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Visitar Asia siempre deja un sabor agridulce. Me asombra y seduce su enorme éxito económico y al mismo tiempo, para ser honesto, da algo de envidia. Me impresiona, sobre todo, la apuesta asiática por la calidad de la educación.
Al respecto, me decía un profesor de la Universidad de Tokio durante una reciente visita a Japón, que una de las grandes diferencias con nuestros países es la atención que se presta a la educación superior pública.
Me contaba este profesor que muchas economías asiáticas no solo han invertido en la creación de universidades públicas, sino que buscan que la educación sea de la más alta calidad –no solo a nivel nacional sino también internacionalmente. El profesor de este relato, en efecto, pone el dedo en la llaga de nuestras diferencias.
En contraste con sus pares internacionales (y asiáticos en particular), la calidad de las universidades de nuestra región sale perdiendo. América Latina no cuenta con ninguna entre las 100 mejores del mundo según el ranking de universidades de ARWU 2012 (Academic Ranking of World Universities).
En realidad, la región tiene apenas 10 entre las top 500, mientras que Asia ya cuenta con 7 universidades entre las 100 mejores y 88 entre las primeras 500.
Ante estas cifras contundentes no debe entonces sorprender el éxito de las economías asiáticas de cara a los retos de una economía global muy competitiva y su incorporación exitosa en las cadenas de valor globales más productivas, especialmente las tecnológicas.
¿Qué está pasando entonces en nuestros países, en especial en Centroamérica? Veamos las buenas noticias primero. En las últimas décadas los países centroamericanos han logrado alcanzar estabilidad macroeconómica y reducir obstáculos al comercio exterior y a la inversión extranjera.
Como resultado, la región ha tenido tasas de crecimiento moderado, con inflación controlada y un aumento significativo de sus exportaciones.
Empleos insuficientes
Pero los países centroamericanos no han alcanzado éxitos similares en la generación de más empleos formales y de alta productividad. En la actualidad, la mayoría de empleos en la región están en sectores tradicionales de manufactura, servicios y agricultura de baja productividad.
Con excepción de Costa Rica y Panamá, el crecimiento de las exportaciones centroamericanas desde los noventa ha sido sostenido principalmente por productos intensivos en mano de obra poco calificada.
El reciente estudio Mejores Empleos en Centroamérica muestra que los países centroamericanos enfrentan el desafío de aumentar la producción y exportación de productos con valor agregado, para estimular a su vez la generación de empleos formales de alta productividad, con gran uso de mano de obra calificada.
Y es aquí donde vuelvo a recordar al profesor de la Universidad de Tokio. Un factor clave para responder a este reto centroamericano es aumentar la oferta de capital humano con las destrezas adecuadas para ocupar dichos puestos. En este sentido, las mejoras en la educación superior serán cruciales para el avance de la región.
En la actualidad los logros educativos en Centroamérica son relativamente bajos. El porcentaje de la población que se matricula en educación superior varía de un 15 por ciento en Guatemala y Honduras, a casi un 50 por ciento en Costa Rica y Panamá. Sin embargo, en todos los países las tasas de graduación son bajas: casi la mitad no concluye sus estudios.
Hoy en día la región cuenta con un reducido número de trabajadores altamente calificados capaces de adoptar y adaptar nuevas tecnologías en los procesos de producción.
Con la creciente importancia que los avances tecnológicos tienen para aumentar la productividad, los conocimientos en ciencia y tecnología se convierten en requisito indispensable en cada vez más sectores, tales como construcción, transporte, logística, turismo y servicios de salud.
Apuesta al futuro
Centroamérica necesita integrar ciencia, tecnología e ingeniería en sus procesos de producción, no solo en compañías grandes, sino en todas sus empresas.
Esto solo puede darse si se amplía la oferta de educación en ciencia y tecnología, inclusive en áreas de frontera como la biotecnología y la nanotecnología. Esta es la apuesta al futuro que debe hacer Centroamérica.
En la región hay decidido interés para discutir los retos de la educación superior. Sin ir muy lejos, la conferencia Ingenierías y Ciencias Aplicadas en Centroamérica: ¿Cómo desarrollar la próxima generación de innovadores? identificó la necesidad de que las universidades centroamericanas establezcan alianzas y participen en redes universitarias internacionales para fortalecer la oferta de educación superior en ciencia y tecnología.
Pero nada de esto funciona por sí solo. Para lograrlo se necesitan políticas complementarias que ayuden a productores y trabajadores a subir en la cadena de valor, diversificar la estructura productiva y aumentar las capacidades de conocimiento y tecnología para que las actividades existentes sean más productivas.
Aquí es fundamental fortalecer la calidad educativa, expandir la educación secundaria para aumentar las tasas de culminación y mejorar la calidad, relevancia y alcance de los programas de capacitación vocacional para adultos y jóvenes.
Además de incrementar el nivel del capital humano de la fuerza laboral, la educación superior ofrece réditos sustanciales para el egresado.
En todos los países de la región, un trabajador que ha finalizado la educación terciaria gana alrededor de 200 por ciento más que un graduado de secundaria.
Al poner en marcha políticas para construir una fuerza de trabajo calificada y para generar más y mejores empleos, Centroamérica habrá dado un paso adelante en la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la exclusión.
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