En Bolivia, si eres quechua y hombre, tienes 14% menos de posibilidades de terminar secundaria que un varón criollo. Pero si eres quechua y mujer, la cifra se dispara hasta el 28%.
En Brasil, si eres afrodescendiente y estás embarazada, tienes tres veces más posibilidades de morir durante el parto que una madre blanca.
El 20% de la población de Perú vive con menos de 2,50 dólares estadounidenses al día, pero si se mide solo a la población indígena, la cifra llega al 30%.
Los indígenas también son los más afectados por el cambio climático, pues los huracanes y tormentas de Centroamérica y los cambios en los patrones de las lluvias en los Andes, disminuyen la población de peces y reducen el caudal de los ríos.
Muchos integrantes de estos grupos excluidos emigran hacia las ciudades, donde su situación de pobreza y exclusión, lejos de mejorar, empeora.
Estos datos hablan de la exclusión de indígenas y afro descendientes en América Latina, pero reflejan también otra realidad: buena parte de los países latinoamericanos todavía tienen que trabajar mucho en mejorar sus leyes, sus programas y sus instituciones, pero sobre todo en sus actitudes y percepciones hacia las minorías.
Por suerte, hay señales de optimismo. De los 22 países que han ratificado la convención 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre pueblos indígenas y tribales, 15 son de América Latina y el Caribe.
Además, varios países reconocen los derechos de los pueblos indígenas en sus Constituciones y en al menos dos de esos países (Colombia y Surinam) el reconocimiento se extiende también a los afro descendientes.
Más allá de las leyes, en Perú, por ejemplo, han puesto en marcha iniciativas como el programa Aliados, que cofinancia negocios rurales y proyectos comunitarios entre pueblos de la sierra, con el objetivo de apuntalar el desarrollo local. Pero incluso un programa de este tipo puede no ser suficiente para sacar a los indígenas de la pobreza.
Una reciente investigación del Banco Mundial (Inclusion Matters, o La inclusión importa) revela que en materia de inclusión lo tangible es tan importante como lo intangible.
Para erradicar la pobreza y hacer que la prosperidad llegue a todos, necesitamos acciones que cambien la forma en la que las sociedades interactúan consigo mismas, y así promover la inclusión.
La ciudad de Medellín, en Colombia, puede ser un ejemplo interesante de cómo lograr esto. Allí están poniendo en marcha un plan muy ambicioso, con tres ideas como base:
- Nuevos sistemas de transportes y espacios públicos para favorecer la interacción social.
- Más inversión en las poblaciones vulnerables.
- Programas para organizar grupos de acción ciudadana que, a su vez, podrán decidir y monitorear el uso de fondos públicos.
En este sentido, el Banco Mundial ha anunciado dos objetivos: uno es trabajar con los países para acabar con la pobreza extrema de aquí a 2030; y el otro es lograr lo que nosotros llamamos "prosperidad compartida" aumentando los ingresos del 40% más pobre de la población mundial.
La próxima Conferencia Mundial de Naciones Unidas de los Pueblos Indígenas, que se celebrará en 2014, parece una buena ocasión para renovar estos esfuerzos, que tomen en cuenta la necesaria inclusión de los indígenas y afroamericanos en América Latina. Sólo así se logrará que la erradicación de la pobreza y la prosperidad compartida se hagan realidad en nuestra región.
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