La publicación ritual por parte de las principales organizaciones multilaterales, think tanks y bancos de inversión de unas perspectivas macroeconómicas para Latinoamérica y el Caribe que, sin caer en el dramatismo, ponen fin a la etapa de tasas de crecimiento por encima del potencial de la región, inevitablemente han suscitado el interés de autoridades económicas, inversores y ciudadanos.
Aparquemos por un momento el siempre apasionante tema de si las predicción de una tasa de crecimiento regional en 2014 en torno al 2.5% será o no validada por la realidad de los próximos 12 meses, y concentrémonos en lo que realmente debería ser el interrogante sustancial: ¿cuánto, de lo recientemente conseguido en términos de bienestar y calidad institucional, puede preservarse si las economías del continente efectivamente retornan a tasas de crecimiento sostenidamente más bajas que las recientes?
Para algunos, la respuesta es simple: tal retroceso es imposible porque el retorno a un escenario de bajo crecimiento es un supuesto poco verosímil.
Para unos, porque las lecciones aprendidas en el pasado en la gestión de crisis, el impulso de las expectativas de mejora de vida de las nuevas clases medias y los cambios en la economia internacional han mejorado permanentemente la suerte del continente.
Para otros, más voluntaristas, porque aventuran que los shocks que se vislumbran en el horizonte simplemente tendrían efectos cíclicos cuyos impactos podrían mitigarse usando los espacios de políticas macro con los que, supuestamente, cuenta el continente.
En definitiva, para unos y otros, aunque por razones distintas, el pesimismo no es una opción.
La situación es muy distinta para otro amplio colectivo de autoridades y analistas. Son todos aquellos a los que no les deja dormir la posibilidad de que, cegados por el excepcionalmente favorable entorno internacional, llevemos una década sobreestimando las tasas de crecimiento potencial del continente y, por ello, la sostenibilidad de sus logros sociales. Temen que la arrogancia nos haya conquistado y que estemos en una situación de utópica negación de la realidad.
Su preocupación es comprensible dada la inminencia de la normalización monetaria en Estados Unidos, la creciente volatilidad de los mercados de capitales internacionales y las dudas sobre las tasas de crecimiento sostenible de China y su impacto sobre el precio de las materias primas.
Para ellos, la complacencia no es una opción. Para unos porque el fantasma de una potencial crisis llevaría a una sociedad latinoamericana más fuerte y más segura de sí misma a propiciar los cambios de rumbo económico y las reformas necesarias para mejorar su productividad y su crecimiento a largo plazo. La necesidad macro abriría el camino a la virtud reformista.
Para otros, porque ya se tiene la masa crítica de convicciones y experiencia para atacar de raíz los problemas estructurales, eliminar cuellos de botella y crear el clima económico que libere el potencial de crecimiento del continente.
Si algo nos ensena la historia es que el futuro del continente difícilmente se dejará atrapar en visiones tan perfectas y sin fisuras. La realidad siempre será más compleja que los escenarios que pretenden capturarla.
Para algunos países es altamente probable que los impactos cíclicos sean menores – incluso positivos, como podría ser el caso de México y Centroamérica - y que, sin embargo, sean capaces de generar los consensos sociales necesarios para que, sin necesidad de crisis, las reformas productivas se produzcan.
Para otros países, la desaceleracion cíclica y la ausencia de espacios de politica puede dar pie no a reformas que mejoren la equidad y la asignación de recursos sino a politicas mucho más insostenibles que haya que revertir con ajustes draconianos y costosas restructuraciones. Al fin y al cabo, la huida hacia adelante también es una tradición de la politica económica mundial y del continente.
Finalmente, tal y como muestra nuestro reciente informe “La recuperación Global y la Normalización Monetaria: ¿Cómo evitar una crónica anunciada?", no es nada obvio que el corto y el largo plazo estén tan nítidamente desvinculados como a veces se pretende. Por ejemplo, aunque existan espacios fiscales y monetarios necesarios para mitigar los shocks externos, la forma en la que se usan no tiene un impacto neutral sobre el crecimiento potencial de la economia.
El caso más obvio, es el aumento de la inflexibilidad estructural del gasto público en algunos paises de la región como consecuencia de las politicas contracíclicas puestas en práctica tras la Gran Recesión de 2008.
Aunque en la mayor parte de los casos aquellas politicas sirvieron para salvar el crecimiento a corto plazo, su consecuencia duradera ha sido una densa estructura de subsidios con impactos sobre los incentivos y los niveles de ahorro nacional y, por tanto, sobre el crecimiento potencial de las economías. Cómo se aborda su revisión es una nueva necesidad que engrosa la lista de las reformas pendientes y complica la economia politica de los cambios estructurales.
Esta diversidad de situaciones y posibles escenarios pone de manifiesto la heterogeneidad del continente y lo inadecuado que resulta seguir basando los juicios sobre su futuro en ideas – en el peor de los casos, ocurrencias – ligadas a los supuestos estados de ánimo de paises y analistas.
El futuro de Latinoamerica no depende de que se sea optimista o pesimista, sino de las instituciones, consensos y sendas de politica que son realmente posibles. No se trata de querer. Se trata de poder. Y ni todos los paises quieren, ni todos pueden.
La región ha progresado, en general, de forma espectacular en el manejo de su política macro de corto plazo y ha conseguido reducir sus vulnerabilidades históricas con una intensidad inimaginable hace una década. Y eso da plausibilidad al supuesto de que ya hay un buen número de paises que efectivamente serán capaces de manejar los reveses cíclicos que pueden derivarse de cambios materiales de la economia internacional.
Pero por mucho que se haya avanzado, lo único que puede hacer que los avances sociales y económicos sean irreversibles es que la mejora de la educacion, de las infraestructuras, de la equidad social y de las instituciones sean demandas compartidas por la mayoría de una sociedad consciente de que no hay atajos, y sí prioridades excluyentes.
Construir esa certeza es lo que separara al continente de los crecimientos del 5% - 6% que requiere atender las expectativas de futuro de sus ciudadanos.
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