“La guerra no es para nadie”: Una comunidad indígena de Colombia celebra 18 años en paz

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El resguardo Nasa Wesh está en Gaitania, municipio de Planadas, en el sur del Departamento del Tolima, cerca de los límites con Cauca y Huila. Se llega después de trasegar durante más de seis horas desde Neiva por un camino largo, sinuoso, y en ocasiones tortuoso, que se adentra poco a poco en el Macizo Colombiano.

La inhóspita ruta se va matizando con una vegetación exuberante, las empinadas montañas encauzan en hondos cañones las aguas que bajan de todas partes del macizo, también denominado “tierra de agua”.

Este resguardo se traslapa con el Área Protegida del Parque Natural Nevado del Huila. Las comunidades de la zona trabajan con la administración de los Parques Naturales para cuidar la naturaleza alrededor de las áreas protegidas y así disminuir la presión sobre el parque.

Esta iniciativa forma parte de un proyecto nacional que interviene, otras cinco áreas protegidas en esta cordillera. En la comunidad visitada en esta ocasión, se ha formalizado un Régimen Especial de Manejo entre la comunidad indígena y Patrimonio Natural, el ente operador del proyecto.

Al llegar, pasamos por la oficina y saludamos el equipo profesional del proyecto, que articula las tareas con la comunidad: dos Andreas y un Andrés, ellas ingenieras, antropólogo él. La coincidencia de los nombres hace que nos preguntemos si es  parte del proceso de selección.

En la comunidad, los encontramos reunidos trabajando sobre el Plan de Vida de los Nasas del sur del Tolima, pertenecientes a la etnia Nasa, una de las más grandes y representativas, y  habitante de las cordilleras del suroccidente Colombiano. A la actividad, se han integrado los resguardos de Gaitania, Las Mercedes y Barbacoas, que es una parcelación. El tema del día es: “cómo los Nasa nos relacionamos con los agentes externos”.

Inmediatamente reconocemos nuestro lugar y condición, y hacemos conciencia de que solo seremos espectadores. Privilegiados, pero espectadores; los protagonistas son los mayores, como parte de la autoridad indígena (máxima jerarquía),  las mujeres, los jóvenes: la comunidad. 

“Sin Plan de Vida no tenemos rumbo fijo”, dice un mayor. “Hasta dónde somos autónomos y hasta dónde nos dejan serlo”, dice una mujer. Un joven interpela: “el indio sin tierra no es indio!”.

Las palabras conflicto armado, autodefensas, guerrilla, ejercito, pronto se integran a la conversación y dejan entrever que desde hace mas de 50 años, son acompañantes silenciosos del día a día de la comunidad.

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EL CONFLICTO COLOMBIANO EN CIFRAS

Desplazamientos forzados (1985 – 2012): 5.712.506
Civiles muertos (1958 – 2012): 177.307
Combatientes muertos (1958 – 2012): 40.787
Secuestros (1970 – 2010): 27.023
Desapariciones forzadas: 25.077
Víctimas de minas: 10.189
Masacres: 1.982
Fuente: Informe "¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad"
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Parece que cuesta recordar, especialmente para los mayores, pero para los jóvenes, recordar es un imperativo. Esta tensión dinamiza los diálogos y los recuerdos, van llegando poco a poco.

“La guerra no es para mí, ni para usted, ni para nadie”, dice una autoridad. “Hemos tenido libertad, hemos transitado el territorio, hemos reclamado respeto y debemos agradecer a los mayores”, dice un joven, en referencia a la próxima celebración en junio de los 18 años del pacto de paz, aún vigente y “firmado” por algunos mayores con la guerrilla.

Pasando la palabra, otro mayor recuerda que “fue un momento duro perdonar al enemigo, fue doloroso ver como se maltrataba a sangre fría. Nos decían: si quiere vivir mucho tiempo no se meta en eso. Sabíamos que esa guerra no era de nosotros, solo deja huérfanos, viudas y nada de desarrollo social”.  

“La gran victoria es vivir tranquilos, pero si tengo un arma ya me cambia la mentalidad, donde hay ilícito llegan armas y parece que hoy, son los jóvenes quienes presentan el riesgo de doblar el proceso al violar el pacto de no ingresar a ningún grupo armado, ni legal ni ilegal”, dicen las voces femeninas, reconociendo la fragilidad de la paz y de los acuerdos.

Llega la noche y todos vamos hacia la cocina, donde “hay para todos”. Un único menú que muestra una única comunidad; todos en las mismas condiciones.

La penumbra es otra faceta de la cocina. Las luces y las sombras se vuelven sugerentes; las conversaciones sobre temas diversos aparecen.

Muchos hablan, otros escuchan; algunos de pie, otros sentados; parece que nadie se quiere ir. Es el momento en donde las discusiones del día pasan a segundo orden y se integran las personas. Después vuelve el silencio… las montañas y los ríos se vuelven sensación, al estar alli invisibles.

Amanece y es hora del regreso. El camino ya no es novedoso y las montañas y los ríos se contemplan detenidamente.

Mirando el paisaje, en silencio, me acompaña la palabra Nasa y los cientos de ojos expresivos de la comunidad que me recuerdan, ya con nostalgia, aquel lugar en donde orgullosamente viven la vida en paz y los jóvenes no saben de la guerra. Aquella guerra que se sabe por las historias dolidas de los Mayores, donde también las mujeres participaron.

Quedan las voces de los jóvenes reclamando espacios y planteando la necesidad de “contar la historia desde adentro”. Saben que recuperar la memoria y trasmitir los hechos desde su visión, es la tarea más importante. Así van a celebrar ¡18 años de paz! 

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