También diponible en: English
Ha pasado ya una semana desde que un devastador terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter asoló Nepal, con el epicentro a 75 kilómetros al noreste de Katmandú, y recién se comienza a hacer el conteo de los daños.
A medida que el número de muertos aumenta, llegando a más de 6000 hoy, los informes iniciales de la destrucción se enfocan inevitablemente en las tareas de búsqueda y rescate en los lugares de fácil acceso en el valle de Katmandú, en las zonas de la mortal avalancha ocurrida en el campamento base en el monte Everest, y en los sitios donde colapsaron muchos de los históricos templos hinduistas en las plazas de los palacios de Katmandú, Patan y Bhaktapur.
La mayoría de los nepalíes estupefactos por el sismo original y las numerosas réplicas —algunas de fuertes intensidades de 6,5 o 6,8 grados— se concentraron durante el primer día en las necesidades inmediatas: conectarse con sus familiares, vivir el duelo por los muertos, conseguir tratamiento médico para los heridos, levantar campamentos en las afueras de sus hogares, y apartar suministros esenciales para los próximos días y semanas.
De la noche a la mañana, el valle de Katmandú se vio poblado de campamentos para personas desplazadas internamente (IDP, por sus siglas en inglés), cuando estas comenzaron a armar tiendas de campaña y construir cobertizos de lona impermeable en sus patios, parques públicos, rotondas, aceras y plazas, e incluso en las calles, porque estaban demasiado asustadas de regresar a sus viviendas debido a las continuas réplicas. Durante una semana, ellas se han acomodado sobre el césped o el pavimento, cubiertas por toldos y frazadas, bajo noches lluviosas y oscuras debido a la falta de electricidad. Para muchos, fue una desgracia.
A horas de haber ocurrido el terremoto, en la oficina del Banco Mundial en Katmandú, funcionarios esenciales como Bigyan Pradhan (director interino a cargo de las operaciones en el país), Prakash Chapagain (especialista en gestión de recursos) y Pradeep Shah (experto en seguridad) comenzaron a contactar a todo el personal para asegurarse que estaban bien y determinar sus necesidades; adquirir tiendas de campaña, sábanas de plástico, frazadas, medicamentos y otros equipamientos de sobrevivencia para distribuir a aquellos que los necesitaran, e iniciar la respuesta del Grupo Banco Mundial frente al desastre. Muchos trabajaron a pesar de sus difíciles circunstancias personales. Las oficinas de países vecinos —en Delhi y Dhaka— enviaron provisiones de socorro en tiempo récord, por vía terrestre y aérea.
El personal y sus dependientes fueron localizados pocas horas después del terremoto, y en algunos días también supimos que las viviendas de las familias de algunos funcionarios del Banco estaban destruidas. Alina Thapa no podrá regresar a su casa y Kesh Shrestha perdió el segundo piso de su hogar. Las viviendas de dos conductores a contrata quedaron reducidas a escombros.
Afortunadamente, ningún miembro del Banco Mundial falleció ni resultó herido, si bien otro chofer a contrata perdió a su hermano y a la familia de este al colapsar la casa donde vivían.
Pese a las trágicas pérdidas de vidas, muchos nepalíes hicieron notar que por fortuna el terremoto ocurrió al final de la mañana del sábado, cuando las escuelas y las oficinas estaban cerradas y la mayoría de las personas estaban despiertas y afuera de sus hogares. La cifra de muertos hubiera sido mucho más alta si el sismo se hubiera registrado 12 o 24 horas más temprano o más tarde.
La buena suerte también hizo que el aeropuerto permaneciera abierto, al igual que las dos o tres carreteras en el valle de Katmandú. De esta manera, los suministros pudieron llegar a los necesitados. Los migrantes internos de Nepal —los jóvenes y los esposos que trabajan en el valle— pudieron viajar para poder ver a sus familias en las zonas rurales. El agua aún corrió en las cañerías y en los canales de regadío. Las redes telefónicas —si bien de manera irregular— funcionaron en la mayoría de los casos, y la energía eléctrica retornó gradualmente a muchos vecindarios. En unos pocos días, también, muchos negocios de comestibles, carnicerías y panaderías volvieron a abrir en el valle, y para los residentes más afortunados —y con más dinero—, se podría decir que la vida de manera plausible está regresando a la normalidad.
O al menos parece ser así. Cuán errónea es esa evaluación. Apenas a unos 100 kilómetros de distancia, la vida es inmensamente diferente.
Únase a la conversación