En la actualidad, 4400 millones de personas —poco más de la mitad de la población mundial— viven en las ciudades. En tan solo las próximas tres décadas, dos de cada tres personas residirán en las ciudades. Las ciudades son un factor que impulsa la productividad y la prosperidad: más del 80 % de toda la actividad económica se concentra en ellas. Pero también se encuentran en la primera línea de múltiples crisis —y sufren los impactos de la COVID-19, los conflictos y las poblaciones migrantes, y el cambio climático— que pueden agravar los riesgos y aumentar las desigualdades.
Abordar estos desafíos y gestionar mejor la urbanización —y sus efectos positivos y negativos— será el tema central de las conversaciones entre representantes de Gobiernos nacionales y locales, planificadores urbanos, organizaciones internacionales, grupos de la sociedad civil, jóvenes y expertos del sector que se reunirán este mes en el Foro Urbano Mundial (i) en Polonia.
No cabe duda de que el contexto de estos desafíos estará en primer plano. La pandemia de COVID-19, por ejemplo, generó una carga económica única para las ciudades: un mayor gasto en protección social, y la pérdida al mismo tiempo de fuentes de ingresos locales debido a los confinamientos que afectaron dramáticamente los centros urbanos y redujeron la actividad económica, formal y de otro tipo. Muchos de estos riesgos financieros siguen siendo altos debido a una recuperación desigual y al incómodo recordatorio de que la pandemia aún no ha quedado atrás.
También hay que considerar los desplazamientos forzados a raíz de los conflictos. El Foro Urbano Mundial de este año se lleva a cabo en Katowice, una ciudad ubicada a solo 800 kilómetros de la frontera de Ucrania, desde donde más de 6,5 millones (i) de civiles han huido en los últimos meses. De hecho, las personas que escapan de conflictos y se trasladan a las ciudades están aumentando a nivel mundial: hasta junio de 2022 había más de 100 millones de desplazados (i) por la fuerza en todo el mundo, de los cuales 48 millones eran desplazados internos, 26,6 millones eran refugiados y 4,4 millones eran solicitantes de asilo. Más de la mitad de los desplazados internos y refugiados viven en zonas urbanas.
Por último, se debe considerar el cambio climático. El 70 % de las ciudades ha tenido que hacer frente a los impactos adversos del cambio climático en sus ciudadanos e infraestructura, afectando las vidas, los medios de subsistencia y los presupuestos nacionales. En 136 ciudades costeras principales, 100 millones de personas están expuestas a inundaciones, lo que suele suponer una carga en los gastos diarios para quienes tienen menos posibilidades de afrontarla. Las ciudades son también una fuente cada vez mayor de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), consumiendo dos tercios de la energía mundial y representando más del 70 % de las emisiones de GEI. Garantizar que la transformación urbana avance de forma sostenible requiere medidas y acciones concretas tanto a nivel nacional como local, y asociaciones multilaterales más sólidas.
Cada crisis por sí sola pone en peligro a las ciudades y el potencial de estas para impulsar el crecimiento económico. En conjunto, el impacto de estas crisis puede ser devastador y de larga duración. Las ciudades deben tener objetivos reales, tangibles y factibles —y líderes que las hagan avanzar— para responder a estas crisis y convertirse en espacios seguros, inclusivos y resilientes para miles de millones de personas en todo el mundo.
Hacer que las ciudades se conviertan en sus propias soluciones implica, en primer lugar, recuperar las economías y prepararse en el presente para mitigar el cambio climático y sus impactos en el futuro. Estos son los tres elementos en los que se basa nuestro enfoque para apoyar a las ciudades en sus esfuerzos de recuperación, respuesta y revitalización de sus economías mientras se preparan para un futuro cada vez más incierto:
Primero: garantizar que todos los ciudadanos se beneficien de la recuperación de la pandemia. La COVID-19 ha dejado al descubierto graves desigualdades existentes dentro de las ciudades, donde los grupos vulnerables, los grupos de bajos ingresos, las minorías raciales y étnicas, y los trabajadores informales se ven afectados de manera desigual por el virus y los efectos indirectos de la enfermedad. Para garantizar una recuperación inclusiva, las ciudades deberán planificar e invertir de forma que se mejore el acceso a la vivienda, el empleo, y la salud y otros servicios para todos. En Freetown (Sierra Leona), por ejemplo, inversiones para impulsar la cubierta de árboles urbanos ayudaron también a crear alrededor de 500 empleos de corto plazo (i) durante la pandemia: una victoria por partida doble al impulsar la resiliencia urbana y generar medios de subsistencia.
Segundo: invertir en un desarrollo urbano bien planificado para ayudar a evitar futuras emisiones y riesgos climáticos. La infraestructura urbana y las redes de movilidad construidas hoy, para impulsar la recuperación económica tras la pandemia, podrían establecer patrones de crecimiento, consumo, emisiones y vulnerabilidades para las próximas generaciones. Las acciones que se llevan a cabo hoy en día en las ciudades para lograr un desarrollo urbano compacto y bien planificado deben ser verdes, resilientes e inclusivas (PDF, en inglés), haciendo que las ciudades sean más eficientes, estén bien conectadas y proporcionen un mejor acceso a los servicios. Las inversiones dirigidas a, por ejemplo, establecer economías circulares, garantizar servicios adecuados de abastecimiento de agua y saneamiento y mejorar las opciones de transporte con bajas emisiones de carbono generarán importantes beneficios para los residentes urbanos.
Este es el caso de Türkiye (i), donde unas 30 ciudades han estado trabajando para mejorar el acceso a un transporte público y servicios de abastecimiento de agua de calidad, sostenibles y resilientes; una mayor eficiencia energética, y mejores entornos urbanos. Una mejor planificación de las inversiones urbanas ayuda a aumentar la preparación y la capacidad nacionales para evitar los efectos adversos del cambio climático y adaptarse a estos.
Por último: invertir en un enfoque centrado en “las personas que se encuentran en el lugar” para gestionar las consecuencias de los conflictos y el desplazamiento forzado en entornos urbanos. Esto significa tener en cuenta consideraciones en dos dimensiones: primero, las vulnerabilidades de las personas desplazadas y, segundo, las necesidades del lugar donde se encuentran. A medida que más personas acceden a servicios limitados, esto añade una capa adicional de estrés en un sistema ya frágil. Por lo tanto, las intervenciones deben pasar de la asistencia humanitaria a una que integre en el tejido urbano de manera sostenible a las personas desplazadas. Nuestras experiencias recientes en respaldo de un enfoque multisectorial para encontrar soluciones urbanas integrales tanto para las comunidades desplazadas como las de acogida en el Líbano, por ejemplo, se centraron en aumentar las capacidades de los Gobiernos locales y reducir las tensiones sociales, involucrando a las propias comunidades en el proceso.
No hay duda de que la pandemia ha dejado a muchos países, especialmente a los países en desarrollo, con una capacidad financiera debilitada, y también a las ciudades . Por eso, para hacer frente a las crisis complejas con un financiamiento adecuado, los Gobiernos deben desempeñar un papel más activo y los niveles locales de gobierno deben colaborar estrechamente con ellos para garantizar que estos fondos se dirijan a transformar las ciudades de manera sostenible teniendo en cuenta sus necesidades y desafíos específicos. Para ello, es necesario realizar inversiones fundamentadas con recursos públicos limitados; movilizar capital privado a escala, y hacer un buen uso de los recursos de las instituciones financieras internacionales y los bancos multilaterales de desarrollo, especialmente para ayudar a reconstruir la capacidad financiera de las ciudades que puede haberse visto afectada durante la pandemia.
El Banco Mundial está aumentando sus conocimientos técnicos especializados y aplicando diversos mecanismos financieros para apoyar a las ciudades, ya sea ayudándoles a invertir en la preparación, a responder ante un desastre o a construir ciudades del futuro donde las personas puedan trasladarse, respirar y ser productivas. Esta asistencia representa, en promedio, entre USD 6000 millones y USD 7000 millones (i) cada año. Crear estas ciudades saludables, resilientes y dinámicas requiere tiempo e inversiones, pero los beneficios son demasiado significativos como para ignorarlos.
Este artículo fue publicado originalmente en polaco por PORTAL SAMORZADOWY el 24 de junio de 2022.
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