Igualdad es tal vez una de las palabras más importantes de nuestra idioma y cultura –nos ayuda a construir mejores sociedades y el bienestar de futuras generaciones- , pero en América Latina y muchas partes del mundo, tiene significados desiguales para los hombres y las mujeres.
“Oportunidades para todos”, es la máxima que ha guiado las políticas públicas de la región durante las últimas dos décadas. Pero cuando se habla de igualdad de género, la urgencia de este planteamiento es cuestionado por buena parte de quienes hacen política pública.
El Reporte Mundial de Desarrollo 2012 sobre Igualdad de Género y Desarrollo confirma que la igualdad de género no sólo es central para el desarrollo, sino que es un objetivo de desarrollo en sí mismo.
El informe concluye que el costo de ser una sociedad desigual aumenta en la medida en que la globalización crea un mundo cada vez más integrado. La igualdad de género es, además, una medida económica inteligente.
Ahora bien, todo suena muy simple y claro, pero llegar a estas conclusiones no fue un proceso inmediato o una certeza para todos los que formamos parte del equipo del informe (como lo confirma nuestra co-directora Ana Revenga en su blog). Nos tomo largas discusiones, mucho ‘brainstorming’, acalorados debates y la revisión de abundante evidencia y literatura.
Luego de un año de trabajo tenemos la certeza que una mayor igualdad de género en América Latina y en el mundo, puede, entre otras cosas:
- Incrementar la productividad – corregir la segregación en el empleo, por ejemplo, reduciría la brecha de productividad entre mujeres y hombres entre un 30 y un 50 por ciento.
- Mejorar los resultados en materia de desarrollo para la próxima generación – la educación y las oportunidades económicas de las madres afectan de forma positiva la educación y las oportunidades de sus hijos.
- Hacer que las instituciones sean más representativas.
Si bien América Latina suele aparecer entre los ejemplos de avances en relación a la igualdad de género aún queda mucho por hacer -según descubrieron en una investigación próxima a publicarse mis colegas de la unidad de América Latina y el Caribe. Algunos ejemplos de estos avances: Argentina alcanzó paridad en la educación primaria entre niñas y niños ya a finales del siglo XIX. La reducción de la tasa de fertilidad de 6 hijos a menos de 3 hijos por mujer que tomó a Estados Unidos 100 años se logró en alrededor de 20 años en Colombia. En Brasil la participación de las mujeres en el mercado de trabajo se triplicó entre 1960 y 2010 alcanzando el 60 por ciento. Costa Rica se encuentra entre los once países con mayor proporción de parlamentarias -38 por ciento.
No dormirse en sus laureles
Pero la región no debe, ni puede, dormirse en los laureles de sus logros. Hay desigualdades de género que persisten en todo el mundo, incluso en los países ricos y que requieren ser abordadas. Si nos enfocamos en las cuatro prioridades globales que proponemos en el Reporte Mundial de Desarrollo, América Latina y el Caribe tienen aún tareas pendientes:
- En cuanto al exceso de mortalidad femenina, la combinación de desigualdades entre grupos poblacionales desfavorecidos –desigualdad de género, etnia, distancia, e ingresos-hace que, pese a la eliminación del exceso de mortalidad femenina incluso en países de menores ingresos, aún persistan ciertos ‘bolsones’, como es el caso de las tasas de mortalidad materna en Haití y en zonas rurales de los países andinos.
- Lo mismo puede decirse de la educación, la matrícula de niñas en la escuela primaria y secundaria sigue siendo inferior a la de los niños en los grupos de población más desfavorecidos. En Guatemala, la tasa de analfabetismo de las mujeres indígenas llega al 60 por ciento, 40 puntos por encima de las mujeres no indígenas.
- Si bien las mujeres en la región han aumentado su participación en el mercado de trabajo, enfrentan un acceso desigual a las oportunidades económicas:
a. Cerca de 70 millones de mujeres se han sumado al mercado del trabajo en las últimas décadas en la región, pero es probable que ellas trabajen más en tareas domésticas no remuneradas, o en el sector informal, en ocupaciones y sectores tradicionalmente “femeninos” y de menores ingresos, ocupen parcelas de tierra menos extensas y con cultivos menos rentables que los hombres, o trabajen en empresas más pequeñas de sectores con menos rendimiento.
b. Y aun con mayores niveles de educación, las mujeres ganan menos que los hombres. En México, las mujeres ganan en promedio 20 por ciento menos que los hombres. En Argentina, un 12 por ciento menos. En Brasil, casi un 25 por ciento menos. - Finalmente, y uno de los mayores desafíos para los países de la región, reside en eliminar las diferencias que aún existen en la capacidad de las mujeres para hacer oír su voz y tomar decisiones en el hogar y en la sociedad.
a. Las mujeres —especialmente las más pobres— tienen menos participación en las decisiones y menos control sobre los recursos de sus hogares que los hombres. El 40 por ciento de las mujeres en la región no participan en la decisión de grandes gastos del hogar.
b. Las mujeres continúan siendo víctimas de violencia domestica -en Cusco, casi 2 de cada tres mujeres son víctimas de algún tipo de violencia familiar en el transcurso de su vida; en Sao Paulo este es el caso para 1 de cada cuatro mujeres.
c. Las mujeres intervienen menos que los hombres en la actividad política oficial y su representación en los niveles más altos es insuficiente.
Brechas aún persisten
¿A qué se debe que estas brechas entre mujeres y hombres persistan?
Esa es la pregunta que intentamos responder en nuestro informe. Claramente, el crecimiento económico no es suficiente para generar igualdad de género en todos los frentes; tampoco lo han sido las políticas implementadas hasta ahora en los diferentes países de la región. Entonces, ¿cuáles son las políticas que marcarán una diferencia?
Nuestra invitación es a pensar las brechas de género de manera diferente. Especialmente, enfocándonos en cuáles son los mecanismos subyacentes a tres estructuras claves –los mercados, las instituciones formales (de prestación de servicios públicos), y las normas sociales. Son los mensajes que éstas envían y su interacción los que pueden determinar que la desigualdad se reproduzca al interior de los hogares, y por consecuencia en la sociedad.
Al pensar en políticas públicas, nuevamente América Latina se destaca por su innovación y buenos resultados. Algunos ejemplos: Honduras y sus logros en reducción de la mortalidad materna; los programas de transferencia condicionadas para aumentar la matrícula escolar de las niñas; los programas de cuidado infantil, microcrédito, entrenamiento y colocación laboral que han ayudado a mujeres de Colombia a Perú y Argentina a mejorar su entrada al mercado de trabajo. La amplia cobertura de las leyes en contra de la violencia intrafamiliar y leyes de cuotas parlamentarias han contribuido a crear espacios más seguros en el hogar y representativos socialmente en la región.
Ahora bien, si sabemos diseñar e implementar políticas que funcionan y son ejemplo para el resto del mundo, ¿por qué no hemos terminado con la desigualdad en América Latina y el Caribe? ¿Qué queda por hacer?
Nuestra conclusión es que necesitamos iniciar un nuevo diálogo. Necesitamos compartir y replicar buenas prácticas entre países de la región, revisar las políticas existentes y diseñar nuevas orientadas específicamente a las causas fundamentales de las disparidades de género.
Esto significa tomar acciones decisivas para remover barreras que impidan progresos. Y pensar en políticas multisectoriales que aborden las múltiples limitaciones generadas por el funcionamiento de los mercados y de las instituciones formales e informales.
Solo así podremos lograr que “igualdad” sea realmente una palabra sin igual en nuestra lengua y sociedades.
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