En el año 1988 terminé la escuela primaria. Al momento de elegir el colegio donde cursar mis estudios secundarios mi padre no me dio elección y me inscribió en el típico colegio comercial del pueblo. ¿Su argumento? Al terminar los cinco años de estudio contaría con las habilidades necesarias para desempeñar tareas como cajero bancario, una ocupación estable y bien paga. El punto es que las cosas cambian y de haber comprado su argumento hoy estaría enfrentando una batalla casi perdida contra una máquina.
El proceso de cambio tecnológico que estamos experimentando no es algo nuevo. Hace veinte años que realizamos operaciones bancarias a través de un cajero automático. Y hoy ya las hacemos desde nuestras casas a través de una computadora. En algunos países los expendedores automáticos de combustibles reemplazaron por completo al tradicional estacionero. También en los supermercados solemos embalar, pesar y pagar a través de una máquina. La mayoría de las personas le han dado la bienvenida a la posibilidad de realizar compras por internet y recibirlas en sus hogares, sin necesidad de trasladarse personalmente a un local comercial.
El avance tecnológico propone una gran oportunidad aunque también importantes desafíos. La automatización de algunos procesos productivos permite lograr una ganancia de eficiencia económica, reduciendo costos medios de producción, minimizando la tasa de error en los procesos productivos y optimizando la utilización del tiempo. Por otro lado, las tecnologías digitales posibilitan la entrada al mercado de pequeños y medianos productores a partir de la expansión en el acceso a los mecanismos de comunicación. Ejemplo de ello lo constituye la creación de plataformas comerciales conectadas a través de internet donde compradores y vendedores se reúnen asumiendo mínimos costos de transacción.
Sin embargo, y más allá del potencial incremento de productividad global de la economía que éste proceso pueda ocasionar, la preocupación se centra en la posibilidad de desplazamiento de una parte de la fuerza de trabajo a través de máquinas administradas desde sistemas computacionales, y las consecuencias distributivas que ello implica. El proceso de innovación tecnológica que crea nuevas formas de producción conlleva en sí mismo la destrucción de las tradicionales organizaciones productivas. Este fenómeno, conocido como “proceso destrucción creativa” ya fue popularizado en 1942 por Jospeh Schumpeter.
La telefonía fija está dejando de tener el nivel de utilidad que tenia décadas atrás debido al avance de la comunicación digital; la TV tradicional está perdiendo terreno contra los sistemas de streaming en el campo del entretenimiento (y por tanto publicitario); un disco rígido tiene mayor capacidad de memoria que la de un ser humano; los servicios de traducción online cada vez son más precisos a partir de la búsqueda de patrones sugeridos por los propios usuarios (a pesar de que aún traduzca free rider como jinete libre); algunos comercios se encuentran sustituyendo parte de su personal de caja por cajeros automáticos (antecedentes de esto ya existe en el sistema bancario y en algunos supermercados); y hasta la tecnología que permite la autonomía de los automóviles ya se encuentra disponible poniendo en riesgo le ocupación de los taxistas.
Concretamente, el desarrollo de nuevas tecnologías de producción implica que determinadas tareas son susceptibles de ser reemplazadas por una máquina.
Pero, ¿qué tareas pueden ser automatizadas?
La automatización de tareas es más factible entre aquellas que siguen un procedimiento bien definido, repetitivo en invariantes, es decir “rutinarias”, las cuales pueden ser fácilmente realizadas por algún tipo de algoritmo computacional. Para ello sólo se requiere identificar los procedimientos requeridos, sus tiempos de realización, coordinarlos, programarlos y ejecutarlo desde una computadora.
Este fenómeno no es nuevo. Esta sustitución se ha visto desde la primera revolución industrial. Sin embargo, la revolución tecnológica se ha desarrollado de tal manera que las maquinas pueden desempeñar no sólo las tareas “manuales” sino también algunas tareas de carácter “cognitivo” que décadas atrás sólo eran realizadas por las personas. Según Timothy Bresnahan, profesor de la Universidad de Stanford, durante las últimas tres décadas las computadoras han sustituido tareas asociadas con el cálculo, la coordinación de actividades y la comunicación. Este tipo de tareas son cognitivas, pero rutinarias, y esto último las hace susceptibles de ser automatizadas.
Contrariamente, la capacidad de las computadoras de sustituir a los trabajadores abocados a la realización de tareas cognitivas es limitada. Aquellas que demandan flexibilidad, creatividad, resolución de problemas y habilidades de comunicación, es decir las “no rutinarias”, no son susceptibles de ser automatizadas. La imposibilidad de establecer una serie de instrucciones explícitamente programadas constituye la principal restricción.
¿Qué sucedió en Argentina y Uruguay en los últimos veinte años?
A partir de un estudio que desarrollamos en el Banco Mundial titulado “Cambio tecnológico y mercado de trabajo en Argentina y Uruguay”, en el cual caracterizamos a las ocupaciones según el contenido relativo de cada tipo de tareas requerida, observamos que durante las últimas dos décadas ha habido un cambio en el tipo de tareas que desarrolla el trabajador promedio en ambos países. Mientras que entre mediados de la década del noventa los trabajadores destinaban gran parte de su tiempo al desarrollo de tareas “manuales rutinarias”, hoy este tipo de tareas ya no son tan requeridas a los trabajadores quienes destinan una mayor parte de su tiempo a la realización de tareas “cognitivas”.
Estos cambios fueron consecuencia del cambio tecnológico que motiva el movimiento de los trabajadores entre ramas de actividad (pasando de la industria al sector servicios, particularmente en el caso uruguayo), entre ocupaciones al interior de la misma rama y cambios propios de la combinación de tareas dentro de cada ocupación. Es decir, a medida que se incorpora nuevas tecnologías en cada ocupación, los trabajadores necesitan cambiar el tipo de tareas que hacen. Todo ello, posibilitado porque el cambio se encontró con una fuerza de trabajo más calificada que le permitió readaptarse.
¿Cuáles son las consecuencias?
Este proceso de cambio productivo genera dos consecuencias directas. Una de corto plazo y otra de mediano y largo plazo pero que requiere medidas en el presente. En el corto plazo una reducción de la demanda de trabajo especializada en tareas “manuales rutinarias” generando lo comúnmente conocido como desempleo tecnológico. Ello implica un riesgo de polarización del mercado de trabajo con un segmento de trabajadores en estado de desocupación o con ocupaciones basados en tareas rutinarias de bajos ingresos y, un grupo de trabajadores calificados desarrollando predominantemente tareas “cognitivas no rutinarias” de altos ingresos laborales.
En el mediano y largo plazo podrían surgir ocupaciones nuevas. Los nuevos procesos de producción requerirán de nuevos bienes y servicios complementarios. A medida que crece la cantidad de unidades productivas que internalizan nuevas tecnologías y verifican incrementos de productividad se expande el empleo complementario en dichos sectores y se generan otras ocupaciones que atiendan nuevas demandas de bienes y servicios. Por tanto es posible esperar un escenario de creación de nuevas ocupaciones tales como lo fue el maquinista después de la revolución industrial y el diseñador de páginas web a principio de siglo XXI.
¿Qué podemos hacer?
Resulta clave definir dos estrategias diferentes, una de corto y otra de largo plazo. Afrontar el desempleo tecnológico requiere del fortalecimiento del sistema de formación continua de manera de posibilitar la re-adaptación de la oferta de trabajo contemplando las nuevas demandas laborales. Asimismo, dicha re-adaptación debe ser rápida. Promover la cooperación público-privada, no sólo en términos de financiamiento sino también de definición de estrategia de formación y aprovechamiento de economías de escala en las tareas de capacitación, es esencial en esta estrategia.
Desde una perspectiva de largo plazo, muchos de los trabajos que los niños de hoy desarrollarán en su adultez aún no existen. Por tanto, no es posible brindarle una capacitación específica. El desafío consiste en preparar sus habilidades cognitivas de manera tal de generar capacidades de creación y adaptación. Es imprescindible comenzar a repensar el papel desempeñado por el sistema educativo en todos sus niveles y sus mecanismos de enseñanza, con el fin de que sea flexible a las nuevas realidades y permitir que los niños y jóvenes transiten por el desarrollo de sus habilidades básicas, sobre todo las socioemocionales, numéricas, de resolución de problemas y pensamiento crítico, más allá de su capacidad de memoria. ¡Para esto último ya existe el disco rígido!
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