El reconocimiento de que la economía mundial recorrerá caminos en los que el carbono integra la ecuación de valor contribuyó al acercamiento entre la agroindustria brasileña y el sector forestal en la inédita “Coalición Brasil: Clima, Bosques y Agricultura”. Se trata de una iniciativa creada en diciembre de 2014 en la que participan más de 120 asociaciones sectoriales, empresas, organizaciones de la sociedad civil e individuos interesados en contribuir al avance y a la sinergia de las agendas de protección, conservación y uso sostenible de los bosques, y de agricultura sostenible, así como la mitigación del cambio climático, y la adaptación a dicho fenómeno, en Brasil y en el resto del mundo.
¿Cómo se explica ese movimiento y el interés empresarial en los bosques? Probablemente se trata de un conjunto de factores. Brasil es un país forestal. Más del 50 % de su territorio está cubierto por bosques vírgenes en la Amazonia, en el Cerrado y en la Mata Atlántica. Es uno de los países con mayor biodiversidad y capital hídrico del planeta. Cuenta también con un vasto territorio, suelos fértiles, buena distribución de lluvias y luz solar. Es decir, tiene un gran capital natural. Además de esta condición estructural, desarrolló tecnologías de silvicultura que lo ayudaron a ocupar un lugar estratégico en lo que respecta a la plantación forestal para la producción de fibras y, más recientemente, de bioenergía. Por lo tanto, cuenta con un buen capital intelectual en el sector forestal.
Debido a complejos antecedentes de ocupación territorial y conversión de bosques vírgenes en áreas dedicadas a la producción de materias primas, avanzó considerablemente en la adopción de medidas de dirección y control de la deforestación, gracias al uso de tecnologías de punta para el monitoreo aeroespacial de su territorio. Observamos, entonces, dos componentes principales: el capital natural en sí y el capital intelectual necesario para manejarlo.
Por otra parte, se aprecia otra característica importante en la esfera ambiental brasileña: la fuerte presencia de la sociedad civil. Con un notable protagonismo, esta obtuvo resultados significativos en el área de la conservación y el reconocimiento de las comunidades originarias y de propiedades antiguas. Se trata, sin dudas, de un capital social sumamente valioso que, lejos de contentarse con los logros obtenidos, continúa en pie de guerra y no se conforma con la inaceptable realidad de cómo gestionamos nuestro capital natural.
Por otra parte, el país ha recorrido con éxito el camino hacia el desarrollo de una de las más pujantes agroindustrias del mundo y hoy lidera la producción de granos, bioenergía y proteína animal. La ocupación del suelo y su uso con fines económicos han pasado a ser tema de un amplio debate. Durante las últimas décadas, la sociedad civil se enfrentó cara a cara con la agroindustria. Ello dio origen al Código Forestal, probablemente una de las normativas más avanzadas en materia de reglamentación del uso de los recursos naturales del planeta.
En él se define, entre otras cosas, el papel que desempeñan las áreas de conservación permanente, los bosques productivos y las áreas de uso alternativo. Elementos como la georreferenciación permiten implementar una nueva forma de gestión del territorio. Así, el capital social se ve fortalecido por el capital institucional. ¿Todo en perfecta armonía? En cierto modo, no: como suele ocurrir en estos casos, todos tuvieron que ceder. Sin embargo, se afianzó la idea de interdependencia y la percepción de que el diálogo abierto aportaría nuevos elementos en este ámbito.
La Conferencia de las Partes de París se refirió claramente a la consolidación de un nuevo ciclo tecnológico. Dos de los pilares de la economía con bajas emisiones de carbono son el uso de la tierra y la importancia de los bosques. Actualmente existe un interesante debate en torno a las macroalternativas para abordar la reducción de las emisiones. Una de las corrientes sostiene que las soluciones provendrán del desarrollo de tecnologías orientadas a la baja emisión de carbono y a su secuestro de la atmósfera. Los llamados “árboles artificiales” son apuestas de los países desarrollados. Del otro lado se encuentran quienes defienden con firmeza el uso de los bosques como un medio más eficiente para extraer y mantener reservas de carbono.
La comunidad empresarial brasileña, con notable presencia en París, sabe perfectamente que Brasil tiene importantes ventajas comparativas en el uso integrado del suelo, y en la producción de alimentos, fibras y energía con bajas emisiones de carbono. La labor de la iniciativa “Coalición Brasil: Clima, Bosques y Agricultura”, con más de 50 representantes en París, es una muestra de que los principales actores del sector forestal y de la agroindustria, incluyendo la ganadería, ya están preparados para subirse a la nueva ola tecnológica. En el caso brasileño, dicha ola se funda en el gran valor de nuestro capital natural y cuenta con una buena base de capital intelectual, tanto en la silvicultura como en la producción de alimentos.
¿Podría decirse, entonces, que está todo listo? De ninguna manera. Entendemos que se han sentado las bases para la economía de baja emisión de carbono, pero, citando a Goethe, “solo sabemos con exactitud cuando sabemos poco; a medida que adquirimos conocimiento, se instala la duda”. El simple hecho de apostar por el camino y reconocer que hay mucho que aprender indica que sabremos encontrar las respuestas, sobre todo si sabemos usar con sabiduría el capital social de la interdependencia (la iniciativa Coalición ofrece un ejemplo), orientándolo a la valorización de nuestro capital natural y utilizándolo de forma equilibrada para la conservación, la producción forestal y de alimentos, la bioenergía y nuevos materiales.
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