Acercar lo remoto: El desafío de las escuelas rurales

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“Los maestros rurales no se ven, pero deberíamos ser la vidriera de un país”. La frase forma parte de una entrevista a un maestro rural de la provincia de Salta, Argentina, en un salón prolijo y austero de una escuela rodeada de una belleza natural extraordinaria.

Recordé esas palabras de inmediato cuando me pidieron una entrada sobre experiencias del Proyecto de Mejoramiento de la Educación Rural en Argentina (PROMER) del Ministerio de Educación, en tanto resume la necesidad de que la educación en zonas rurales (y las condiciones de vida de la población que vive en lugares remotos en general) se vuelva realmente visible y sus demandas sean priorizadas, así como la cotidiana realidad de la lejanía, el difícil acceso y  el olvido.

El testimonio de quienes trabajan a diario en los entornos rurales vuelve una y otra vez sobre la idea del aislamiento. Ese aislamiento adquiere distintos formatos: chicos que deben despertarse muy temprano en pleno invierno y caminar a veces hasta una hora para llegar al aula, docentes que pasan muchos días sin poder intercambiar ideas, inquietudes o problemas con otros maestros (¿podría imaginar cualquiera de nosotros su desarrollo profesional sin poder contar con la ayuda de nuestros colegas?), preocupaciones por padres y madres de alumnos que por la naturaleza del trabajo agrícola deben ausentarse largas temporadas y no pueden ocuparse de apoyar a sus niños, caminos que se bloquean por inclemencias climáticas y conexiones a internet y telefónicas que se caen y a veces no son reparadas durante semanas.

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En medio de esas dificultades, inexistentes para las escuelas urbanas, los maestros rurales insisten, en desventaja, con su tarea de formar capital humano, procurando tanto enseñar las tablas de multiplicar o las características de los biomas locales como ocupándose de la enorme cantidad de desafíos y dudas que implica convivir jornadas completas (o semanas enteras) con niños o adolescentes que buscan, igual que sus pares de la ciudad, entender los cambios de sus identidades, de sus cuerpos, y cuáles son sus oportunidades para crecer.

Muchas veces los maestros y profesores rurales son los únicos adultos con los que tienen contacto cotidiano cuando las familias deben estar abocadas a la producción agrícola. Y los padres y madres confían en que la escuela proveerá las respuestas: una vidriera llena de responsabilidad.

Las entrevistas y talleres realizados en el marco del PROMER con personal rural directivo y docente dan cuenta de muchos de los logros que el Ministerio de Educación tuvo a raíz del programa. El acento está puesto en el reconocimiento de los beneficiarios en las mejoras en infraestructura: hay más escuelas, más equipamiento didáctico y más recursos pedagógicos.

Así, uno de los objetivos cruciales para continuar mejorando la educación en la ruralidad es disminuir distancias: acercar lo remoto. Si se han provisto computadoras y redes, es indispensable garantizar que cualquier falla técnica sea resuelta con una urgencia mayor a la que requeriría el medio urbano. Si los maestros no tienen la capacitación adecuada para ayudar a sus alumnos a convertirse en usuarios es urgente proveerla, para que todos ellos compartan una indispensable ventana al mundo.

Hace algunos años, una publicación del Banco Mundial se refirió a los pobladores de las áreas rurales más remotas como “los pobres invisibles”. Las mediciones de la Encuesta Permanente de Hogares se realizan solamente en conglomerados urbanos, lo que nos impide contar con datos actualizados sobre las condiciones de vida de alumnos rurales y de sus familias. Es urgente poder contar con ellos, porque sin diagnósticos, no hay soluciones eficaces posibles. Aumentar nuestro conocimiento estadístico sobre la ruralidad es, también, fortalecer la vidriera y acercar lo remoto.

Por último, es necesario ayudar a los docentes a acercar la comunidad y la escuela. Experiencias de varios países muestran que una escuela con padres y madres activos y atentos a la educación de sus hijos genera más compromiso con la tarea escolar, mejores indicadores de eficiencia y calidad educativa y brinda más oportunidades para las trayectorias educativas y laborales de sus niños.

En la escuela rural, las familias están más lejos, casi siempre en términos de distancias, algunas veces también en términos culturales o de lenguaje. Acercar escuelas y familias es otro de los desafíos que tenemos por delante para que las largas distancias no determinen que los niños y jóvenes rurales tengan menos oportunidades que el resto.
 

Educación rural de calidad en Argentina

Autores

Helena Rovner

Especialista sénior en Educación

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