En nuestro estudio regional de 2017 señalamos que la educación superior en América Latina y el Caribe (ALC) se encontraba en un momento decisivo. Durante el período de difusión del estudio, las empresas nos hicieron saber que tenían dificultades para encontrar mano de obra calificada y los estudiantes dijeron que tenían problemas para encontrar empleo incluso después de haber finalizado un programa de educación superior. La frustración era palpable y el mensaje fue claro: los sistemas de educación superior de la región necesitaban reformas ambiciosas para responder a las necesidades de los países.
Cinco años después y luego de una pandemia, esto es más cierto que nunca. Aunque se perdieron numerosos puestos de trabajo durante la pandemia, se crearon muchos otros relacionados, por ejemplo, con la automatización, las plataformas electrónicas y el análisis de datos. Una vía rápida para adquirir las habilidades relevantes es fundamental en una región que enfrenta obstáculos para crecer, innovar y consolidar los avances logrados en materia de equidad.
De acuerdo con nuestra nueva investigación, los programas de ciclo corto (PCC) son un tipo de programa de educación superior que pueden poner a la región en esta vía rápida . Los PCC se conocen también como programas técnicos o tecnológicos, duran dos o tres años y se orientan principalmente al mercado laboral. Resultan atractivos para muchos estudiantes, no solo para aquellos que no les interesa o no tienen el tiempo o la preparación académica para programas más largos, sino también para quienes buscan adquirir nuevas competencias incluso después de haber obtenido un título universitario.
Además, los PCC son atractivos para los empleadores. Pese a la gran expansión de la educación superior en ALC en el nuevo milenio, un tercio de los empleadores de la región (la fracción más alta del mundo) tiene dificultades para encontrar trabajadores calificados. En ALC, esta desconexión entre la educación superior y el sector productivo puede deberse a un escaso énfasis en los PCC (que atraen solo el 9 % de los estudiantes de educación superior en comparación con el 24 % a nivel mundial) o en las áreas de la ciencia, la tecnología y la ingeniería (donde se gradúan menos estudiantes en América Latina y el Caribe que en los países comparables). También se puede relacionar con el estigma de los PCC: la percepción de que son programas de segunda clase y un callejón sin salida.
Gran parte de este estigma es injustificado. Aunque los PCC atraen a estudiantes desfavorecidos y no tradicionales, tienen tasas de graduación más altas que los programas universitarios. El empleo formal y los salarios de los graduados de PCC son mayores que los de los graduados de la escuela secundaria, como se esperaba, pero también que los de los desertores de programas universitarios, que representan una abrumadora mitad de todos los estudiantes de educación superior de la región. No todos los PCC son igual de buenos, pero tampoco lo son todos los programas universitarios. En consecuencia, algunos PCC —especialmente en los campos de la ingeniería, la ciencia y la tecnología— tienen mayores retornos que muchos programas universitarios, en particular en las ciencias sociales y las humanidades. Gracias a su estrecha vinculación con la economía local, los PCC responden con rapidez —más que los programas universitarios— a las demandas del mercado laboral local; estos se crean y se actualizan en respuesta a las necesidades de los empleadores locales.
Para obtener información más detallada sobre los PCC de la región, diseñamos y realizamos un sondeo exclusivo: la Encuesta de Programas de Ciclo Corto del Banco Mundial. Más de 2000 directores de programas de cinco países de ALC respondieron preguntas sobre una amplia variedad de temas, entre ellos los estudiantes, los docentes, las prácticas de los programas, la capacitación y el plan de estudios, la infraestructura, la gobernanza institucional, la regulación y los resultados académicos. En promedio, los programas declaran que siguen buenas prácticas. Al mismo tiempo, las prácticas de los programas —y los resultados de los estudiantes— varían considerablemente entre programas, lo que quizá justifica el estigma de los PCC.
Sin embargo, estas variaciones nos permitieron identificar las prácticas específicas de los programas que obtienen buenos resultados académicos, al tener en cuenta las características de los estudiantes. Si bien la mayoría de las instituciones de educación superior de ALC interactúan poco con el sector privado o el mercado laboral, encontramos que los “buenos” programas cultivan sólidas relaciones con el sector privado y ayudan a los estudiantes en la búsqueda de empleo. Contratan docentes con experiencia en el sector privado, ofrecen clases de nivelación durante el programa y enseñan competencias numéricas. En este momento crítico, el objetivo no debería ser una expansión al por mayor del sector de los PCC, sino la creación y reproducción de estos “buenos” programas.
Para establecer un sistema que fomente “buenos” programas de ciclo corto y atraer con éxito a los estudiantes, se requieren medidas de política en cuatro frentes. El primero es la información, pues los estudiantes necesitan datos detallados sobre cada programa de educación superior en el país —universitarios o PCC— relacionados con los resultados del mercado laboral, los costos y los requisitos académicos para elegir con conocimiento de causa. El segundo es el financiamiento: en ALC, los Gobiernos subsidian a los estudiantes universitarios a un ritmo más alto que a los estudiantes de los PCC, proporcionan poca o ninguna ayuda financiera a los de instituciones privadas (aproximadamente la mitad de la matrícula de los PCC de la región) y financian programas y campos, independientemente del desempeño o la importancia estratégica. Es crítico reasignar el financiamiento público entre los programas, los estudiantes y las áreas de estudio. El tercero es la regulación: supervisar y regular los programas, centrándose en los resultados del mercado laboral de los estudiantes y no en los insumos de los programas, y mediante sistemas ágiles que no obstaculicen el dinamismo de los PCC. El cuarto es el aprendizaje permanente: facilitar la adquisición de competencias a través de módulos flexibles y la transición desde los PCC hacia los programas universitarios.
En el transcurso de las actividades de difusión de este estudio, hemos oído repetidamente a las empresas decir que tienen dificultades para encontrar trabajadores con habilidades prácticas y actualizadas porque este tipo de trabajadores —que podrían ser capacitados fácilmente en un PCC— no existen en la gran mayoría de nuestros países. Esta difícil situación es aún peor en las industrias de alta tecnología, mostrando que la región no está preparada para el nuevo mercado laboral. Sin embargo, también hemos visto que muchas instituciones han sido creativas, en estrecha colaboración con los empleadores, y han establecido programas de buena calidad, útiles y pertinentes, y hemos sabido de estudiantes desfavorecidos cuyas vidas se transformaron al tener acceso a dichos programas. En definitiva, es ese tipo de diálogo entre instituciones, empresas y estudiantes —con el telón de fondo de regulaciones modernas, ágiles y basadas en los resultados— que dará lugar a los programas que la región necesita.
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