Un avance sin precedentes, promesas y desafíos marcan el Día Mundial del Sida 2012. La ciencia nos ha dado las herramientas para derrotar a la más mortífera de las epidemias de nuestro tiempo, y nos atrevemos a imaginar –junto con la secretaria de Estado de EE. UU., Hillary Clinton– una generación libre de la enfermedad.
A nivel mundial, tenemos un arsenal cada vez mayor de mecanismos de prevención, hemos desarrollado más drogas para luchar contra el sida que para todos los retrovirus de la historia en su conjunto, hemos reducido los costos de los medicamentos para este mal de más de US$10.000 a menos de US$100, y hemos ampliado el tratamiento de una cifra menor a 50.000 hace menos de una década a más de 8 millones en la actualidad, lo que constituye la expansión más rápida de un tratamiento que permite salvar vidas.
Según el último informe de ONUSIDA, las nuevas infecciones de VIH han disminuido más del 50% en 25 países de ingreso bajo y mediano. Los fallecimientos relacionados con el sida se han reducido en más de un 25%. Sin embargo, sigue siendo la enfermedad infecciosa más mortífera de nuestra generación, siendo responsable de más de 65 millones de infecciones y 30 millones de muertes en conjunto, y cerca de 3 millones de contagios y 2 millones de decesos al año.
Las enfermedades infecciosas –principalmente el sida, pero también la tuberculosis y el paludismo– representan aún casi dos tercios de la mortalidad en África. Casi 4 millones de niños solo en Sudáfrica han perdido al menos a uno de sus padres a causa del sida. El financiamiento mundial de la lucha contra este mal se ha estancado y más de 20 países de África dependen del financiamiento externo para más de la mitad de los presupuestos destinados al sida.
Nuestro éxito mundial en la lucha contra el sida ilumina nuestra lucha más amplia contra la enfermedad, la ignorancia y la pobreza. Este éxito demuestra el poder transformador de cuatro elementos fundamentales: ciencia, solidaridad, derechos humanos, y medidas audaces.
Nuestro notable avance científico contra el sida es un ejemplo de décadas de aceleración de los progresos científicos en muchos campos. Las continuas innovaciones en ciencia, tecnología, implementación y organización social ofrecen oportunidades sin precedentes para poner fin a la enfermedad, la ignorancia y la pobreza, siempre que las aprovechemos plenamente. Sin embargo, la innovación científica por sí sola no fue suficiente para transformar la respuesta mundial al sida hasta que se fusionó con la solidaridad sin precedentes de una coalición de legisladores conservadores y liberales, científicos y activistas, contribuyentes del norte y comunidades del sur que se negaron a limitar el tratamiento que permite salvar vidas a los que tienen más recursos y se atreven hoy a prever una generación libre de sida.
El sida nos muestra –no solo como principio, sino como clara y observable verdad empírica – de qué manera los derechos humanos son un requisito previo para la salud y el desarrollo. La prevención eficaz del VIH –ya sea entre mujeres marginadas, trabajadores sexuales, hombres que tienen sexo con hombres, o usuarios de drogas intravenosas– significa promover los derechos humanos, así como la ciencia y los servicios. El tratamiento de este mal se basa en el principio moral del derecho a la atención médica, y la ratificación de este derecho ha impulsado un esfuerzo más extenso para lograr la cobertura sanitaria universal.
El énfasis en los derechos transformó al sida en un movimiento social más amplio, a favor de las personas enfermas, los marginados, la salud como un derecho humano y -en última instancia- de los derechos humanos universales.
La expansión mundial del tratamiento del mal no surgió de un cuidadoso análisis y pruebas de viabilidad, sino de un compromiso moral con la acción y objetivos ambiciosos que parecían inalcanzables y arriesgados al comienzo de la epidemia. Surgió también de una candente impaciencia frente al proceso y un incesante afán por obtener resultados, ya sea reduciendo los tiempos de aprobación de los fármacos y los costos de los medicamentos, o introduciendo tratamientos a gran escala donde no había ninguno.
Los beneficios colaterales de la lucha contra el sida son enormes y crecientes. Un reciente estudio del Journal of the American Medical Association mostró que los países que reciben recursos del Plan de Emergencia del Presidente de los Estados Unidos para el Alivio del Sida (PEPFAR, por sus siglas en inglés) (i) redujeron la mortalidad de adultos por TODAS las causas en un 20%. Las plataformas de salud fortalecidas por la respuesta al sida presentan notables descensos de la mortalidad infantil en África oriental.
Un inmenso y repentino aumento de recursos centrados en la prestación transformó los servicios sanitarios de primera línea. La respuesta al sida inspiró el nacimiento del movimiento mundial por la salud y dio lugar a un cambio radical en los fondos mundiales destinados a este fin.
En África, regeneró un continente moribundo, desterrando el sombrío fantasma de los hospitales repletos de figuras cadavéricas y fabricantes de ataúdes tapizando las carreteras hacia cementerios desbordados. Actualmente, 7 de las 10 economías de más rápido crecimiento están en África, y este crecimiento del continente sorprende incluso a los optimistas.
En muchos sentidos, el sida es un ejemplo del sorprendente progreso social y científico que hemos alcanzado durante el transcurso de nuestra vida. Con una generación libre de sida a la vista, no debemos vacilar. Si redoblamos el compromiso con la innovación científica, la solidaridad, los derechos, y la acción, podemos hacer realidad el sueño de una generación que no padezca el mal. Terminar con el sida es tanto un fin en sí mismo como un hito importante en la búsqueda de acabar con la enfermedad, la ignorancia y la pobreza.
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