Los llamados "desastres naturales" no son imprevisibles

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No hay dos terremotos en el mundo que causen igual daño, de acuerdo a los científicos. Esto es particularmente cierto en América Latina, una tierra de contrastes.

Mientras que en el 2010 un terremoto de grado 7 en la escala de Richter desoló a Haití, cobrando casi un cuarto de millón de vidas, en México, hace unas pocas semanas, un terremoto de similar magnitud (7.4) apenas causó grietas y unos pocos heridos.

La diferencia entre la tragedia de unos y el susto de otros es la preparación para enfrentar los llamados "desastres naturales" –se trate de terremotos, huracanes, aludes o inundaciones.

Aún cuando no hay nada que se pueda hacer para evitar estos fenómenos naturales –como muestra este mapa- lo cierto es que no hay razón por la que las consecuencias tengan que ser inevitablemente desastrosas.

América Latina ha hecho avances significativos para comprender y gestionar mejor los fenómenos naturales en las últimas décadas.

Así como México, otros países de la región que incluyen a Chile, Colombia y Costa Rica, han mejorado su capacidad para predecir algunos riesgos, prepararse para emergencias y manejarlas. Con algunas excepciones regionales, menos personas mueren por este tipo de eventos hoy que hace tan sólo una década atrás, en gran parte debido a la mejora de las políticas de gestión de desastres, los sistemas de alerta temprana y la organización de respuesta a emergencias.

Paradójicamente, frente a la reducción de pérdidas humanas, las pérdidas económicas por desastres muestran una tendencia al alza en todos los países de la región. La industria mundial de reaseguros calcula que, bajo las tendencias actuales, las pérdidas por desastres económicos se duplicarán cada década.

A modo de ejemplo, en un país como Colombia que tiene uno de los mejores sistemas nacionales de gestión de riesgos, el número de hogares afectados por los desastres se ha incrementado en un 10 por ciento anual durante las últimas dos décadas.

La mayoría de las economías latinoamericanas son aún muy vulnerables a fenómenos naturales adversos. Con la excepción de unos pocos países, los gobiernos no incluyen en sus cálculos el potencial impacto de los fenómenos naturales, lo que significa que viven con la posibilidad muy real de ser sorprendidos por uno de esos eventos, con consecuencias significativas para sus economías.

La necesidad de prepararse para enfrentar fenómenos naturales es doblemente urgente en el contexto del cambio climático. Los países mejor preparados para los desastres de hoy también lo estarán para los desastres del futuro. Los modelos climáticos no permiten a la fecha predecir con certeza la dirección y profundidad de los cambios de niveles del océano, intensidad y frecuencia de las lluvias y, por lo tanto, de la frecuencia e intensidad de las inundaciones y sequías en escalas geográficas pequeñas. Por esta razón es esencial contar con los sistemas y el cambio institucional y cultural necesarios para enfrentar los futuros fenómenos naturales.

El estudio "La economía de la adaptación al cambio climático" estima que el costo de adaptación a una temperatura 2C superior a la actual en 2050 oscila entre $70 a $100 mil millones por año. Para América Latina y el Caribe, el costo anual podría estar entre los $15,000 a $21,000 millones. Para la década que termina en el 2019, esa cifra corresponde al 0.27 por ciento del PIB de la región.

Las economías más pequeñas de América Latina y el Caribe están particularmente en riesgo. Los gobiernos y las poblaciones deben tomar en serio estos riesgos para garantizar un crecimiento sostenible y la reducción de la pobreza.

Hace falta un esfuerzo mayor para informar que el problema de los desastres es la falta de planificación y el rezago en la agenda de desarrollo regional. Muchos países vienen trabajando este tema de manera responsable. El Banco Mundial acompaña estas iniciativas con asesoría técnica y respaldo financiero para la prevención de riesgo en lugares como Haití, Brasil, El Salvador, Perú por mencionar ejemplos recientes. Allí se han establecido programas de construcción de viviendas e infraestructura más segura, capacitación en el manejo de riesgo de desastres y prevención pura a través de mecanismos de financiamiento de contingencia (CAT DDO, por sus siglas en inglés).

Los desastres no respetan fronteras, razas, ni estratos sociales, sin embargo afectan desproporcionalmente a los pobres y a los países en desarrollo. Hay un acervo creciente de conocimientos y avances tecnológicos que puede ayudar a nuestras poblaciones a entender cabalmente el riesgo de desastre. Pero el deseo de cambio debe venir de las personas e instituciones en los mismos países.

Lo que importa es lo que construya la gente y donde lo construya. En la medida que lo hagan más con conciencia preventiva, los estragos humanos y económicos disminuirán.


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