Serapio vive en una aldea remota situada en el departamento hondureño de Olancho. Comparte su casa con otras 16 personas, incluidos 12 hijos y un nieto. Si bien dispone de una finca de cacao que le ayuda a mantenerse, es el dinero que recibe de sus hijos en Estados Unidos lo que proporciona el sustento a su familia.
Como él, miles de familias en la región viven de los envíos procedentes de otros países. Tanto es así, que en 2014 los flujos de remesas a América Latina alcanzaron los 66 mil millones de dólares, de los cuales alrededor de 16 mil millones fueron a parar a Centroamérica, donde su contribución al PIB es significativa. Concretamente, las remesas representan el 16.9% del PIB en Honduras, el 16.4% en El Salvador, el 10% en Guatemala y el 9,6% en Nicaragua.
No hay duda de que estas son buenas noticias para los países centroamericanos. Pues, como ya comentábamos en el informe del Banco Mundial “Remesas y Desarrollo. Lecciones desde América Latina” (Pablo Fajnzylber y J. Humberto López), está comprobado que contribuyen a la reducción de la pobreza y a aumentar el número de matrículas escolares, además de mejorar los indicadores de salud de las personas receptoras.
Según la publicación, para el promedio de América Latina, un aumento de un punto porcentual en la contribución al PIB de las remesas contribuye a reducir la pobreza alrededor de un 0,4%, entendiendo como pobres las personas que viven con menos de U$2,5 al día.
De la misma forma, en Nicaragua y Guatemala las tasas de inscripción escolar de los niños y jóvenes entre 12 y 17 años de las familias que reciben remesas son entre un 10% y un 15% más altas que en las familias que no las reciben.
El informe también reveló que en estos dos países los niños entre 1 y 5 años de hogares receptores de remesas tienen mayor peso y altura que en aquellas casas donde no se reciben. Estos resultados nos llevarían a la conclusión natural que las remesas no solo deben ser consideradas como positivas sino también alentadas y facilitadas.
Sin embargo, un estudio recientemente publicado por el Grupo del Banco Mundial (“El Salvador, construyendo fortalezas para una nueva generación”) sostiene que puede haber una cara no tan positiva de los flujos de remesas, según la cual, estos podrían estar detrás de las bajas tasas de crecimiento del PIB en algunos países.
¿Cómo podemos conciliar, entonces, la idea de que las remesas contribuyen a reducir la pobreza y, al mismo tiempo, frenan el crecimiento, con lo cual se convertirían en un obstáculo para disminuir la pobreza?
Para entender esto tenemos que diferenciar entre las consecuencias inmediatas que tienen (si las recibo hoy mi ingreso aumenta en el momento y, en conclusión, mi situación va a ser mejor) y, por otro lado, cómo las remesas afectan mi comportamiento futuro. Y es aquí donde las cosas se vuelven más complejas.
En el caso de El Salvador, sabemos que la participación laboral de las personas que reciben remesas es de alrededor de 10 puntos porcentuales inferior a la de aquellos que no las reciben. Concretamente las cifras revelan un 80% versus un 90% para los hombres y un 45% versus a un 55% para las mujeres.
Este patrón -que también se puede observar en otros países centroamericanos como Honduras o Guatemala- se atribuye a que las personas que las reciben tienen un mayor salario de reserva, lo cual, a su vez, ejerce una presión al alza sobre los salarios medios.
Esta es una buena noticia desde la perspectiva de reducción de la pobreza para los que están trabajando. Sin embargo, si el incremento del salario no va acompañado de mejores niveles de productividad, especialmente en sectores de bajo valor añadido, esto afectaría negativamente el crecimiento futuro del país.
Del mismo modo, la tasa de ahorro de las familias salvadoreñas que reciben remesas es de entre 2% y 4% menor que aquellas que no las reciben. Esta cifra puede parecer pequeña e irrelevante, hasta que se tiene en cuenta que El Salvador es uno de los países con las tasas de ahorro y de inversión más bajas de la región.
¿Significa esto que la opinión generalizada de que las remesas son un fenómeno positivo debe cambiar? Nuestra opinión es que no necesariamente. Sin embargo, estos resultados ponen de relieve que será importante para los gobiernos que tomen en consideración estos comportamientos a la hora de definir sus políticas.
Una forma sería, por ejemplo, en el caso de que los salarios de reserva elevados reduzcan la competitividad de las empresas, compensar la situación con decisiones políticas que aborden la falta de competitividad derivada de otras limitaciones como una infraestructura pobre, altos costos de la energía o bajos resultados educativos.
Cierto, estas recomendaciones no son nuevas para los países emergentes. Nuestro argumento es que para aquellos países que reciben remesas son mucho más importantes.
Del mismo modo, una tasa de ahorro más baja de lo deseado por los actores privados podría ser compensada con un aumento del ahorro público. Esto a su vez requeriría un mayor nivel impositivo y/o un menor nivel de gasto corriente.
Entendemos que estas recomendaciones son más fáciles de recomendar que de implementar. No obstante, también sabemos que si queremos aprovechar al máximo las remesas, será importante adaptarse a estos desafíos.
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