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Cinco cosas que aprendimos sobre el extremismo violento

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La amenaza del extremismo violento (PDF, en inglés) fue una idea común en muchos de los debates durante el Foro sobre Fragilidad (i) que se realizó este mes. Los entornos frágiles no son los únicos que sufren una carga desproporcionada de ataques y son explotados por los grupos extremistas. Por lo tanto, si vamos a prevenir nuevos actos violentos, nuestros esfuerzos se tienen que centrar en las áreas de la fragilidad, el conflicto y la violencia.

El vicesecretario general de las Naciones Unidas, Jan Eliasson, señaló en su discurso inicial (i) que: “Debemos aprender a controlar mejor las llamas antes de que ellas representen una amenaza a la existencia. Tenemos que realizar más trabajo de prevención y después del fin de los conflictos”.

Si estamos listos para dedicarnos seriamente a prevenir y responder al extremismo violento, necesitamos comprender mejor por qué las personas y las comunidades apoyan a los grupos extremistas, y por qué no lo hacen.

Durante el foro, el panel “Extremismo violento: Qué sabemos y qué no sabemos” ayudó a arrojar luz sobre algunos temas empíricos cruciales.

Estas son las cinco cosas que aprendimos:

1. El extremismo es local. Aunque el extremismo está en los titulares noticiosos internacionales y atrae a las personas a través de las fronteras, es esencialmente un problema local. Como lo han precisado muchos analistas, las protestas se producen de manera extensa e intensa en muchos países, pero el extremismo violento solo ocurre en algunos de estos.

Los grupos extremistas actuales, como sus precursores a lo largo de la historia, entienden que el contexto tiene suma importancia. Escuchan a la opinión pública, aprenden idiomas y prácticas culturales, y se insertan en la estructura de las comunidades, y en esto yace su atractivo único: la capacidad de ahondar las demandas y las divisiones existentes, luego comunicar y motivar a los seguidores en términos nacionalistas, no religiosos. Recientemente, durante una misión en Kenya, un líder musulmán que trabaja con la juventud que regresa de Al-Shabaab (un grupo insurgente de Somalia) me dijo que la religión es el prisma a través del cual se da forma a las reivindicaciones políticas.

2. Las percepciones y el apoyo de los grupos extremistas violentos pueden cambiar, con frecuencia, muy rápidamente. Rebecca Wolfe de MercyCorps (i) presentó datos de una encuesta recopilados antes y después de la renuncia del exprimer ministro iraquí, los cuales revelan que el apoyo a los grupos armados disminuyó en un 20 %, mientras que el apoyo al Gobierno aumentó en un 10 %. Estos porcentajes fueron especialmente significativos entre los sunitas. El hecho de que la comunidad internacional desempeñara un papel importante en esta transición muestra que alentar a los Gobiernos a abordar demandas profundamente arraigadas en la sociedad puede tener resultados, y muy rápidamente.

3. El dinero es solo una parte de la historia. La mayoría de las veces las personas no se unen a grupos extremistas violentos por razones de dinero. Esto no significa que no sean atractivos los incentivos financieros que ofrecen estos grupos. Sí lo son, especialmente para personas económicamente vulnerables, como las viudas o los jóvenes que intentan subsistir en una zona de conflicto.

No obstante, los pobres —más que los ricos— tienden a tener aversión a los grupos extremistas violentos. Jacob Shapiro, (i) profesor asociado de Política y Relaciones Internacionales en la Universidad de Princeton, presentó los resultados de un estudio en Pakistán (PDF, en inglés) que demuestran que los pakistaníes más pobres manifestaron rechazo a todos los principales grupos extremistas violentos más que los pakistaníes de clase media. Además, cuando se manipuló con propósitos experimentales a individuos de clase media para que se sintieran relativamente más pobres, ellos fueron menos propensos a apoyar a organizaciones militantes violentas.

4. Los programas de empleos, aunque son una buena idea, no disuaden a las personas de unirse a los grupos violentos. Está bien: hemos sabido desde hace un tiempo que no hay un vínculo concluyente entre el empleo (o la carencia de él) y la violencia. Mike Gilligan, (i) profesor asociado de Política en la Universidad de Nueva York, precisó —irónicamente— que habría sido poco probable que un programa de empleos desviara a George Washington y su ejército de su causa extremista en el siglo XVI.

5. Las redes sociales atraen a las personas a los grupos extremistas violentos, pero también las protegen de ellos. Si alguna vez fue joven, usted sabe esto intuitivamente: tendemos a hacer lo que están haciendo nuestros amigos. Para muchos de nosotros, los empleos nos dan un sentido de conexión social, pero en contextos frágiles, o en los grupos marginales en otras situaciones, a menudo hay pocas oportunidades significativas de expresión propia. Gilligan mencionó su investigación en Nepal, la que demostró que los militantes exhibieron más tendencias prosociales que su generación. Los grupos extremistas violentos saben bien esto, y eso es la razón por la cual solo el Estado Islámico (EI) tiene al menos 46 0001 cuentas en Twitter con un promedio de 1000 seguidores cada una.
 
1. Los autores hacen notar que la cifra podría llegar a 70 000.


Autores

Alys Willman

Former Senior Social Development Specialist, Fragility, Conflict & Violence Group

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