A comienzos del siglo XIX, el científico y explorador prusiano Alexander von Humboldt caminó por las calles de Ciudad de México y Lima y describió su consternación por la miseria y la opulencia, la “desnudez” y el “lujo”, la “inmensa desigualdad en la fortuna”. Esta imagen perdura. La región, junto al África subsahariana, es hoy en día la más desigual del mundo.
Pero las cosas están cambiando. Desde principios del nuevo milenio, la desigualdad cayó de manera significativa en prácticamente todos los países latinoamericanos, y sigue descendiendo. Millones se beneficiaron de más educación y de salarios crecientes, en especial los trabajadores no calificados.
Julián Messina, del Banco Interamericano de Desarrollo, y yo explicamos esta tendencia notable en nuestro informe “Desigualdad salarial en América Latina”.
El principal hallazgo es que las reducciones en desigualdad salarial —en lugar de capital o rentas— fueron clave en el fuerte impulso regional. En 16 de los 17 países estudiados, la desigualdad salarial cayó de manera significativa desde el cambio de milenio.
En América Latina, las diferencias salariales se acotaron entre trabajadores con educación y experiencia laboral similares empleados por empresas diferentes. Estas diferencias también se redujeron entre trabajadores de alta y baja capacitación. Cada uno representó alrededor de la mitad de la reducción de la brecha salarial general. Esto contrasta fuertemente con la lucha contra una desigualdad salarial constante o creciente en el resto del mundo. Este gráfico ilustra esta tendencia:
El auge de las materias primas de la década de 2000 fue fundamental para la reducción de la desigualdad en Sudamérica. El dinero llovió sobre los países de toda la región. Individuos, empresas y gobiernos se abocaron a una fiesta de gasto, derrochando en sectores no transables como los servicios, mientras que las monedas se apreciaron.
El crecimiento derivó en salarios más equilibrados a través de dos canales. Primero, dado que estuvo asociado a apreciaciones reales del tipo de cambio en Sudamérica, impulsó al sector no transable en donde los salarios entre empresas (para trabajadores con capacitación similar) son más parejos que en el sector transable. Segundo, redujo el número de empresas exportadoras. Los exportadores requieren de puestos de trabajo de alta capacitación. Por ende, a medida que su número se redujo, la demanda de habilidades disminuyó.
Auge educativo
El auge económico también coincidió con una enorme transformación educativa. La asistencia a la educación secundaria se disparó. Millones de jóvenes fueron a la universidad por primera vez. Aunque esto también significó que la prima salarial por educación disminuyó a medida que más latinoamericanos con título terciario ingresaban a la fuerza laboral. Los salarios para trabajadores poco capacitados aumentaron porque había menos de ellos para contratar. Asimismo, la prima salarial para trabajadores mayores bien educados disminuyó, tal vez debido a su incapacidad para adaptarse a las nuevas tecnologías.
Claro que también jugaron otros factores. Los niveles de informalidad disminuyeron durante la década del 2000. Las empresas contrataron más trabajadores de baja cualificación y mejoró la aplicación de las regulaciones, lo que dio a los trabajadores un mayor poder de negociación cuando se trataba de beneficios y salarios. Con ña aprobación de nuevas leyes aumentaron los salarios mínimos de manera notable en varios países, incluidos Brasil y Argentina. Las políticas redistributivas como las transferencias condicionadas en efectivo también jugaron su papel. Pero en términos de un menor nivel de desigualdad salarial, estos factores son secundarios comparados con el crecimiento y el mayor nivel educativo.
Un futuro de menor crecimiento
Si bien la desigualdad sigue disminuyendo, el ritmo al que lo hace se ralentizó desde mediados de 2011. El descenso de la desigualdad en los países de Sudamérica ahora se parece al que tiene lugar en México y Centroamérica.
A futuro, es probable que la expansión de la educación se mantenga, estimulando la igualdad. Sin embargo, el nuevo patrón de menor crecimiento posterior a 2011, asociado a depreciaciones reales en el tipo de cambio, desacelerará la reducción de la desigualdad salarial. Asimismo, ahora hay menos espacio para un aumento del salario mínimo. Si bien el salario mínimo puede ayudar a asegurar que los pobres no queden atrás en tiempos de bonanza, los aumentos del mismo pueden llegar a deprimir el empleo formal en períodos de crecimiento más lento. Por ejemplo, el crecimiento económico en Brasil fue bajo entre 1995 y 2003. Los aumentos del salario mínimo durante este período de hecho impulsaron la desigualdad salarial en tanto que estos salarios más elevados redujeron las contrataciones por parte de las empresas; muchos trabajadores terminaron en puestos de trabajo informales y mal pagados o percibiendo menos que el salario mínimo.
Como sostenemos en el reporte, existen dos áreas en donde los gobiernos pueden ayudar al crecimiento con igualdad: educación y productividad.
Los esfuerzos deben enfocarse en seguir ampliando la cobertura y calidad de la educación y la capacitación. La calidad, no solo el acceso, es clave. Esto significa mejorar la educación de los jóvenes de hogares desfavorecidos a través de mejores escuelas públicas. También significa invertir en las habilidades de la población en edad laboral.
El nuevo patrón de crecimiento puede derivar en un mayor número de empresas productivas. Esto puede ser beneficioso para el crecimiento a largo plazo. Las políticas no deberían obstaculizar el crecimiento de la productividad. Eliminar aquellas políticas que protegen a las empresas ineficientes (p. ej. eliminando los subsidios corporativos) o reformando las políticas antimonopólicas y de competencia, pueden ser pasos importantes. Los cambios tecnológicos deben ser adoptados, no temidos.
Sí, estamos en una desaceleración. Pero no tenemos por qué ser observadores pasivos. Debemos celebrar la reciente y gran reducción de la desigualdad y redoblar esfuerzos para asegurarnos de que el progreso continúe.
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