Hoy día realmente no es un buen momento para ser ministro de Economía o Finanzas. El panorama mundial en la actualidad no es muy alentador que digamos: precios de las materias primas que colapsan, escasa demanda en las economías de la OCDE y una pronunciada desaceleración en muchos mercados emergentes, flujos de capital impredecibles que afectan los tipos de cambio y una notable caída en el comercio mundial.
Este es el panorama que rodea a las Reuniones Anuales del FMI y BM que se celebran esta semana en Lima. Este frágil cuadro global abunda en diagnósticos de lo que aqueja a muchos países en desarrollo, pero es escaso en cuanto a soluciones políticas. En Lima, este será uno de los temas clave del debate de alto nivel que tendrá lugar sobre “ Equilibrando el crecimiento sostenible y equidad social: lecciones de América Latina y Asia Oriental”.
Los vínculos entre América Latina y Asia oriental han proliferado en la última década y la correlación entre sus respectivas tasas de crecimiento alcanzó un nivel sin precedentes. Igual de importante, tal vez, sean las lecciones que cada región pueda recoger de la experiencia del otro, tanto en épocas malas como buenas.
Evidentemente, si miramos a Asia oriental, la región del globo de más rápido crecimiento en las últimas décadas, uno se ve maravillado por las amplias inversiones en infraestructura y las estrategias de desarrollo basadas en las exportaciones que impulsaron el crecimiento en países tempranamente industrializados como Corea y Singapur, o países de rápido crecimiento de segunda generación como Malasia y Tailandia, o el más reciente grupo de países de rápido crecimiento como China y Vietnam.
La lección número uno de Asia oriental es una vasta inversión, comandada por el gasto público, en infraestructura que derivó en bajos costos logísticos y un alto nivel de eficiencia.
El contraste con buena parte de América Latina es enorme. La mayoría de las economías latinoamericanas han visto como su gasto público es dominado por el gasto social y en parte en servicio de deuda, pero pocos han dedicado un porcentaje suficiente de su PIB a la infraestructura, con el resultado de que los costos energéticos son relativamente elevados, los costos de transporte excesivos y la eficiencia portuaria escasa.
Estos resultados son menos visibles cuando los precios de las materias primas son elevados; sin embargo, dado que éstos han disminuido significativamente, estas ineficacias son ahora más visibles. Si miramos a Brasil, la mayor economía regional, uno puede ver que el gasto público en infraestructura en promedio es menor al 2 por ciento del PIB, una proporción completamente inadecuada para esa economía y de un nivel tan bajo que la participación del sector privado se ve desalentada. La evidencia muestra que las economías que no invierten en infraestructura tienen pocas posibilidades de mantener su competitividad internacional, una de las lecciones principales de las economías exportadoras de Asia oriental.
La segunda lección que Asia oriental nos brinda tiene que ver con la importancia de aumentar la productividad. Esta última es imprescindible para los grandes avances económicos. Ya sea motorizada por la inversión de capital, una fuerza de trabajo capacitada o las innovaciones tecnológicas, ninguna economía puede crecer rápidamente sin un fuerte desempeño en términos de productividad total de los factores. América Latina viene rezagada en este sentido. A pesar de haber avanzado en matriculación primaria, hay dudas respecto a la calidad y absorción de conocimientos, así como a su limitada innovación en comparación de Asia oriental.
Asia posee empresas más grandes, está mejor conectada a los mercados mundiales y por lo tanto se enfrenta a mercados más discutibles. Las empresas deben tener un alcance mundial y niveles globales de eficiencia para competir. Hay menos empresas latinoamericanas que se encuadren en esta categoría. La experiencia de Hyundai y Samsung en Corea no ha sido reproducida, y a pesar de los esfuerzos de algunos países latinoamericanos por crear empresas de nivel mundial mediante créditos subsidiados, los resultados no han sido auspiciosos. En su lugar, muchos países aplican restricciones implícitas a las importaciones que impiden la competencia y someten a los consumidores domésticos a mayores costos y a productos y servicios de menor calidad.
Del lado del Pacífico, América Latina puede brindar algunas lecciones de importancia para las economías asiáticas. Un número de economías latinoamericanas han mejorado en términos de distribución del ingreso y varios millones de personas han ingreso a las filas de la clase media. Algunos de estos logros se deben a avances en el empleo y el ingreso, respaldados por algunos programas de transferencia efectivos. Por lo tanto, la primera lección es no ignorar la desigualdad en el ingreso y las preocupaciones sociales.
Asia oriental lidera el planeta en términos de empleo en el sector manufacturero; sin embargo, en varias medidas de bienestar esa región se encuentra rezagada. Aprender de América Latina puede ayudar a sacar a las personas de la pobreza, logrando que formen parte de la nueva clase media baja, pero esto requiere de un redireccionamiento de la inversión hacia viviendas básicas y bienes de consumo duraderos. De cara al reducido volumen comercial de los últimos tiempos, un cambio en la demanda agregada hacia fuentes domésticas puede llegar a ser inevitable y hasta una buena política para Asia.
Por último, muchos países de América Latina muestran resultados excelentes en términos de democracia y responsabilidad política. Si bien las presiones políticas pueden incrementar la demanda inmediata de consumo a expensas de la inversión, la transparencia de la política pública es una meta en la mayor parte de los países. Especialmente en una situación de menores flujos de capital hacia mercados emergentes, distinguirse en términos de gobernanza es decididamente una ventaja y un preludio de una mejor normativa y estado de derecho . Una última lección es que el crecimiento sin rendición de cuentas y soluciones políticas no es sostenible.
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