Reina vive con sus tres hijos y su hermano en una de las decenas de colinas de Tegucigalpa. En su casa el agua llega solo algunos días y hay escasez de muebles. El trabajo esporádico que tiene en escuelas de la capital no le deja mucho dinero después de comprar la comida para sus hijos. Desde su casa se ven algunos de los principales centros comerciales de la ciudad. En ellos abundan restaurantes y tiendas de moda, a los que Reina no puede ir. Son para otra clase social.
Desafortunadamente, esta imagen no es una excepción en Honduras, el país que -según los datos armonizados del Banco Mundial- tiene los niveles de desigualdad económica más altos de Latinoamérica.
Tampoco es una rareza en Centroamérica, donde la desigualdad, además de ser elevada, es altamente persistente. De hecho, a diferencia de América Latina, que empezó la primera década del siglo con niveles más altos de desigualdad y la terminó con niveles más bajos, en Centroamérica se mantuvo constante. O lo que es lo mismo, el cambio neto en el coeficiente de Gini (un concepto estadístico usado para medir la desigualdad económica) fue casi cero.
Como institución dedicada al desarrollo de los países, la lucha contra la desigualdad es una prioridad para el Banco Mundial. Por eso, está implícita en los objetivos de la organización, que son eliminar la pobreza y promover una prosperidad que llegue a todas las personas. Y es que una mayor desigualdad implica que dado un nivel de ingreso, hay un mayor nivel de pobreza.
Algunas cifras extraídas de un informe reciente del Banco Mundial reflejan que en 2003 en países como Ecuador 8 de cada 10 personas del 40% de la población con menores ingresos, vivían en pobreza extrema, pero en 2012 la relación había disminuido significativamente a 3 de cada 10 personas viviendo en esta situación. En cambio, en varios países de Centroamérica, como Guatemala, Nicaragua y Honduras, una gran proporción de este 40% seguía formada por personas en situación de pobreza extrema.
La desigualdad no solo eleva la pobreza, sino que la hace persistente. Los países con mayores niveles de desigualdad necesitan tasas de crecimiento más rápidas para lograr la misma reducción de la pobreza que los países con baja desigualdad. Intuitivamente, se puede esperar poca reducción de la pobreza si el crecimiento del PIB beneficia de forma desigual a los más favorecidos.
Por otro lado, tenemos evidencia empírica suficiente para concluir que los países con mayor desigualdad y pobreza tienden a crecer menos y a tener cifras de crimen más altas. En promedio, un 1% de aumento en el coeficiente de Gini parece aumentar entre un 1% y un 4% las tasas de crimen, de acuerdo al mencionado informe.
En definitiva, la desigualdad afecta de una manera perversa a la pobreza, a la tasa de reducción de la misma, y al crecimiento económico, que es a su vez el principal motor de la reducción de la pobreza.
A nivel social, la desigualdad también tiene consecuencias en varios ámbitos. Dificulta el acceso de los más pobres a una educación de calidad, a los servicios de salud, así como al suministro de agua, saneamiento y electricidad. También afecta el acceso a los mercados laborales y de crédito y la participación en instituciones políticas. Además, limita las esperanzas de las personas a creer que existe un futuro mejor.
El estado mental abatido de los pobres crónicos y sus aspiraciones pueden constituir una barrera importante para su inserción en el proceso de movilidad ascendente, según otro informe reciente del BM. De acuerdo a las cifras presentadas allí, Guatemala, Nicaragua y Honduras, tres de los países con las tasas de pobreza crónica más elevadas de América Latina y el Caribe se encuentran, a su vez, entre los países con los niveles más bajos de expectativas positivas para el futuro, señala el documento.
La buena noticia es que podemos contribuir a reducir la desigualdad a través de un compromiso fuerte en sectores claves como la educación, donde el Banco Mundial tiene una apuesta firme en Centroamérica. El proyecto de mejora de la calidad educativa en El Salvador, el de apoyo a la educación superior en Costa Rica y el destinado a mejorar la estrategia educativa en Nicaragua son algunos ejemplos.
También resultará esencial invertir en infraestructura en las zonas más necesitadas, algo que venimos haciendo en Honduras con el proyecto de infraestructura rural y el de mejoramiento de caminos rurales en Nicaragua, que buscan facilitar el acceso de los habitantes rurales a mercados y servicios sociales y administrativos.
A ello habrá que sumarle inversiones en servicios básicos, en prevención de violencia y en fortalecimiento de la competitividad, entre otros. Con esfuerzos así personas como Reina podrán vivir sin tener que elegir entre poder alimentar a sus hijos o tener los muebles básicos en su casa.
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