El 31 de mayo es una fecha grabada en la memoria colectiva del Perú. Hoy hace 48 años, este apacible país sudamericano procedía con normalidad... cuando el reloj dio las 3:23 p. m. La vida cambió en un abrir y cerrar de ojos, luego de que un terremoto de magnitud 8.0 azotara las regiones de Ancash y La Libertad. Fue una catástrofe inimaginable.
El pueblo de Yungay, en Ancash, fue prácticamente arrasado en apenas 45 segundos, el terremoto destruyó hogares, escuelas e infraestructura pública en los 83.000 km2 circundantes al pueblo. El efecto del terremoto desestabilizó los glaciares del Huascarán, ubicados a 15 km de Yungay, desprendiendo millones de metros cúbicos de roca, hielo y nieve que se precipitaron hacia Yungay a 200 km/h. En minutos, el pueblo fue sepultado, junto a casi 25.000 de sus residentes, muchos de los cuales se habían refugiado en la iglesia a orar luego del sismo.
El “Gran Terremoto Peruano” de 1970 es un hito en la historia moderna de los desastres naturales a nivel global. El saldo fue de alrededor de 74.000 personas muertas; unas 25.600 fueron declaradas desaparecidas; 43.000 heridas y un millón quedaron sin hogar, incluidos miles de niños. Apenas 350 sobrevivieron en Yungay; habían escalado hasta el cementerio elevado del pueblo, un caso curioso donde los vivos buscaron refugio entre los muertos. En otro lugar, un payaso de circo salvó las vidas de 300 niños llevándolos a un estadio local.
¿Fue una lección de la naturaleza? Sin dudas. Perú es uno de los países que se encuentran sobre un área sísmicamente activa. El terremoto de 1970 desencadenó la creación de un organismo nacional para la defensa civil, hoy conocido como el Instituto Nacional de Defensa Civil y que a lo largo de los años elaboró un enfoque inclusivo para la gestión de riesgos ante desastres. Dado que toda enseñanza comienza con los niños, este organismo, junto al Ministerio de Educación y la sociedad civil, ha ejecutado exitosamente iniciativas de concientización en torno a la reducción del riesgo ante desastres entre padres e hijos.
Siendo niños, mis hermanas y yo recibimos capacitación en autopreservación en caso de desastre natural. Mi padre, un especialista en gestión de riesgos ante desastres, realizaba simulacros periódicos en nuestro apartamento. Nuestros pares nos llamaban los “chicos del terremoto” ya que probablemente éramos los jóvenes más preparados de mi comunidad. Desde edad muy temprana, recuerdo visitar a mi abuela, una persona vulnerable, y conversar con ella respecto a dónde ir en caso de terremoto. Además de tomarme como “caso de estudio”, ¿acaso no son los niños actores importantes en la promoción de una cultura de la prevención?
Hay países que se toman los simulacros de desastres para niños de manera muy seria, como Japón, y aquellos que no, siendo demasiados como para enumerarlos aquí. ¿Estaban los niños preparados durante las enormes calamidades que tuvieron lugar en años recientes? Si no le estaban, deberían haberlo estado. Viví casi cinco años en Asia meridional, y mi trabajo legal ha estado estrechamente ligado a la gestión de riesgos ante desastres debido a las vulnerabilidades de la región. Uno de los países que representó una grata sorpresa para mí fue Bangladesh, una nación azotada por inundaciones y ciclones todos los años. Hoy en día, la sociedad civil de Bangladesh involucra de manera activa a los niños en iniciativas para la reducción de riesgos. De hecho, hubo una declaración por parte de 350 niños bangladesíes durante la primera Conferencia Juvenil para la Reducción del Riesgo ante Desastres realizada en Dhaka el año pasado.
Creo que la reducción del riesgo ante desastres comienza en casa, y debe comenzar a edad temprana. Gracias a nuestro padre, sabíamos qué hacer, dónde ir, a quién llamar, y cómo usar un equipo de emergencia para ayudarnos a nosotros mismos o a alguien más. En casa, discutíamos sobre gestión de riesgos ante desastres, para que los aportes de todos pudieran integrarse a nuestro plan de acción.
No hay forma de controlar la naturaleza. Pero mitigar los riesgos sí es posible. Los niños, cuando están correctamente equipados con conocimiento y capacitación, pueden ejercer como agentes efectivos de la gestión de riesgos ante desastres.
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