Hace años que estudio la interacción entre la demografía y la economía. Confieso que me sumergí en ese mundo con cierto escepticismo, pero sin darme cuenta quedé cautivado al entender que el cambio demográfico podría ser una gran oportunidad para el crecimiento económico de largo plazo de los países de América Latina y el Caribe.
No me canso de repetir que si en los próximos 20 años no aprovechamos la oportunidad que la demografía nos brinda, nos costará mucho más caro. Y, de hecho, no será lo mismo tomar acciones mañana que tomarlas hoy.
La magnitud y la velocidad de estos cambios difieren entre países: Brasil, Chile, Costa Rica, El Salvador, Colombia, Uruguay y la mayoría de los Estados del Caribe, se encuentran en una etapa avanzada de la transición demográfica, con tasas de fecundidad equivalentes a las de reemplazo, en tanto otros países se encuentran en una etapa algo más temprana de la transición.
El envejecimiento poblacional plantea dos desafíos para la política pública. Por un lado, una población más envejecida demanda mayores recursos fiscales para servicios sociales, asociados con el sistema de salud, con el cuidado de largo plazo y con las pensiones . La disminución del tamaño de la población en edad de trabajar puede condicionar el ritmo de crecimiento económico en el largo plazo, en tanto implica una reducción del tamaño de la fuerza laboral.
Según el estudio reciente del Banco Mundial “Cuando tengamos 64 años. Oportunidades y desafíos para las políticas públicas en un contexto de envejecimiento de la población en América Latina”, el cambio en la estructura etaria llevaría a que, en promedio, el gasto social pase del 12,8% del PIB en 2015 al 19% en 2045, con alta heterogeneidad (de un gasto público social esperado equivalente al 38% del PIB en Brasil a apenas el 4,4% en Guatemala).
En la mayoría de los países, el gasto social tendería a aumentar debido principalmente al mayor peso relativo de los adultos mayores y al consiguiente incremento del gasto en pensiones, lo que aumentaría la presión fiscal, incluso a niveles insostenibles para que los gobiernos brinden servicios adecuados.
A este desafío se suma que el tamaño de la fuerza de trabajo disminuiría y por tanto haría más escaso un recurso fundamental para sostener el crecimiento económico.
Las virtudes del bono demográfico
Antes de alcanzar el estado de envejecimiento, los países de la región cuentan con una gran oportunidad: el bono demográfico . Este bono significa un período en el que el porcentaje de personas en edad de trabajar – y con capacidad de ahorro– alcanza sus niveles más altos. Esto está ocurriendo ahora, y representa una gran oportunidad, puesto que favorece el crecimiento económico en el corto plazo.
Por otro lado, un mayor crecimiento hoy, con una población en edad de trabajar y con capacidad de ahorrar en sus niveles máximos permitiría un aumento de la tasa de ahorro nacional que podría financiar una mayor dotación de capital por trabajador y, por ende, permitir un incremento de la productividad de la economía en el largo plazo, condición necesaria para mantener el crecimiento económico aún con una menor fuerza de trabajo.
Hasta el momento, los países latinoamericanos no están aprovechando completamente el bono demográfico, en tanto la tasa de ahorro promedio para la región es tan solo el 15% del PIB , lo que reduce las oportunidades de acumulación de capital y por tanto de aumento de productividad.
No obstante, la productividad podría incrementarse por medio de la inversión en capital humano: mejorar las habilidades y destrezas de la fuerza laboral constituye una fuente importante de crecimiento.
- Generar incentivos que extiendan la edad efectiva de retiro del mercado laboral y un incremento de la participación laboral femenina, no sólo para restar presión financiera al sistema de pensiones, sino también para incrementar el tamaño de la fuerza laboral productiva y el bono demográfico.
- Promover hábitos saludables que mejoren la calidad de vida y reduzcan la morbilidad, para aliviar la presión sobre el sistema sanitario -más aún en el actual contexto de pandemia- y además mejorar el estado de salud de los trabajadores, componente esencial del capital humano.
- Fortalecer el sistema financiero y la estabilidad macroeconómica para ofrecer mayores alternativas de ahorro tanto de los residentes nacionales como de los ahorradores externos. Direccionar el ahorro hacia la inversión lo que permitiría incrementar el stock de capital físico necesario para aumentar la productividad.
- Reformar los sistemas educativos y de formación continua, entendiendo que el ciclo formativo de una persona no finaliza con los estudios formales, sino que es un proceso que acompaña toda la vida. Es imprescindible comenzar a definir estrategias educativas para el desarrollo permanente de las habilidades que requiere un mercado laboral cambiante y condicionado por la penetración cada vez más acelerada de tecnologías de producción basada en la automatización de tareas.
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