“No pierdan su tiempo en programas locales de mejoramiento si hay alguien que puede mejorar la semilla para ti. Somos un país pequeño y no nos podemos dar el lujo de reinventar la rueda”. Éste fue el pragmático consejo de un científico agrícola butanés que estaba visitando Bolivia hace algunos años. Su afirmación puede ser correcta, especialmente en países con recursos limitados. Sin embargo, estoy convenciso que la implementación de innovaciones agrícolas requiere hacer vínculos entre lo global y lo local, en una alianza de beneficio compartido, y con capacidades sólidas en el campo. Aquí un buen ejemplo.
Por décadas, los centros del Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR por su nombre en inglés) han desarrollado y entregado tecnología para que el sistema global de alimentos pueda alimentar a las personas en todo el planeta. El trabajo del CGIAR para mejorar variedades de cultivos y tecnologías agronómicas seguirá siendo importante –especialmente considerando que se proyecta que la población mundial excederá los 9 billones hasta el 2050, y los productores seguirán buscando impulsar los rendimientos y las ganancias en un contexto de cambio climático. Y las alianzas con miles de instituciones locales que prueban y validan tecnologías, también en el campo de productores, son cruciales. Si los aliados locales fallan en su trabajo, incluso las mejores tecnologías corren el riesgo de llegar a ser inútiles. Los centros también confían en las contrapartes locales para mejorar los cultivos basado en información de alta calidad que viene desde el campo. Es un círculo virtuoso.
El Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y Forestal (INIAF) es una de las muchas instituciones aliadas de los centros del CGIAR. Desde el 2012, INIAF ha trabajado con CGIAR para desarrollar tecnología de producción en trigo, en un proyecto de innovación agrícola financiado por el Banco Mundial y las Cooperaciones Suiza y Danesa. La colaboración en la producción de trigo ha sido especialmente efectiva. En mi perspectiva, hay dos elementos clave detrás de este éxito:
Colaborar para maximizar capacidades: INIAF ha sido capaz de pilotear un modelo de investigación inclusivo que utiliza las capacidades de muchos actores para abordar las prioridades nacionales en investigación en trigo. Invertir en este cultivo en Bolivia hace sentido, al ser un país en el cual los rendimientos están entre los más bajos de la región y donde se ha tenido que importar más de 200.000 ton anualmente para satisfacer la demanda interna. El Programa de Trigo del INIAF trabaja muy de cerca con el sector privado, ejemplificado en la alianza con la Asociación Nacional de Productores de Oleaginosas y Trigo (ANAPO), como también con la sociedad civil, como es la Fundación de Investigación en Productos Andinos (PROINPA). El Programa también colabora con gobiernos subnacionales, universidades públicas y privadas, organizaciones de productores, y productores individuales. En un mundo en donde el cambio tecnológico ocurre muy rápido y proviene de muchas fuentes diferentes, trabajar mediante alianzas de colaboración –particularmente con el sector privado—es indispensable para generar, diseminar y adoptar innovaciones.
Probar innovaciones intensamente, actuar rápido y compartir el conocimiento científico: INIAF ha sacado ventaja de su alianza con el CGIAR para alcanzar impresionantes resultados y de manera rápida. Una piedra angular del Programa de Trigo del INIAF ha sido la colaboración con el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), un miembro del CGIAR basado en México. En los últimos cuatro años, INIAF ha probado aproximadamente 10.000 líneas genéticas puestas a disposición por el CIMMYT y ha evaluado su adaptabilidad a diferentes ambientes de producción en el país. El CIMMYT ha participado en el proceso de investigación y ha dado oportunidades a los investigadores del INIAF para interactuar con expertos de todo el mundo.
Usando material genético puesto a disposición por CIMMYT y tomando en cuenta la información colectada a través de decenas de ensayos en todo el país, ahora INIAF es capaz de entregar variedades mejoradas para la industria triguera boliviana. Cuatro nuevas variedades han sido liberadas y están comenzando a ser adoptadas, dado que muchos productores se involucraron en las actividades de investigación. En escenarios más bien conservadores, se proyecta que durante los próximos cinco años estas variedades generarán US$ 7 millones incrementales de valor de la producción, más de tres veces el costo del Programa de Trigo (ver infografía). Y estas variedades son sólo el inicio. Los mejoradores de trigo en el INIAF han avanzado mucho en el desarrollo de variedades resistentes a la sequía, las que puedan hacer frente al cambio climático, y variedades biofortificadas que puedan mejorar la nutrición de los más pobres; estas variedades deberían llegar al mercado pronto.
Hoy en día, INIAF es reconocido como un aliado capaz y confiable, y el CIMMYT está dispuesto a subir la vara un poco más. Recientemente CIMMYT invitó al Programa de Trigo del INIAF a sumarse a una red internacional de investigación que está trabajando para combatir pyricularia, una enfermedad que está teniendo devastadores efectos en la producción de trigo en todo el mundo. INIAF ha comenzado a probar materiales que parecen ser resistentes a esta enfermedad, y si se confirma esta resistencia, los materiales serán introducidos en variedades comerciales no sólo en Bolivia pero también en países distantes tales como Bangladesh.
Gracias al esfuerzo sostenido de los investigadores bolivianos, hoy en día INIAF es capaz de sumar fuerzas con uno de los centros líderes de investigación agrícola para construir un sistema global de alimentos con la capacidad de alimentar a cada persona, en cualquier lugar, todo el tiempo.
Después de todo, programas locales de mejoramiento no son tan mala idea.
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