En las últimas dos décadas, muchos países en desarrollo han logrado avances notables en la reducción de la pobreza, la ampliación del acceso a la educación y la atención de salud, y la inversión en infraestructura. Estos logros fueron el resultado de políticas nacionales sólidas y esfuerzos coordinados de la comunidad internacional, con frecuencia financiados a través de endeudamiento responsable.
Pero el camino por recorrer parece más precario. Las vulnerabilidades derivadas de la deuda van en aumento: el 54 % (i) de los países de ingreso bajo ya se encuentran sobreendeudados o presentan un alto riesgo de caer en esa situación, y muchos están gastando más en reembolsar la deuda que en invertir en educación, atención médica e infraestructura en conjunto. El acceso a financiamiento asequible se está reduciendo, y las reiteradas conmociones externas —desde las oscilaciones de los precios de los productos básicos hasta los desastres climáticos— están incrementando los riesgos.
El mundo ha enfrentado desafíos similares en el pasado. A comienzos del milenio, la cooperación mundial generó importantes hitos, como la Iniciativa para los Países Pobres Muy Endeudados (PPME) y la Iniciativa Multilateral para el Alivio de la Deuda, que liberaron a decenas de países de ingreso bajo de cargas insostenibles de deuda. Pero, desde entonces, el panorama del endeudamiento ha registrado cambios fundamentales. Hoy en día, la deuda es más compleja, los acreedores son más diversos, y parte del endeudamiento tiene lugar con mecanismos extrapresupuestarios, a puertas cerradas y al margen del escrutinio de los mecanismos de supervisión tradicionales.
En respuesta, la comunidad internacional ha tomado algunas medidas importantes para abordar esta crisis que se está gestando. El Grupo Banco Mundial (donde trabajo) y el Fondo Monetario Internacional proporcionan a los países que enfrentan presiones de deuda un mayor financiamiento, apoyo técnico y, en algunos casos, operaciones de gestión de pasivos. Cuando la carga del servicio de la deuda de una economía se vuelve insostenible, el Marco Común del G20 ofrece un camino a seguir: un proceso en el que muchos están trabajando para que sea más rápido y predecible, por ejemplo, mediante la creación de consenso en la Mesa Redonda Mundial sobre la Deuda Soberana.
Aunque se han observado avances en el alivio de la deuda, aún queda mucho por hacer. La primera y más poderosa línea de defensa contra las vulnerabilidades de la deuda es mejorar la transparencia. Con demasiada frecuencia, el mundo se entera de cargas de deuda insostenibles cuando las economías ya están en caída libre. Por ejemplo, varios países recuperaron el acceso a los mercados internacionales de capital en los últimos años, solo para que afloraran deudas ocultas (i) que los llevaron a la crisis.
Si no se adoptan acciones urgentes para contener estos riesgos, las futuras crisis de deuda no solamente tendrán su origen en infortunios económicos, sino también en obligaciones no divulgadas, mal interpretadas o escondidas de manera deliberada. Por este motivo, en el informe Radical Debt Transparency (i) (Transparencia radical de la deuda) del Banco Mundial se insta a los prestatarios, los acreedores y la comunidad financiera internacional a pasar de prácticas no transparentes a la divulgación completa y oportuna de la deuda.
Ha habido algunos avances. Desde 2020, la proporción de países de ingreso bajo que publican datos sobre la deuda ha aumentado de menos del 60 % a más del 75 %. Sin embargo, solo el 25 % divulga información sobre la deuda recientemente contraída con datos sobre los préstamos. Y, con demasiada frecuencia, los datos de deuda son parciales, están retrasados y son inconsistentes.
Estas deficiencias en la presentación de informes serán aún más complejas a medida que los préstamos del sector público queden fuera del control del Gobierno central, y más países recurran a mecanismos de financiamiento no convencional y extrapresupuestario, como las colocaciones privadas, los swap de bancos centrales y las transacciones con garantías. La deuda interna también va en aumento, pero muchos países carecen de normas de divulgación de información y mecanismos basados en el mercado para gestionarla de manera responsable.
Como resultado, los pasivos reales no se pueden ver con claridad, lo que oculta los riesgos de endeudamiento y socava la credibilidad de la sostenibilidad de la deuda. Para empeorar las cosas, las reestructuraciones parciales y confidenciales —realizadas en forma privada, con ciertos acreedores— son cada vez más frecuentes, con lo que privan a los mercados de información crucial e impiden soluciones duraderas. Por esta razón necesitamos una acción mundial audaz y coordinada. Los prestatarios, los acreedores oficiales y privados, y las instituciones internacionales deben trabajar juntos para reducir las deficiencias en materia de transparencia.
En nuestro informe se describen medidas que permitirían crear un panorama de deuda más transparente, entre ellas la divulgación completa de las condiciones crediticias; una mayor supervisión nacional de toda la deuda, en particular de los instrumentos garantizados y no basados en el mercado, y herramientas mejoradas para que las instituciones financieras internacionales informen datos de deuda más detallados y detecten información inexacta. También se insta a todos los acreedores a abrir sus libros de préstamos y garantías, participar en procesos conjuntos de conciliación de datos y publicar los términos de las operaciones de reestructuración de deuda una vez finalizados los acuerdos.
Las herramientas tecnológicas pueden ayudar a lograr estos objetivos: una plataforma digital conjunta para prestatarios y acreedores podría fortalecer la rendición de cuentas mediante la estandarización de las prácticas de registro de la deuda, apoyar la presentación de información completa y oportuna, y detectar las discrepancias a tiempo. Pero la tecnología por sí sola no puede garantizar el éxito. Los países también deben reforzar su propia capacidad para evaluar y negociar acuerdos de deuda complejos, de modo que ya no tengan que depender únicamente del asesoramiento de los acreedores o los intermediarios financieros.
Básicamente, la transparencia de la deuda consiste en restablecer la confianza de los inversionistas, haciendo que aumenten las posibilidades de que comprometan el capital necesario para impulsar el crecimiento y generar empleos en los países de ingreso bajo. Si de verdad queremos proteger los avances en el desarrollo —y evitar otra década perdida—, un cambio radical en materia de transparencia de la deuda ya no es una opción. Es nuestra salvaguardia más fuerte contra las turbulencias, y el camino más claro hacia la resiliencia.
Este artículo fue publicado originalmente en Project Syndicate (i).
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