Lecciones que aprendí construyendo viviendas compartidas en Puerto Prí­ncipe

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Delmas 32 es una maraña de estrechos callejones, caracterizada por viviendas descuidadas y estructuras precarias. Lenta pero inexorablemente, esta comunidad ha estado tratando de abrirse camino tras el terremoto de 2010; pilas de arena, escombros, ladrillos y barras de acero apuntando al cielo son un recordatorio constante del trabajo pendiente.

En esta comunidad de 90.000 habitantes, el Banco Mundial y la J/P Haitian Relief Organization (J/P HRO) se asociaron para un proyecto en colaboración con el Gobierno de Haití conocido como PREKAD, o Proyecto para la Reconstrucción de Áreas Desfavorecidas. Este incluye la reubicación de 4,275 familias desplazadas por el terremoto y la construcción de 45 viviendas.

Con la reconstrucción de Delmas 32 tenemos la oportunidad de demostrar que algo diferente puede provenir de una barriada en una de las ciudades más pobres del mundo: comunidades sostenibles y prósperas. Para este proyecto, la solución que se nos ocurrió fueron edificios de varios pisos de viviendas colectivas, a compartirse entre varios propietarios.

Este enfoque de propiedad compartida tiene sentido en el caso de Haití. Es una forma de abordar varios problemas de una sola vez: la elevada densidad poblacional, la falta de registros o documentación adecuados respecto a la propiedad de la tierra y los refugios temporarios, que solo sirven para complicar aún más un problema existente e intratable.

La propiedad compartida ofrece varias ventajas:
  • En el caso del planeamiento urbano, permite la reestructuración de un área mediante la agrupación de personas recreando la accesibilidad y el espacio público; facilita el desarrollo de infraestructura y controla el crecimiento y la expansión desordenada que deriva en problemas de infraestructura.
  • En el caso de la seguridad pública, permite la construcción parasísmica de edificios en base a un diseño simple y directo.
  • Para los residentes locales vulnerables representa un proceso inclusivo, en donde todos puede intercambiar su pequeña parcela de tierra por una vivienda estructuralmente sólida y duradera.
  • En cuanto a los problemas relacionados con la propiedad de la tierra, les permite a aquellas familias que hayan ocupado una parcela por más de 20 años legalizar su reivindicación territorial mediante un proceso formal conocido como “fermage de l’état”.
Construiremos cuatro tipos diferentes de edificios de hasta tres pisos, de dos a seis unidades cada uno. Todos los edificios forman parte de un área que será completamente rehabilitada con caminos, sistemas de alcantarillado y muros de contención.

Escogimos el lugar de acuerdo a un plan urbano global, que adopta un enfoque holístico e integral a nivel barrial. Específicamente, queríamos evitar lugares que fueran vulnerables a los aludes o inundaciones.

Para todo nuestro equipo —que incluye agentes comunitarios en el campo, un arquitecto, ingenieros y urbanistas— el proyecto constituyó un proceso de aprendizaje y no siempre fue tan fácil como podría parecer. Estos son algunos de los puntos clave que aprendimos:
  • Uno no debería involucrarse en un proyecto así sin preparación.
  • El apoyo de la comunidad es el activo más importante, y la opinión y la percepción pública son relevantes.
  • Establecer un comité para forjar un vínculo con los residentes, creando canales de comunicación claros.
  • Coordinar una caminata barrial, o “marche exploratoire”, para ayudar a los residentes a identificar los principales puntos de acceso y temas de seguridad.
  • Mejorar la concientización comunitaria respecto a los riesgos asociados a la reconstrucción con métodos inseguros.
  • Estar preparados para explicar conceptos con modelos, imágenes, lo que haga falta. Una y otra vez.
  • Recordar que agrupar a los vecinos bajo un mismo techo puede afectar las sensibilidades de la comunidad.
  • Estar preparados ante cualquier sorpresa.
 En Haití no existen las soluciones mágicas para la vivienda y la reacción de los miembros de una comunidad puede ser inesperada. El comentario más escuchado era: “Ide sa a bel, men li pap fèt, Ayisyen pa konn viv ansambl”.

Podría traducirse como: “Es una buena idea, pero no se concretará, los haitianos no saben vivir juntos”. Solo puedo conjeturar que esto tal vez refleje la forma en que la turbulenta historia de Haití ha impactado en la posibilidad de vivir juntos de manera armoniosa.

Entonces, ¿cómo avanzar? ¿Cómo establecer acuerdos exitosos entre 45 familias diferentes? ¿Cómo contrarrestar la creencia compartida de que si bien es una solución factible, no es la adecuada para ellos? Con más reuniones, explicaciones, discusiones, conversaciones. Una y otra vez.

Finalmente, avanzamos. Casi todos los residentes firmaron el contrato. Igualmente aún queda mucho trabajo por hacer. Debemos diseñar un proyecto que garantice un impacto positivo en la estructura comunitaria, mientras hallamos soluciones adecuadas a diferentes necesidades familiares. También debemos asegurarnos que el espacio esté estructurado de una forma tal que pueda integrarse mejor a la ciudad.

Antes que nada, la comunidad debe llegar a un consenso: Este es un paso adelante importante, y sí, ¡es posible!

Autores

Lora Vicariot

Neighborhood Upgrading Project Manager, J/P Haitian Relief Organization

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