Sierra Leona: El impacto del ébola en la educación

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Con la colaboración de Kali Azzi-Huck, Anusha Ramakrishnan y Yinan Zhang.
Retrato de Selina Dougas, quien perdió a su hermana mayor, Hawa Komo, a causa del ébola. La imagen fue tomada en la escuela primaria Cape Community en Freetown, Sierra Leona, el 22 de junio de 2015. Fotografía: © Dominic Chavez/Banco Mundial.


La crisis del ébola que azotó África occidental en 2014‑15 provocó la muerte de más de 11 000 personas, causó alteraciones económicas y sociales en gran escala y dejó decenas de miles de niños huérfanos. En Sierra Leona, las escuelas cerraron durante ocho meses, por lo que se perdió un año de aprendizaje. Con el cierre de las escuelas y la prohibición de las reuniones públicas, los habitantes del país, que habían vivido años de guerra civil, eran conscientes de las dificultades que conllevaría para los jóvenes la pérdida de oportunidades educativas. El Gobierno, en colaboración con los asociados donantes, puso en marcha diversas iniciativas para mitigar estas pérdidas.

Para comprender mejor las enseñanzas aplicables a la educación que pueden extraerse de la crisis del ébola y de los esfuerzos de recuperación posteriores (i), un equipo del Banco Mundial está realizando una evaluación de las necesidades tras la epidemia. Este estudio aún no ha concluido, pero a continuación exponemos lo que hemos aprendido hasta ahora en grupos de discusión organizados con estudiantes, padres, docentes y miembros de los comités escolares de zonas urbanas y rurales.

 
El programa radial, si bien tenía fallas, preservó un cierto vínculo con el aprendizaje durante la crisis. El Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología encomendó la elaboración de un Programa Educativo Radial de Emergencia, con el apoyo del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), la Alianza Mundial para la Educación (AME) (i) y otros asociados donantes. Con esta iniciativa se ofrecía una programación diaria basada en los contenidos curriculares de las materias básicas del nivel primario y secundario, como matemáticas, inglés y educación cívica. Las clases se transmitían cinco días por semana en segmentos de 30 minutos. Al final de cada sesión, los oyentes podían llamar para hacer preguntas.
 
El consenso surgido de los grupos de discusión de diversos niveles fue que el programa no era un sustituto adecuado de la escuela, pero dado que los Gobiernos y las comunidades lo habían tomado con seriedad, había servido para preservar un cierto nexo con la educación durante la crisis. “Nosotros lo escuchábamos. Mi tía era muy estricta: teníamos que terminar las tareas domésticas para poder escuchar el programa”, recordó un alumno del primer ciclo de la secundaria.
 
No obstante, el acceso a este programa se veía limitado por la escasa cobertura de la señal de radio en las zonas rurales y la falta de aparatos receptores o de baterías, en especial en los hogares más pobres. Unicef distribuyó 25 000 radios en diversas comunidades, lo que ayudó a paliar estas dificultades en muchas zonas. Otro problema radicaba en la superposición del horario del programa radial con el de las actividades agrícolas y otras tareas domésticas. El idioma y los diversos acentos también generaban dificultades para la comprensión, y no todos los alumnos tenían cerca a un adulto que les explicara el contenido del programa.
 
La confianza de los miembros de la comunidad en las medidas sanitarias y de seguridad fue esencial para que los niños volvieran a matricularse en las escuelas. Los establecimientos escolares de Sierra Leona reabrieron en abril de 2015, después de los de Guinea (i) y Liberia (i), pero mucho antes de que el país alcanzara su meta de reducir a cero la cantidad de nuevos casos de ébola. La estrategia del Gobierno de limpiar exhaustivamente las escuelas e implementar estrictas prácticas de higiene fue esencial para dar a los padres la confianza necesaria para que volvieran a enviar a sus hijos a clases.
 
El Gobierno distribuyó termómetros, jabones, “baldes Veronica” (dispositivos para lavarse las manos), cloro y guantes, y capacitó a los docentes en el protocolo que debían seguir ante posibles casos de ébola. A medida que transcurría el tiempo y no se registraban nuevos casos de la enfermedad en ninguna escuela, la estrategia demostraba ser eficaz: los datos iniciales del censo escolar de 2015 señalan que en todo el país había al menos 1,8 millones de alumnos matriculados, una cantidad similar a la de antes de la crisis.
 
 ”No pudimos convencer a todos... pero a medida que pasaban las semanas, más niños volvían a la escuela y la situación comenzó a estabilizarse”, afirmó un director de escuela.
 
La reapertura de las escuelas constituyó una oportunidad para volver a lo básico. “Los niños han olvidado todo lo que aprendieron en la escuela antes del ébola”, se lamentaba un padre en uno de los grupos de discusión. En un esfuerzo por compensar el aprendizaje perdido, el Ministerio de Educación estableció dos años académicos abreviados con un plan de estudios acelerado, centrado en las materias básicas. En vista de los bajos niveles de aprendizaje que mostraba el país antes de la crisis, esto exigía simplificar los contenidos curriculares, para lo cual se contó con la asistencia de un grupo de asociados en el área de educación, dirigidos por el Comité Internacional de Rescate. (i)
 
Si bien será necesario continuar evaluando el programa curricular, las pruebas recogidas en el ámbito internacional (PDF, en inglés) sugieren que reajustar el ritmo de la enseñanza a los niveles reales de aprendizaje de los niños es un modo eficaz de mejorar los resultados en entornos educativos de bajo desempeño.
 
Es necesario seguir trabajando para lograr la recuperación total: esto abarca brindar apoyo psicosocial y atender las necesidades especiales de los sobrevivientes, los huérfanos y las madres y embarazadas adolescentes. Si bien el Ministerio de Educación brindó capacitación psicosocial a los docentes para que pudieran ayudar a los niños traumatizados por la crisis del ébola, los maestros tienen ya mucho de que ocuparse. Un miembro de un comité de administración escolar señaló que los docentes “tienen mucho trabajo con el programa curricular acelerado, por lo que no pueden atender a los niños victimizados”.
 
Los huérfanos que dejó el ébola, los sobrevivientes y aun los niños de los que se sospecha erróneamente que han tenido ébola siguen padeciendo el estigma y el aislamiento. Un niño contó cómo sus amigos lo rechazaron después de haber estado brevemente internado por asma. La crisis también provocó un marcado aumento de los embarazos adolescentes, situación que el Gobierno ha tratado de abordar ofreciendo educación alternativa en centros comunitarios a las jóvenes embarazadas y a las que han sido madres recientemente. Pero estas jóvenes necesitarán apoyo constante y significativo para poder continuar con su educación.
 
Una muchacha que participó en uno de los grupos de discusión puso de manifiesto tanto el estigma al que están sujetas las madres adolescentes como su firme determinación de continuar estudiando: “Nos ridiculizan diciendo que ahora nos tomamos en serio las clases después de andar persiguiendo hombres cuando teníamos la oportunidad de ir a la escuela, pero yo estoy feliz de venir aquí”.
 
Cuando surgió el ébola, Sierra Leona, como muchos países de África al sur del Sahara, mostraba avances en las tasas de matriculación escolar, si bien los niveles de aprendizaje de la mayoría de sus estudiantes seguían siendo bajos. Ahora, en términos generales, la vida ha vuelto a la normalidad. La experiencia de Sierra Leona con el ébola es prueba de la resiliencia de su gente, y las iniciativas de recuperación ofrecen numerosas oportunidades para reconstruir el sector educativo de modo que sea mejor que antes: desde las prácticas sanitarias en la escuela hasta los programas curriculares y la ayuda a los alumnos que más la necesitan.
 
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Lea el artículo sobre las experiencias de los niños que vuelven a la escuela después del brote de ébola.
 
Descargue la ficha de información básica sobre la respuesta del Grupo Banco Mundial a la crisis del ébola (abril de 2016).

Autores

Shawn Powers

Economist, World Bank Education Global Practice