¿Es realmente perjudicial para los pobres que los alimentos suban de precio?

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Puede que los lectores de más edad aún recuerden la tesis de Prebisch-Singer: la propuesta de que los países en desarrollo sufrían de un deterioro "secular" en sus términos de intercambio frente a los países industrializados porque los precios de los productos básicos tendían a mostrar un declive a largo plazo en relación con las manufacturas …  El argumento implicaba que los países pobres, y los agricultores empobrecidos que conformaban el grueso de su población, eran víctimas de caídas sostenidas en el precio de los alimentos y otros productos primarios, de los cuales eran productores netos.

Desde entonces se ha gastado mucha tinta en discutir la validez estadística de dicha hipótesis, y actualmente, las opiniones parecen inclinarse mayoritariamente en su contra. Incluso antes de las recientes alzas de los alimentos, hubo poca o casi ninguna prueba concluyente de una caída sostenida en los términos de intercambio de los productos básicos. Sin embargo, sea como fuere ¿no es sorprendente que hoy por hoy todos estemos realmente preocupados sobre los efectos perjudiciales del encarecimiento de los alimentos en los pobres? ¿No son la mayoría de quienes producen y venden alimentos agricultores empobrecidos de países pobres? ¿No se traduce el alza en los precios en crisis positivas de los términos de intercambio para las naciones exportadoras netas (como lo son la mayoría de los países de América del Sur) y por lo tanto, en mayores ingresos agregados? ¿Por qué dicha alza sería negativa para los países en desarrollo?

Desde luego las cosas no son tan simples. Muchos campesinos pobres del tercer mundo son compradores netos de alimentos, tal como el número cada vez mayor de pobres que viven y trabajan en zonas urbanas. Todas estas personas son propensas a sufrir ante la carestía de los alimentos y se trata de efectos documentados en una serie de países: Tailandia, Madagascar e Indonesia, por nombrar solo unos pocos.

No obstante, casi la totalidad de los análisis empíricos sobre el efecto en el bienestar del alza del precio de los alimentos se funda en aplicar la teoría básica del consumo al, así llamado, modelo finca-familia. En muchas naciones en desarrollo, son las familias campesinas las que realizan la mayor parte de la actividad agrícola, tanto como productores y consumidores de diversos alimentos. Al multiplicar las proporciones presupuestarias netas de cada uno de esos artículos por su variación proporcional de precio se obtiene una aproximación conveniente de primer orden al efecto en el bienestar de la variación en los precios. También es posible calcular efectos de segundo orden que dan cuenta del hecho de que los consumidores tienden a reemplazar los alimentos más caros y los productores a preferirlos.

Pese a su fortaleza, este enfoque muestra algunas limitaciones evidentes.  Una "deficiencia grave", sostiene Angus Deaton (1997), es "no ocuparse de las repercusiones en el mercado laboral. Las variaciones de precio de los productos básicos afectarán tanto la oferta como la demanda de trabajo y dichos impactos pueden provocar modificaciones de primer orden en los resultados". Por ejemplo, el enfoque finca-familia pasaría por alto cualquier aumento en los sueldos o en las utilidades empresariales generadas por un alza en los precios del sector agrícola comercial, situación hoy predominante en países como Argentina, Brasil o Uruguay.

Para investigar la posible importancia de este canal adicional Anna Fruttero, Phillippe Leite, Leonardo Lucchetti y yo, analizamos recientemente los efectos de diferentes escenarios de traspaso desde precios de los alimentos a sueldos agrícolas en Brasil, durante las alzas de 2007-08. Al combinar datos de precios al consumidor desagregados espacialmente (obtenidos de la oficina de censos de Brasil, IBGE) con información detallada sobre consumo, ocupaciones e ingresos de dos encuestas de hogares, calculamos una medida más integral del impacto de la variación de los precios en el bienestar del hogar. Además del efecto estándar sobre los "gastos" (calculado según una variación de la compensación), estimamos los efectos sobre los "ingresos de mercado y por concepto de transferencias", basándonos tanto en datos sobre salarios agrícolas como en información sobre recepciones de transferencias.

Los resultados son bastante interesantes: debido a que el 80% de la población de Brasil es urbana, el alza en los precios sí desembocó en una pérdida promedio de bienestar y en cierto aumento de la pobreza, aunque esta evaluación tampoco considera otros efectos generales dinámicos o de equilibrio.

Los más pobres se beneficiarían del alza

Según nuestros cálculos, el alza de precios por sí sola contribuyó a un aumento en la incidencia de la pobreza extrema del 11% al 12,3% (conforme a un supuesto de mercado laboral competitivo). Sin embargo, si se ignoran los efectos en los ingresos y se usa el modelo estándar finca-familia predominante en la literatura, el aumento habría llegado a 13,5% - ¡casi el doble! De hecho, debido a que algunas de las personas más pobres incluso en un país tan urbanizado como Brasil siguen trabajando en el sector agrícola –aunque la mayoría como jornalero y no en cultivos familiares– dar cuenta de posibles efectos en el mercado laboral cambia drásticamente el perfil distribucional de los impactos: en lugar del patrón permanentemente regresivo asociado con el efecto en el gasto, el efecto "neto" general muestra forma de "U". En conjunto, los más pobres no son los que más sufren del alza en el precio de los alimentos. (Ver la figura a continuación).

Figura: Curva de incidencia del precio de los alimentos – Efecto neto (todo Brasil – Alfa = 1)
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Fuente: Ferreira, Fruttero, Leite y Lucchetti (2011): "Rising Food Prices and Household Welfare: Evidence from Brazil in 2008". Banco Mundial, PRWP 5652.

Creo que con este ejercicio aprendimos tres lecciones importantes.

En primer lugar, que el alza en los precios de los alimentos puede efectivamente aumentar la pobreza, incluso en un gran productor agrícola como es Brasil. Ciertamente, las ganancias en las relaciones de intercambio son reales, pero los aumentos en los ingresos que resultan de ello están mal distribuidos, incluso si se aplican supuestos generosos sobre el funcionamiento de los mercados de la mano de obra agrícola.

En segundo lugar, ignorar los efectos del alza en los precios de los alimentos en el mercado laboral –que pueden haber sido aceptables para aquellos países donde la agricultura consistía principalmente en cultivos familiares- simplemente no funciona en sectores agrícolas más modernos que se basan en salarios, como es el caso de Brasil.

Y por último, precisamente debido a la importancia de estos efectos en el mercado laboral, vale la pena ir más allá de este análisis bastante simple que intentamos hacer y calcularlos con mayor cautela. Si no lo hacemos, continuaremos buscando los efectos de la carestía de los alimentos en el bienestar ahí donde apunta la antigua teoría familia-finca. Cada vez más, no es allí donde realmente suceden las cosas.

 


Autores

Francisco Ferreira

Former Acting Director for Development Policy in the World Bank’s Development Research Group

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