aumentar después de la recesión prevista,  reflejando lo que sucedió después de la crisis financiera de 2008, cuando las emisiones mundiales de CO2 subieron un 5,9 % en 2010, y contrarrestando totalmente la disminución del 1,4 % de 2009. La constante baja del precio del petróleo podría ampliar aún más este aumento y desviar la atención de las inversiones ecológicas más costosas.

Hay muchas vías tecnológicas y normativas para avanzar en la agenda del transporte ecológico. Por ejemplo, un transporte público más eficiente y universal es una parte importante de la solución. Cualquier medio en el futuro debe asegurar que la descarbonización no se produzca en los países en desarrollo a expensas de las personas que más dependen de una movilidad segura, accesible, eficiente y sostenible.

El problema de las emisiones del transporte no tiene un modo específico: la mayoría de las emisiones provienen del transporte vial, como camiones y automóviles, pero el transporte marítimo y aéreo representan respectivamente el 11 % y el 10 % de las emisiones totales del sector.  Adoptar un enfoque a nivel de todo el sistema que se base en datos es esencial para cambiar el perfil climático del sector. Para hacerlo, debemos pasar del enfoque tradicional en las inversiones a abordar los desafíos normativos, regulatorios e institucionales que dan forma a la demanda de transporte a largo plazo en diferentes áreas, especialmente en el transporte público. Otra medida que ayudaría también a establecer modelos de negocios nuevos y sostenibles es atraer financiamiento e innovación del sector privado.

Se pueden obtener avances rápidos con mejores regulaciones de las exportaciones de vehículos usados a los países en desarrollo.  Debido al elevado promedio de antigüedad de dichos vehículos, los equipos obsoletos o desgastados y la falta de capacidad de inspección en los países receptores, estas importaciones terminan contribuyendo en gran medida a las muertes viales, las emisiones de GEI y otros contaminantes, especialmente en África.

Los países desarrollados y en desarrollo podrían comprometerse, por un lado, a no exportar vehículos que no cumplan con las normas nacionales en materia de clima y seguridad y, por otro, a prohibir las importaciones de vehículos que no las respeten. En general, reducir la antigüedad de las flotas y usar las tecnologías de ahorro de combustible existentes podrían ayudar a disminuir el consumo promedio de combustible de los vehículos en un 50 %, con impactos importantes en las emisiones y la contaminación a nivel de la calle.

Otra área prometedora es la movilidad eléctrica, especialmente para reemplazar el diésel y la gasolina en los sistemas de transporte público.  Los objetivos establecidos por los Gobiernos de todo el mundo en este ámbito ascienden a más de 30 millones de vehículos eléctricos para 2025, a partir de una base actual de unos 2 millones. Si bien se necesita una mayor investigación para confirmar la sostenibilidad climática y los aspectos económicos de toda la cadena de suministro de la movilidad eléctrica, la transición en curso ya está aumentando la presión en favor de la generación de energía limpia para alimentar las flotas de vehículos.

Las instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial deben dar el ejemplo haciendo posible que los países inviertan en transporte masivo de bajas emisiones de carbono y modos de transporte no motorizados, como caminar y andar en bicicleta, para los que se necesita una infraestructura adecuada. En Bangalore, el Banco apoyó los primeros sistemas de transporte público inteligente y el uso compartido de bicicletas públicas de India, y en Bogotá, Lima y Quito, la apertura de nuevas líneas de metro ayudará a sacar a miles de automóviles de las calles.

Mientras celebramos el Día de la Tierra 2020 y nos preparamos para reconstruir los sectores del transporte en los países de todo el mundo después de la pandemia de COVID-19, la descarbonización debería ser una medida prioritaria.  Existen las herramientas para avanzar hacia un transporte más limpio que también impulse un crecimiento económico ecológico, empleos, oportunidades para los pobres y mejores servicios de infraestructura para todos.


Autores

Makhtar Diop

Director gerente y vicepresidente ejecutivo de la Corporación Financiera Internacional (IFC)

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