¿Sabías que 4 de cada 10 niños viven en hogares uruguayos que enfrentan pobreza monetaria, multidimensional o ambas a la vez? A pesar del sólido sistema de protección social de Uruguay y de contar con uno de los niveles de gasto social más altos de América Latina, unos 320.000 niños y adolescentes crecen en condiciones de privación, según UNICEF. Romper este ciclo requiere más y mejores empleos: sin oportunidades laborales estables y sostenibles para los adultos a cargo, muchas familias no podrán dejar atrás la pobreza de forma definitiva.
Una historia de dos generaciones
El contrato social uruguayo ha logrado reducir de forma notable la pobreza entre las personas mayores, y la protección social ha sido clave para los hogares más vulnerables, sobre todo en tiempos de crisis. Pero hay una brecha que salta a la vista: el gasto público por cada niño es menos de la mitad que el destinado a los mayores de 60 años, y la tasa de pobreza monetaria infantil es cinco veces más alta (29% frente a 6%), según UNICEF.
Aunque esto refleja el loable compromiso del país con la protección de adultos mayores, también deja al descubierto un desafío cada vez mayor: una sociedad que envejece y donde los niños son cada vez menos. A medida que el bono demográfico se reduce, garantizar que la próxima generación crezca sana, educada y productiva no es solo un imperativo moral y un asunto de derechos de la niñez, es también una necesidad fiscal y económica.
Mejores empleos: el eslabón perdido en la reducción de la pobreza infantil
El desequilibrio no es solo demográfico; también refleja las limitaciones económicas de las familias con niños, niñas y adolescentes, sobre todo cuando solo uno de los padres trabaja. Aunque los adultos de la mayoría de los hogares pobres con niños participan activamente en el mercado laboral, suelen hacerlo en empleos informales o de baja productividad, con ingresos bajos e inestables. Las transferencias sociales ayudan a amortiguar los golpes, pero su alcance es limitado. Las familias necesitan caminos reales hacia medios de vida sostenibles.
Un estudio del Banco Mundial revela que el número de personas adultas que generan ingresos en una familia es un factor decisivo para salir de la pobreza. Esto se vuelve evidente cuando hay una sola persona adulta a cargo de los niños, en la mayoría de los casos, su madre. Pero incluso en los hogares con niños donde hay más de un adulto, uno de cada tres depende de un único ingreso, según el análisis de incidencia distributiva del Banco Mundial. Esta situación duplica las probabilidades de vivir en la pobreza, refleja las barreras que aún enfrentan las mujeres para acceder al mercado laboral y limita el potencial de crecimiento del país.
El análisis del Banco Mundial simuló qué pasaría si 25.000 mujeres que hoy se dedican al trabajo doméstico no remunerado ingresaran al mercado laboral (un aumento del 3%) y consiguieran empleo de inmediato. Ese cambio haría crecer en un 25% el ingreso per cápita de esos hogares y reduciría a la mitad su tasa de pobreza. Además, con más hogares donde trabajan ambos adultos, aumentan los ingresos fiscales, se reduce la presión sobre los sistemas de protección social y se achica la brecha de ingresos entre hombres y mujeres.
Estos resultados dejan en claro la necesidad de políticas que impulsen el empleo femenino mediante servicios de cuidado accesibles, modalidades laborales flexibles, licencias parentales adecuadas y mejores mecanismos de intermediación laboral. Más allá de su impacto en la equidad de género, estas son estrategias macroeconómicas para sostener el crecimiento y la inclusión.
Invertir en la infancia: esencial para el desarrollo
Según proyecciones de UNICEF, si Uruguay universalizara políticas clave —como transferencias con mayor cobertura y suficiencia, licencias parentales, sistemas de cuidados y programas de alimentación escolar— podría reducir la pobreza infantil en dos tercios en la próxima década. Una expansión así es viable y generaría beneficios duraderos al fortalecer el capital humano, la productividad y la resiliencia fiscal del país. Con esa expansión, la inversión en infancia pasaría del 5% actual a cerca del 8% del PIB.
A medida que Uruguay avanza hacia una estructura demográfica más envejecida, la urgencia de actuar crece. Las políticas que aumentan los ingresos familiares y las inversiones directas en la infancia se complementan: unas fortalecen los medios de vida de hoy, las otras aseguran el crecimiento de mañana.
Invertir más en los niños y en sus familias es fundamental no solo para garantizar su derecho a una vida digna —con vivienda, educación y salud adecuadas—, sino también para construir un futuro próspero. No hacerlo hoy, ya sea a través de la educación, la nutrición o el acceso de sus padres y madres a empleos decentes, significa limitar sus oportunidades de desarrollarse y, en última instancia, erosionar la base del crecimiento futuro del país.
Construir caminos para salir de la pobreza
El mensaje es claro: para erradicar la pobreza infantil, Uruguay debe seguir invirtiendo en las familias, en los sistemas de cuidado y en las oportunidades que pongan los derechos y el bienestar de los niños, niñas y adolescentes en el centro del desarrollo. Al mismo tiempo, debe generar más y mejores empleos, especialmente para las mujeres. Solo así el crecimiento económico podrá ser verdaderamente inclusivo y sostenible.
Acabar con la pobreza infantil es, ante todo, garantizar que cada niño pueda disfrutar de una vida digna y desarrollar todo su potencial. Cuando las familias cuentan con ingresos estables y acceso a servicios esenciales, los niños ganan hoy —y la sociedad gana mañana, con más inclusión, equidad y cohesión social.
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