La creciente carga para la mujer de la ‘generación sándwich’

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En la década de 1950, el economista italoamericano Franco Modigliani propuso su hipótesis del “ciclo vital”: Niños y jóvenes, por una parte, y adultos mayores por otra, consumen más de lo que ingresan.  

Situados entre estos dos grupos, a manera de sándwich, está otro grupo en edad de trabajar que tiene capacidad de ahorrar -voluntariamente o vía impuestos- para cubrir, además de las necesidades presentes de sus hijos dependientes, su consumo futuro mediante sistemas de pensiones con cuentas individuales, o el de la población mayor en el caso de sistemas de pensiones de reparto.

Datos de cinco países de la región muestran que, en promedio, un individuo estará “en la generación sándwich” la mitad de su vida. Una persona en Ecuador, Honduras, México, Nicaragua o Perú comienza a generar ingreso laboral mayor que su consumo a los 24 años y vuelve a entrar en un déficit a los 63 años, el cual dura hasta el final de sus días (aproximadamente 73 años en la región). 

Aunque el profesor Modigliani quizá no lo tuviera en mente, esta teoría tendría también otra aplicación, en referencia al grupo de población con hijos pequeños o todavía dependientes y padres envejeciendo con necesidad de apoyo.

Necesidad de políticas públicas 

Personas entre los cuarenta y cincuenta años en los países de la región empiezan a verse no solo como la generación “de en medio”, sino como aquellos presionados por las responsabilidades de atender financieramente y cuidar de forma simultánea a sus hijos y a sus padres. En particular, las mujeres se ven ante la situación de cuidar de múltiples generaciones, ya que usualmente son quienes proveen cuidado a sus padres (y/o suegros), pero también a sus hijos o nietos.

La “generación sándwich” no es un fenómeno nuevo: históricamente los hijos adultos proveen ayuda para el sustento y cuidado de sus padres en la vejez, muchas veces dentro de hogares extendidos. Sin embargo, varios aspectos de la dinámica demográfica de nuestros países empiezan a demandar la atención de políticas públicas enfocadas en este fenómeno.

Los incrementos significativos en la esperanza de vida y la reducción del número de hijos promedio por pareja implican para los adultos más tiempo a cargo de sus padres y menos hermanos o hermanas con quien compartir las responsabilidades. 

Aunque los hogares extendidos y la co-residencia de los adultos mayores con los hijos son todavía la estructura de hogar más común en los países de la región, el panorama está cambiando rápidamente. 

Como en la mayoría de los países en desarrollo, más movilidad de la población implica decisiones complejas sobre el cuidado de los adultos mayores, pues con creciente frecuencia estos viven solos (o con su pareja). Por ejemplo, en Chile entre 1990 y 2015 el porcentaje de hogares en donde solo viven mayores de 64 años aumentó del 5% al 11%.  Al avanzar la edad, la prevalencia de dependencia y discapacidad aumenta y con ello se incrementa la necesidad de cuidados.

Según datos de la encuesta SABE (Salud, Bienestar y Envejecimiento) para siete ciudades en América Latina y el Caribe la tasa de discapacidad del 16% en hombres de entre 60 y 64 años pasa al 47% para los de 90 años y más. Entre las mujeres sube del 24% al 57% en estos mismos grupos de edad.
 
Creciente carga para la mujer

Todos estos factores implican una carga creciente de trabajo en la provisión de cuidados y son usualmente las mujeres quienes llevan esta responsabilidad dentro y fuera de su hogar. En México, por ejemplo, según datos de la Encuesta nacional sobre uso del tiempo, el 33% de las mujeres de entre 25 y 44 años de edad dedican 40 horas o más a la semana a actividades de cuidado simultáneo de menores de 14 años, adultos mayores y personas dependientes o con alguna discapacidad. Este porcentaje es del 15% para las mujeres de entre 45 y 64 años.

En Chile, datos de la encuesta de hogares CASEN muestran que las mujeres que declaran prestar cuidado o apoyo no remunerado de manera regular dentro y fuera del hogar a niños, adultos mayores u otro familiar con alguna dependencia, tienen una edad promedio de 46 años y viven en hogares con un promedio de 4.5 integrantes. La incidencia de pobreza monetaria en los hogares de estas mujeres es más alta que en el resto.

En la mayoría de los países en desarrollo, el rol de las mujeres como proveedoras de cuidado a niños, adultos mayores y personas con dependencia funcional muchas veces limita sus oportunidades de participación económica y afianza un círculo vicioso de inequidad y pobreza.

El hecho de que las mujeres en general viven más años, aunado a que tienen menores oportunidades de generar ingreso y a la precariedad de los empleos a los que pueden acceder cuando se insertan en el mercado laboral, significa que más mujeres que hombres sufren durante la vejez dificultades para acceder a una pensión y a la cobertura de sistemas de salud. 

Nadie se vuelve más joven y nuestros países tampoco. Las proyecciones de población indican que para 2050 un cuarto de los latinoamericanos se encontrará en el grupo de edad de 60 años y más. Así, la proporción de personas de 65 años y más en el grupo de edad de 20 a 64, que es actualmente de 7.3 en promedio para la región, va a disminuir considerablemente en los próximos años. Se espera que para 2050, esta proporción sea menor a 2 en cinco países latinoamericanos.

Estos datos muestran que, en nuestro trabajo con los países de la región, en los que apostamos por una mayor prosperidad y reducción de la pobreza, se vuelve imperativo incorporar, desde los diferentes sectores, atención y soluciones a la carga desigual que enfrentan las mujeres de la “generación sándwich”.

Autores

Lourdes Rodríguez-Chamussy

Economista senior en la Práctica Global de Pobreza y Equidad del Banco Mundial

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