Nuestra última entrada en el blog se preguntaba si era posible que una inversión en infraestructura en América Latina y el Caribe alcanzara el triplete: apuntalar el crecimiento, mejorar el bienestar social y ayudar al medio ambiente.
Una joven agregó la siguiente petición en la página de Facebook del Banco Mundial: “Nosotros como ciudadanos tenemos que exigir ese tipo de inversiones a nuestros gobiernos: vías modernas, energía limpia que dé trabajo y no contamine.”
Tomo esto como una señal de que deberíamos ir más allá del crecimiento, por lo tanto planteo lo siguiente:
Exploramos el primer vínculo y encontramos que los lazos entre la inversión en infraestructura y el crecimiento son de hecho sólidos, tanto a corto como a largo plazo. Y si bien el crecimiento es crucial para reducir la pobreza, no puede realizar todo el trabajo en solitario. Una visión más holística del desarrollo nos ayudaría a evaluar si la inversión en infraestructura es buena para el bienestar de una sociedad. Tanto desde una perspectiva económica como personal, queremos saber si una inversión contribuye a incluir a sus usuarios en la economía, si brinda oportunidades o progreso al hogar.
Una forma de aproximarse al nivel de inclusión es la igualdad en el ingreso, y las investigaciones muestran que sí, que un volumen mayor y una mejor calidad de la infraestructura ayudan a mejorar la distribución de la riqueza. Si bien la igualdad en el ingreso toca especialmente a nuestro sentido de justicia, como indicador único de inclusión suena como muy indirecto y algo impersonal. Es decir, el dinero no lo es todo. Para que una inversión sea realmente inclusiva, tiene que hacer algo... prestar un servicio que brinde mayor salud y felicidad a las personas.
Si bien la implementación de Evaluaciones de Impacto Económico en el sector de la infraestructura aún se encuentra en pañales, podemos observar ciertos vínculos entre infraestructura y resultados en el desarrollo sin forzar nuestra imaginación más allá de la evidencia disponible. Podemos decir con confianza que:
- Una mejor red de transporte público mejora nuestro acceso al mercado laboral, derivando en ciudades menos congestionadas y contaminadas.
- Un mejor servicio de agua corriente y saneamiento significa menos esquistosomiasis, diarrea y problemas de salud infantiles.
- Una red eléctrica más confiable significa más tiempo para estudiar y aprender, y la libertad de trabajar desde el hogar.
Las carreteras transitables todo el año significan un mejor acceso a los mercados, escuelas y hospitales... y alimentos más baratos.
¿Acaso el ciudadano promedio que paga impuestos sobre combustibles, servicios públicos y tarifas de autobús piensa en estos impactos indirectos? En caso de no hacerlo, ¿qué espera la gente de las inversiones en infraestructura?
Resulta que la respuesta es tautológica. Queremos el servicio de infraestructura que esa infraestructura se supone que debe dar. Hace poco, durante las consultas públicas para una Estrategia Nacional de Infraestructura en El Salvador, un hombre ya anciano en el pueblo de Villa Belén expresó esto mismo mejor de lo que yo podría hacerlo.
“La verdad es que nadie se mudaría a este pueblo porque carece de todo servicio básico. Aquellos que permanecen realmente están desesperados...navegamos en un barco con muchos problemas, pero si lo abandonamos, nos ahogaremos. Si alguien me ofreciese dinero, lo tomaría y dejaría todo esto atrás. No hay luz, no hay agua, no hay servicios básicos.”
Una y otra vez, cuando se les pregunta a los pobres cuáles son sus prioridades, es el servicio de infraestructura en sí el que aparece en primer lugar.
El “bienestar” de los pobres mejora cuando tienen una conexión al alcantarillado en su hogar y agua corriente confiable. Punto. Sus vidas mejoran cuando tienen una conexión eléctrica confiable y cuando pueden acceder a un buen camino con facilidad. Punto. Los habitantes de las ciudades quieren un mejor transporte público porque quieren un mejor transporte público. Es decir, menos tiempo de espera, menos estrés, más tiempo para las cosas importantes de la vida. Estudiar el impacto de los servicios de infraestructura es crucial para el diseño y para el establecimiento de prioridades en la inversión.
No necesitamos realizar análisis de regresión o experimentos con grupos de control para entender la importancia de los servicios de infraestructura para los pobres. Nos lo dicen ellos mismos y, al final de cuentas, éste es el vínculo entre infraestructura e inclusión.
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