Al acumular una extraordinaria cantidad de energía en poco espacio, los combustibles fósiles ayudaron a impulsar el desarrollo humano a niveles inimaginables antes de la Revolución Industrial, desde sintetizar fertilizantes hasta proporcionar la energía para los vuelos espaciales. Pero junto a la energía, producen contaminantes del aire dañinos para la salud y gases de efecto invernadero (GEI).
En la actualidad, las emisiones de GEI son mayores que en cualquier momento en al menos 800 000 años, (i) y siguen en aumento, provocando cambios en el clima que amenazan con echar por tierra décadas de avances en materia de desarrollo. La alteración de los medios de subsistencia, la pérdida de la seguridad alimentaria y de ecosistemas marinos y costeros, la falla de la infraestructura y las amenazas a la seguridad mundial son solo algunos de los riesgos identificados en los últimos informes científicos. (i)
En ausencia de una tecnología que elimine permanentemente los GEI y que permita restaurar la concentración en la atmósfera a niveles seguros, solo queda una solución realista: limitar las emisiones adicionales. Se estima que, para evitar los efectos más negativos del cambio climático, en las próximas décadas podremos emitir como máximo una cantidad igual a un 20 % del total de las reservas comprobadas de combustibles fósiles.
Dada la omnipresencia de este tipo de combustibles en nuestras economías y vidas, dejarlos en el suelo tendrá consecuencias importantes, comenzando con el valor de los propios activos.
El valor de mercado de las reservas de combustibles fósiles en la actualidad —incluyendo el 80 % que no se puede quemar, valorado en unos US$20 billones— refleja la idea de que serán explotados y quemados. Sin embargo, eso entra en conflicto con el imperativo de limitar las emisiones de GEI. Esta divergencia en la percepción crea “una situación en la que los precios de los activos parecen estar basados en opiniones inconsistentes o inverosímiles sobre el futuro”, (i) también conocida como burbuja de carbono. Las reservas no quemadas son vistas como activos inmovilizados.
Activos inmovilizados es un término que se usa para las inversiones o activos que pierden su valor debido a cambios en el mercado. Las causas de esto se asocian a menudo a modificaciones significativas y con frecuencia repentinas en la legislación, las restricciones ambientales, o los avances tecnológicos que hacen que los activos se vuelvan improductivos u obsoletos. El caso de las líneas telefónicas fijas después del desarrollo de las redes de telefonía celular ilustra cómo el cambio tecnológico puede bajar el valor de algunas inversiones; y la preocupación de los fabricantes de automóviles especializados en vehículos deportivos utilitarios con gran consumo de combustible después del alza del precio de la gasolina en Estados Unidos muestra la vulnerabilidad al cambio de los precios.
Opiniones discrepantes
Cuando se trata de activos inmovilizados que se relacionan con los combustibles fósiles, las impresiones acerca del futuro son, por cierto, divergentes.
Por un lado, un número cada vez mayor de jurisdicciones —unas 40 de carácter nacional y más de 20 de carácter subnacional— está implementando o preparando medidas para recortar las emisiones de carbono, como impuestos sobre el carbono, sistemas de intercambio de cuotas de emisión, o regulaciones restrictivas. Las instituciones financieras internacionales como el Grupo del Banco Mundial exhortan a los países y empresas a respaldar la fijación del precio del carbono (i) e instan a los ministros de Hacienda a eliminar los subsidios a los combustibles fósiles (pdf), (i) que se estima ascienden a unos US$480 000 millones antes de la deducción anual de impuestos y US$1,9 billones cuando se incluyen los costos externos. Estados Unidos (i) acaba de anunciar esta semana planes para reducir sus emisiones mediante una normativa, y un asesor del Gobierno de China (i) dijo que estaban considerando un límite absoluto a partir de 2016. Grandes inversionistas institucionales, que enfrentan riesgos financieros asociados a la deflación de la burbuja de carbono y han sido alentados por sus partes interesadas, ya están tomando medidas para liquidar las inversiones en combustibles fósiles. Los mercados financieros están respondiendo a las inquietudes y creando índices de inversión que no incluyen combustibles fósiles.
La otra percepción acerca del futuro revela la creencia de que el uso de combustibles fósiles permanecerá relativamente intacto, una visión que se encuentra a menudo en los informes a los accionistas (i) y se observa en las grandes inversiones (i) en actividades de exploración y desarrollo de nuevos recursos de combustibles fósiles.
La pregunta de los US$20 billones es: ¿quién tiene la razón? Los mercados muestran actualmente una preferencia por la última opción. Pero se sabe que los mercados ocasionalmente favorecen el optimismo infundado sobre el futuro, el que es seguido de rápidos cambios que incorporan una evaluación más adecuada de todos los puntos fundamentales. Y la aversión al riesgo (i) de desastres es uno muy importante.
Abordar el tema de los activos inmovilizados
Uno de los grandes desafíos es cómo absorber la cancelación de miles de billones de activos de combustibles fósiles de la manera menos dolorosa para todos, especialmente para los menos favorecidos. Los medios de subsistencia están conectados en forma directa o indirecta a estos combustibles en muchos aspectos: desde los pequeños agricultores que han dependido de escarificadores diésel a trabajadores cuya jubilación puede ser perjudicada por la situación de las acciones relacionadas con los combustibles fósiles. Los dueños de activos de combustibles fósiles y los trabajadores cuyo empleo depende de ellos se verán afectados por los activos inmovilizados, tal como sucede cuando las centrales de carbón existentes tienen que cerrar porque ya no son rentables.
Para reducir al mínimo las pérdidas futuras, los inversores pueden comenzar hoy a diversificar sus carteras agregando activos de energía limpia, los cuales aumentarán su valor durante la transición a una economía con bajas emisiones de carbono a medida que los activos de combustibles fósiles pierdan valor. Para los trabajadores, las soluciones incluyen redes de protección social y formación profesional en áreas de los nuevos sectores en crecimiento.
Hay buenas razones para ser optimistas sobre la superación de esos desafíos.
El financiamiento para la transición aumenta cada año: los bonos verdes, por ejemplo, emitidos por empresas privadas e instituciones públicas, ya ascienden a miles de millones de dólares. (i) Esos nuevos activos son “coberturas naturales” contra el estallido de la burbuja de carbono y se pueden agregar a las carteras de fondos de pensiones para proteger los ahorros de los trabajadores. Además de esto, existen muchos instrumentos para redirigir nuevas inversiones hacia automóviles limpios y generación de energía sin perjudicar a los vehículos que funcionan con combustible o las centrales de carbón existentes. Dichos mecanismos incluyen normas de desempeño, tarifas preferenciales y programas feebate (reembolso de aranceles), que allanan la evolución hacia un capital con menos intensidad de carbono sin crear activos inmovilizados.
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