No me canso de decirlo: el color de la piel no tiene lugar en una sociedad justa e inclusiva. Pero la realidad me contradice. En nuestra región hay 34 millones de niños, niñas y adolescentes para los que ser afrodescendientes es sinónimo de invisibilidad: no solo están olvidados y relegados, sino que son activamente discriminados.
Hago esta reflexión a propósito del Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial, pero es una conversación que debería ocurrir de manera constante -en las aulas, en los hogares, en las oficinas, en los pasillos- hasta que realmente se haya erradicado la discriminación racial y no tengamos necesidad de crear fechas en el calendario para recordarnos su presencia.
Pongo énfasis en las aulas porque la educación es una de las herramientas más poderosas contra el racismo : no solamente porque permite educar para eliminar los prejuicios que lo motivan, sino porque potencialmente dota a las futuras generaciones con las herramientas intelectuales para romper por sí mismos las barreras raciales y los ciclos de pobreza crónica que afectan a un número desproporcionado de afrodescendientes.
Sus hijos suelen tener menos oportunidades educativas, acceden a instituciones de peor calidad, tienen menor acceso a herramientas digitales y tienen muchas más probabilidades de abandonar la escuela antes de tiempo, hipotecando así sus posibilidades futuras. Diversas formas de discriminación explican algunas de estas brechas.
Si bien en las últimas décadas ha mejorado su acceso a la educación, la tasa de deserción entre los afrodescendientes en edad escolar es mucho mayor que entre otros grupos raciales.
Los datos son abrumadores: uno de cada cinco niños afrodescendientes no completa la escuela primaria, el doble del promedio regional, y menos de dos tercios terminan el nivel secundario , según un informe del Banco Mundial próximo a ser publicado. En el nivel terciario, si bien representan una cuarta parte de la población mayor de 25 años, los afrodescendientes solo dan cuenta del 12% de los graduados.
La pandemia agravó estas inequidades. Según el mismo informe, más de la mitad de los estudiantes afrodescendientes de primaria y secundaria no tenían las herramientas básicas para continuar su educación remotamente durante los largos periodos de cuarentena.
En los últimos tiempos América Latina y el Caribe ha tomado consciencia de las brechas existentes y los enormes costos que genera el racismo estructural, pero aún queda mucho por hacer.
Romper las barreras raciales de la educación exige acciones concretas, entre ellas:
- La escuela debe ser un actor esencial en la lucha contra la discriminación racial. El aula debe ser un espacio seguro y libre de expresiones de racismo, pero también debe ser un espacio inclusivo, que aborde las aspiraciones y los aportes de los jóvenes afrodescendientes a nuestras sociedades , que son muchos e importantes pero rara vez reconocidos.
- Se deben eliminar las trabas socioeconómicas que impiden a los estudiantes afrodescendientes avanzar en la educación primaria y secundaria . Esto requerirá invertir más en las escuelas a las que acuden en mayor número. También serán necesarios programas de subsidios o transferencias directas a las familias, así como becas e incentivos a las escuelas, para evitar las deserciones y atraer nuevamente a los niños afrodescendientes que abandonaron sus estudios.
- Cerrar la brecha digital es clave para eliminar las disparidades. Esto implica ofrecer a las familias afrodescendientes un mejor acceso a Internet, computadoras y entrenamiento en el uso de las herramientas y plataformas digitales para que los jóvenes puedan acceder a los trabajos del futuro.
Agenda de cambio
Desde el Banco Mundial apoyamos firmemente esta agenda de cambio e inclusión.
En Ecuador, por ejemplo, acompañamos un proyecto que, entre otros objetivos, busca remover las barreras que impiden el acceso a educación y empleo a niños, niñas y jóvenes afrodescendientes, así como de otros grupos vulnerables. En Brasil, apoyamos la reforma educativa para una secundaria de jornada completa, que pone el foco es los sectores más postergados y contempla la distribución de textos escolares no discriminatorios, que revalorizan la enorme contribución de las culturas indígena y afrobrasileña.
En Argentina, gracias a un diálogo fluido con las organizaciones de afrodescendientes, contribuimos al fortalecimiento de la capacidad institucional en el área de derechos humanos y la creación de programas de formación, inserción laboral y desarrollo productivo. Un camino similar seguimos en Honduras, en alianza estratégica con organizaciones de la sociedad civil afro-garífuna.
Asimismo, en el Banco Mundial iniciamos el año pasado un programa de pasantías inclusivas, dirigidas a estudiantes afrodescendientes y de otras minorías de América Latina y el Caribe, para que adquieran el entrenamiento y las herramientas necesarias para trabajar en el área de desarrollo.
La conversación sobre la eliminación del racismo y las acciones que tomemos al respecto se han hecho más visibles y urgentes que nunca. De nosotros depende que se mantenga viva y que tal vez en un futuro cercano recordemos el racismo como una cosa del pasado. No tengo duda de que ese día Latinoamérica y el Caribe no solo será una región más justa, sino también más prospera y sostenible.
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