Lograr proyectos exitosos de prevención de la violencia de género en pequeñas comunidades rurales

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Líderes comunitarios discuten sistemas de prevención de la violencia en la comunidad de San Juan de Floresta in Loreto, Perú. Foto: G Shannon, DB Peru

Las comunidades del bajo Napo con las que estamos trabajando en el marco del inminente proyecto para la Prevención de la Violencia de Género en la Región Amazónica del Perú (en adelante, el Proyecto GAP, por su sigla en inglés) están pasando por un proceso de transición a la modernidad en el que el mayor acceso al transporte, las telecomunicaciones y los medios de información ha significado una transformación de la vida comunitaria. Esto ha coincidido con la creciente preocupación frente a la violencia de género: cifras recientes del distrito de Mazán, una localidad aislada a orillas del bajo Napo, muestran que el 79 % de las mujeres de entre 18 y 29 años de edad declara haber sufrido violencia sexual en algún momento de sus vidas.

El objetivo del proyecto GAP es contribuir a abordar esas inquietudes. Promotores comunitarios de salud están impulsando un programa de movilización y educación para hacer frente a la violencia de género. A tales efectos, cuentan con recursos aportados por DB Peru, una organización de beneficencia del ámbito de la salud, y por el University College London (UCL). El proyecto GAP es la primera estrategia de prevención primaria de la violencia de género en la región del bajo Napo y representa el primer proyecto de movilización comunitaria de este tipo en el Perú. Además, está abriendo el camino para promover una modalidad de investigación participativa sobre la prevención de la violencia de género en entornos rurales aislados donde los recursos son escasos.
 
Trabajar en tales condiciones ha planteado muchos desafíos logísticos y éticos. Desde el punto de vista logístico, el proyecto GAP abarca 25 comunidades rurales con acceso muy limitado a los servicios. La prevención secundaria y terciaria de la violencia  es casi imposible: para llegar a la estación de policía local hay que viajar medio día, y los sistemas para formular denuncias son complicados e insensibles a las necesidades de las víctimas. Para toda la región de Loreto, en Iquitos existen servicios de apoyo en situaciones de violencia y dos albergues para mujeres (ambos sin recursos suficientes), pero para acceder a ellos se debe viajar durante todo un día. Incluso si una persona decide hacer una denuncia y tomar medidas frente a un episodio de violencia, persiste la duda de cómo financiará el costo —a menudo altísimo—que significa ir en busca de ayuda, y de cómo podrá mantenerse a sí misma y a su familia si el responsable de los actos de violencia es un integrante fundamental de esa unidad familiar en particular. Estas dificultades refuerzan la necesidad de contar con estrategias de prevención primaria, como el proyecto GAP.
 
En las pequeñas comunidades rurales de la región amazónica, la distinción entre vida pública y vida privada suele estar menos definida que en las zonas urbanas; la identidad comunitaria reviste gran importancia, y las redes de relaciones son complejas e íntimas. Estos valores exigen adoptar planteamientos éticos que difieren de los de la ética biomédica tradicional, que anteponen la autonomía y la individualidad al interés comunitario. Además, como ha señalado recientemente la renombrada antropóloga feminista Rita Segato, cuando la erosión de las funciones comunitarias tradicionales da paso a unidades familiares más privadas y aisladas, la resiliencia general de la comunidad ante la violencia y los comportamientos violentos puede verse disminuida.
 
Debido a estos factores, el proyecto GAP procura comprender en mayor profundidad los valores y las necesidades de las 25 comunidades del bajo Napo de manera que, en adelante, podamos crear un marco ético integral y respetuoso para nuestro proyecto de prevención de la violencia. Esto también forma parte de un proyecto internacional de mayor envergadura dirigido a elaborar orientaciones sobre cómo llevar a cabo investigaciones éticas, seguras y rigurosas sobre violencia contra las mujeres y las niñas en comunidades pequeñas donde esta tiene una alta prevalencia y se considera normal.
 
Este mes trabajaremos junto con los líderes comunitarios para explorar y definir los principios éticos del proyecto GAP, mediante la realización de una serie de consultas comunitarias y actividades orientadas a encontrar soluciones a los problemas. Durante estas reuniones, nos cercioraremos de que la comunidad comprenda las definiciones de género, violencia y derechos humanos, y procuraremos lograr un consenso sobre un marco ético para el proyecto que sea específico para estas comunidades.
 
A tales efectos, adoptaremos dos planteamientos complementarios. Primero, facilitaremos conversaciones con los líderes comunitarios sobre el proyecto y posibles situaciones que generen dificultades desde el punto de vista ético. Por ejemplo, hemos tenido conocimiento de denuncias referidas a autores de actos de violencia que ocupan puestos de poder en la comunidad, lo que plantea muchas cuestiones complejas. Segundo, llevaremos a cabo un ejercicio colectivo con los líderes comunitarios y los promotores a fin de establecer prioridades; reflexionaremos sobre los problemas y conceptos éticos que son importantes para ellos, y afinaremos esa lista. Mediante la técnica de grupo nominal, todos tendrán la oportunidad de discutir el tema en un foro abierto, y luego votarán de manera secuencial sobre los principales conceptos que se planteen. Posteriormente, estos conceptos serán incorporados en una orientación general para el proyecto, lo que nos permitirá responder a los problemas durante todo su ciclo mediante el establecimiento de principios básicos tanto éticos como conductuales. Nuestro objetivo es actuar en consecuencia con los valores positivos de las comunidades y respetar los principios éticos que son relevantes a nivel local.
 
Dado que el proyecto es dirigido por los miembros de la comunidad y va en beneficio de ella, es muy importante que las soluciones o planteamientos frente a estas cuestiones surjan de la propia comunidad. En vista del contexto local y de que las pequeñas comunidades rurales funcionan de manera diferente, para nosotros es importante no hacer suposiciones sobre algún modelo ético único. Por el contrario, estamos trabajando en estrecha colaboración con los actores y los beneficiarios del proyecto GAP, a fin de elaborar un marco ético significativo y específico para el contexto y, de esa manera, garantizar la sostenibilidad y el éxito de nuestra labor en el futuro.


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