Tan solo tres semanas después de que me nombraran ministro de Educación de Perú, mi equipo y yo recibimos los resultados de la ronda de 2012 del Programa Para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA). Perú ocupaba el último lugar. No era el anteúltimo, no estaba en el 10 % más bajo. Era el último.
La educación, que nunca aparecía en los titulares de los diarios del país, figuraba ahora en la primera plana. Para algunos medios, el hecho de sólo países ricos y algunos países de ingresos medios participaban en las pruebas PISA no era importante; eso era solo una nota al pie. En los periódicos, los alumnos peruanos tenían los peores niveles de aprendizaje del mundo.
En medio de toda esa mala prensa, podríamos haber señalado que casi todos los países de ingreso bajo y muchos de los de ingreso medio, habrían obtenido peores puntajes que Perú si hubieran participado en la evaluación. Podríamos haber acusado a la iniciativa PISA de ser un proyecto de “países ricos”, poco pertinente para la cultura o las prioridades nacionales del Perú. También podríamos haber intentado resaltar el hecho de que el Perú había mejorado sus puntajes (pero habíamos descendido en la clasificación porque el progreso de los otros países había sido aún mayor). Aún peor, el Gobierno podría haber tomado la decisión de no volver a participar en PISA, como hicieron India y Bolivia (aunque India volverá a tomar la prueba en 2021).
Por el contrario, como Gobierno reconocimos que los resultados de estas pruebas ponían en evidencia un gigantesco reto de aprendizaje. Que, a pesar de los avances, no habíamos invertido lo suficiente en educación. Que se debía incrementar la eficiencia del gasto educativo. Y que todos debíamos trabajar juntos para mejorar los aprendizajes.
El país emprendió una reforma que tomó como base los avances de gestiones anteriores y aceleró las mejoras en el aprendizaje. Entre otros, comenzó la implementación de la reforma meritocrática de la carrera docente; se establecieron programas de tutoría para apoyar a los maestros; y se incrementó drásticamente el gasto educativo.
La educación pasó a ser un tema del que hablaba todo el mundo, desde taxistas hasta políticos de todos los partidos. Al mostrarnos que el país estaba muy lejos de donde debía estar, la prueba PISA facilitó el consenso social y político necesario para adelantar reformas de gran magnitud que de otro modo habrían sido más difíciles de concretar.
Este tipo de conmoción provocada por las pruebas PISA no es exclusiva del Perú. En 2001, Alemania vivió su propio PISA-shock cuando observó que su sistema educativo no estaba dando los resultados esperados. Al igual que en Perú, los datos sobre el aprendizaje sirvieron de base para formular políticas importantes y abrieron el espacio para el cambio.
La verdad es que tener datos sobre aprendizaje es fundamental para hacer funcionar un sistema tan complejo como el educativo. Estos datos permiten que los países planifiquen mejor, dado que muestran la magnitud y las características de sus desafíos. También permiten que los sistemas internalicen la idea de que, para todos los actores (desde los maestros y directores, hasta el ministro de Educación), el objetivo debe ser que todos y cada uno de los niños aprendan. Los países deben saber cuál es su situación. Y los directores y los maestros deben conocer exactamente cuál es la situación de cada alumno, cada escuela y cada distrito.
Sin embargo, algunos países en desarrollo aún no tienen la capacidad necesaria para evaluar el aprendizaje de sus alumnos. De hecho, durante 2018, cuando elaborábamos la primera versión del Índice de Capital Humano del Banco Mundial, observamos que cerca de un tercio de los países, en particular los más pobres, tienen pocos (o ningún) dato sobre el aprendizaje de sus alumnos. Sin datos, estos países básicamente están “volando a ciegas”.
Aquí es donde entran en escena las evaluaciones de aprendizaje como PISA para el Desarrollo (PISA-D). PISA-D representa un punto de inflexión para la participación de los países de ingreso bajo y medio en los ejercicios de comparación internacional. Es un complemento de la iniciativa PISA (con la que se mide el aprendizaje en cerca de 65 países de ingreso alto y medio) que ayuda a abordar las dificultades que enfrentan los países en desarrollo mediante dos elementos principales:
- Los instrumentos han sido rediseñados para reflejar las condiciones económicas y sociales de los países de ingreso bajo. Al mismo tiempo, la evaluación sigue permitiendo a los países ubicar sus resultados en la escala general de PISA.
- En segundo lugar, PISA-D fue diseñada para mejorar la capacidad técnica de los países que aplican la prueba. Los países participantes reciben apoyo para identificar los aspectos en los que necesitan fortalecer su capacidad (usando la Evaluación de Estudiantes-SABER, una herramienta desarrollada por el Banco Mundial), y para fortalecer sus capacidades internas de evaluación de los aprendizajes de los estudiantes.
PISA-D no es la única herramienta para medir el aprendizaje en países en desarrollo. Hay otros instrumentos internacionales, y es además un campo muy fértil de investigación. Lo más importante de la participación en las pruebas PISA o en otras evaluaciones internacionales es que permiten que, mientras los países desarrollan su propia capacidad para medir rigurosamente el aprendizaje, se puedan observar los avances del país a lo largo del tiempo, informar a todos los actores del sistema educativo acerca de su desempeño, y tomar decisiones informadas sobre políticas para mejorar la calidad de la educación. Lo más importante es recordar a todos los actores del sistema, permanentemente, que el objetivo central es que todos los niños, todos, como mínimo deben lograr las competencias básicas, y a temprana edad. Si eso no pasa, les estamos fallando a millones de niños. Los países deben saber qué tan lejos están de ese objetivo y no pueden darse el lujo de estar volando a ciegas.
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