Televisión pública en América Latina: las 3 preguntas que todos nos debemos hacer

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¿Cuál es la actividad a la que dedicamos más tiempo después de trabajar y dormir? Ver televisión.

Hay quien piensa que otras pantallas han restado protagonismo al televisor, o que los adolescentes prefieren conversar con sus celulares o intercambiar chismes en sus sitios de Internet preferidos. Pero los datos desmienten esas suposiciones.

Pasamos una media mundial de 3 horas y cuarto frente a la televisión. En América Latina, tres horas y media. Nada impide a los jóvenes, por otro lado, chatear y ver televisión al mismo tiempo. De hecho, es paradójicamente frecuente que los momentos de mayor atención hacia la televisión coincidan también con un mayor uso de las conocidas como “redes sociales”. Y nada impide tampoco que la televisión de hoy se disfrute también en la pantalla del teléfono inteligente o en la tableta, un fenómeno cada vez más frecuente.

El interés que suscita la televisión en los ciudadanos y ciudadanas es proporcional al que ponen en su control los gobiernos y los operadores privados. A pesar de la caída de los ingresos publicitarios en gran parte del mundo, una televisión con cierta audiencia es un negocio muy rentable. Y, por supuesto, también una herramienta fascinante para quien quiera trasladar un mensaje, sea una religión, un gobierno o una corporación.

En los últimos tiempos, en América Latina parece haber un interés renovado por el modelo de televisión pública que es tan característico de Europa. Tanto es así que no hemos tenido complejo en subtitular “El renacimiento de la televisión pública en América Latina” al libro Cajas Mágicas, que acabamos de publicar con apoyo del Banco Mundial, del PNUD y de la FIIAPP española. Sin dogmatismos ni preconcepciones, hemos buscado y hemos reflejado allí las variables principales y sus posibles opciones en la configuración de un sistema de televisión pública.

Las preguntas que podemos hacernos para ello caben en tres categorías y son extraordinariamente simples sobre el papel. 

  1. Contenidos y programación: Este aspecto tiene que ver con qué y cómo se programa. ¿Debe una televisión pública limitarse a ofrecer información y programación de servicio público, destinada solo a minorías, con el peligro de convertirse en un servicio menor que sólo interesa a una minoría? ¿O podría, en el otro extremo, competir de lleno con los canales comerciales ofreciendo programas de amplia audiencia aunque no tengan ningún contenido ni cívico ni formativo? En otro orden de cosas, ¿qué prerrogativas se reserva un Gobierno para poder emitir el mensaje que considera importante para su ciudadanía? , en nuestro libro se concluye que: los medios públicos latinoamericanos debieran asumir un papel de ayuda a los ciudadanos, ofreciendo servicios que les permitan explorar una variedad de temas para mejor entender el mundo que les rodea y poderse desarrollar en él con plenitud. En línea con un informe del Consejo de Europa.
  2. Control y acceso: En otras palabras, ¿quién nombra a los responsables? ¿Quién controla su funcionamiento? ¿El Gobierno? ¿El parlamento? Y en este caso, ¿por qué mayoría? ¿Algún tercero más o menos independiente? Obviamente la respuesta a estas preguntas determinará las garantías de acceso a las decisiones que tendrán las fuerzas políticas y sociales de la Oposición. Sin embargo, lo que puede parecer moralmente evidente, como que debería ser el parlamento quien articulara el nombramiento y el control de los órganos de dirección de la televisión pública, puede derivar a veces en situaciones de bloqueo. 
  3. Financiamiento. Es decir, ¿quién paga? ¿Se financia la televisión pública directamente con una cuota que pagan los ciudadanos? ¿Indirectamente con subvención pública? ¿Quizá con un canon que pagan las televisiones privadas por tener asignada la concesión del servicio? ¿Con publicidad y acuerdos comerciales de otro tipo? ¿Con una combinación de algunas de estas posibilidades? Tener una televisión con audiencia no es barato. En América Latina prácticamente no hay datos, pero por poner algunos ejemplos europeos de referencia, la mítica BBC les cuesta a cada hogar británico unos 180 euros (unos US$233 dólares), la televisión pública francesa unos 125, y la alemana (con 22 canales) a cada hogar unos 228 euros al año.

Las respuestas a todas estas preguntas serán determinantes para el futuro de los medios públicos de América Latina y la relación con su audiencia.

 


Autores

Luis Arroyo

Presidente Asesores de Comunicación Pública

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