Orquesta Sinfónica Don Bosco, cuando la música es sinónimo de esperanza

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Andrea Rodríguez. Gabriel Munguía. Guillermo Esquivel. Alicia Azuzena. Daniela Lozano. Brandon Gómez. Carlos Caminos. Jorge Gutiérrez. Ariel Castillo. Todos vienen de un mismo país: El Salvador.
 
Tienen distintas historias; viven en diferentes barrios; y sin embargo, hay algo que los une. Forman parte del Coro y la Orquesta Sinfónica Don Bosco, un proyecto apoyado por el Banco Mundial (BM) que les abrió las puertas a confiar en un futuro mejor; y a nosotros nos ha enseñado que la música, además de despertar talentos, puede convertirse en un instrumento de prevención de violencia.
 
Pero no solo eso. También nos ha mostrado que cuando hay determinación, resolución, y compromiso, comunidades en dificultades serias pueden -con muy poquito apoyo- llegar a ser un claro ejemplo de éxito rotundo.

Un éxito que nos muestra una cara de Centroamérica a la que desafortunadamente no se le presta mucha atención. Pues las noticias suelen enfatizar más las cifras de crimen y pobreza o la emigración de menores hacia los EEUU.  Pero sabemos que existe otra Centroamérica donde priman la ilusión y las ganas de triunfar. Y lo que es más importante, es la Centroamérica del futuro.
 
Lo descubrimos el 27 de abril y nuevamente el 30, en dos conciertos que la orquesta brindó en Washington, Estados Unidos. Para la mayoría de los 130 chicos y jóvenes que integran el grupo era la primera vez que viajaban fuera de su país o que tomaban un avión.
 
Quizás por ello, las primeras fotos que muchos de ellos tienen de ese viaje es la del Airbus A320 acercándose a la pasarela donde debían embarcar. Al despegar, dejaron atrás su día a día, marcado por problemas como la inseguridad o la falta de oportunidades, y sumado, en algunos casos, a la ausencia de un padre o una madre que dejó el país o murió en un enfrentamiento entre pandillas.
 
Para nosotros, escucharlos en directo también representó una primera vez. La primera vez que teníamos la posibilidad de disfrutar su música, sí, pero sobre todo la primera vez que podíamos conocer de cerca sus historias; las dificultades que enfrentan en su día a día en El Salvador; y sobre todo el esfuerzo que han hecho para convertirse en músicos; algo que duplica el valor de su mérito.
 
Hace algunos años, el sacerdote salesiano español José María Moratalla Escudero, más conocido como Padre Pepe, les dio la oportunidad de formar parte de una iniciativa musical que llevó a cabo la Fundación Edytra, donde es el director. El proyecto, que fue financiado por el Fondo Japonés de Desarrollo Social (JSDF) y administrado por el Banco Mundial, los adentró por primera vez al mundo de la música.

Muchos de ellos nunca habían visto una partitura. Es por ello que pasaron los primeros seis meses aprendiendo el ritmo de cada nota dando palmadas. Para entonces, la mayoría no creía que fueran capaces de tocar un instrumento. Menos todavía que la música les permitiría cambiar sus vidas.

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Dos años después, el Coro y la Orquesta Sinfónica Juvenil Don Bosco dieron su primer concierto en San Salvador. Y dos años más tarde se presentaron por primera vez en el extranjero, en el Kennedy Center y la sede del Banco Mundial, en Washington.
 
En estos conciertos, superaron todas las expectativas de quienes conocíamos el proyecto e incluso echaron por tierra las suspicacias que tuvimos al comienzo. Los jóvenes representaron las obras con gran nivel y hasta lograron emocionarnos. Escucharlos, y más conociendo sus historias, nos recordó por qué y por quienes trabajamos día a día.
 
De alguna forma también visibilizamos detrás de cada nota un problema que no solo afecta a El Salvador, sino también Guatemala y Honduras: la violencia y las enormes consecuencias humanas, sociales y económicas que dejan en sus sociedades.
 
Las altas cifras de violencia de estos países reflejan una compleja situación similar a la de países en guerra. De hecho, en la peor época de la guerra civil salvadoreña, el número de muertos fue de dos a tres veces menor a la cifra actual de homicidios.
 
Lo más preocupante es que la mayoría de las víctimas y victimarios son jóvenes de entre 14 y 29 años, y mayoritariamente de bajos recursos. Como los jóvenes del Coro y la Orquesta Sinfónica Juvenil Don Bosco.
 
La violencia es, además, la causante de otro problema: la migración de niños hacia Estados Unidos, un fenómeno que el año pasado levantó las alarmas en los tres países del Triángulo Norte.
 
Las cifras explican por qué. Entre octubre de 2013 y agosto de 2014, alrededor de 66.000 niños centroamericanos fueron detenidos al intentar cruzar la frontera entre México y Estados Unidos. Si bien estas cifras han cambiado, afortunadamente a la baja, las razones que los llevaron a emprender una arriesgada travesía de 1,500 kilómetros siguen presentes.
 
Para intentar solucionar el problema, el Banco Mundial empezó a trabajar desde algún tiempo para prevenir la violencia y ofrecer más oportunidades. Municipios Más Seguros en Honduras, Apoyo Temporal al Ingreso en El Salvador y el futuro proyecto de Infraestructura Urbana con la Mancomunidad del Sur en Guatemala, son algunos de estos proyectos.
 
Todos buscan mejorar las condiciones de vida de los niños y los jóvenes de Centroamérica. Pues ellos son el futuro de esta región, de forma que trabajar por y para Centroamérica es trabajar por y para ellos; y trabajar por y para ellos es trabajar por y para el futuro de la región. Para que sigan haciendo realidad sus sueños. Para seguir abriéndoles una puerta a la esperanza.

Autores

Àngels Masó

Encargada de comunicación en el Banco Mundial para América Latina

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