En el estadio Maracaná de Brasil, miles de espectadores estaban de pie, en puntillas, mientras que en el resto del mundo millones de jubilosos televidentes seguían las imágenes en directo del desfile del primer equipo olímpico de refugiados (identificado con el código ROT por el Comité Olímpico Internacional) durante la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Los 10 integrantes —seis hombres y cuatro mujeres— fueron seleccionados entre 43 posibles candidatos. El equipo está compuesto por cinco atletas de Sudán del Sur y uno de Etiopía, dos yudocas de la República Democrática del Congo y dos nadadores de Siria. Su inclusión en los actuales JJ. OO. ha sido uno de los momentos más esperanzadores del certamen, porque estos 10 deportistas, además de portar la bandera olímpica, llevaban consigo un mensaje de aliento a millones de jóvenes que han sido desalojados forzosamente de sus hogares.
Sin embargo, si bien hay mucho que celebrar y tantos a quienes congratular por esta iniciativa histórica sin precedente en el ámbito deportivo, en un mundo ideal no debería existir un equipo de esta naturaleza. Los escasos momentos de júbilo —exacerbados por nuestros gritos de aliento— no deberían ocultar la realidad del sufrimiento humano sin parangón que se vive en los campamentos de refugiados de todo el mundo. La mera existencia de un equipo como este nos recuerda que el mundo, en forma colectiva, ha sido incapaz de ayudar a más de 65 millones de desplazados (i) a regresar a sus hogares o a encontrar otro lugar que pueda convertirse en su hogar permanente. Estos deportistas representan a una comunidad que huye de conflictos regionales, guerras civiles, agresiones, genocidios, hambrunas, la pobreza y las enfermedades; algunas de estas situaciones están tan arraigadas, que parece difícil encontrar soluciones viables.
Esperanza para los apátridas
La noticia de la muerte de Samia Yusuf Omar, una atleta somalí de 21 años, sacudió al mundo en 2010. Esta corredora había hecho noticia a nivel internacional con su participación en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, tras lo cual había recibido amenazas a su regreso a Somalia. Su meta era competir en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, y para ello atravesó Etiopía, Sudán y Libia con destino a Italia, donde tenía la esperanza de encontrar un entrenador. Samia se ahogó (i) en el mar luego de que la embarcación en que viajaba se quedó sin combustible. Lamentablemente, historias como la de Samia han dejado de ser una excepción; miles de personas, entre ellas mujeres, jóvenes y niños, han perdido la vida en los últimos años al naufragar sus embarcaciones en el Mediterráneo. Todas ellas perseguían un sueño.
Dos de los actuales integrantes del ROT se cuentan entre quienes han arriesgado la vida para cruzar el mar hacia Europa. En 2011, el nadador sirio Rami Anis huyó de Alepo, su ciudad natal, y logró llegar a Bélgica después de haber vivido muchos años en Turquía y de cruzar por mar hasta Grecia en octubre pasado.
Yusra Mardini, otra nadadora de Siria, escapó de su país en agosto de 2015 y actualmente vive en Alemania. El año pasado, Yusra acaparó los titulares de los medios de comunicación luego de su valiente hazaña durante la travesía desde Turquía hasta Grecia. Ella y su hermana, que también es nadadora, viajaban en un bote atestado de gente cuando este se averió. Las dos saltaron al agua y, a nado, arrastraron el bote hasta la costa.
Es poco probable que Yusra Mardini o Rami Anis lleguen a las semifinales pues no tuvieron un entrenamiento ni una dieta adecuados antes de los JJ. OO. Sin embargo, ambos nadadores y sus ocho compañeros de equipo son considerados un símbolo de esperanza e inspiración para millones de jóvenes desplazados que también sueñan con sobresalir.
Postergados y olvidados
Las crisis en Oriente Medio han captado la atención mundial en los últimos años, pero las guerras civiles y los interminables conflictos en países como Afganistán, República Centroafricana, Somalia y Sudán del Sur son los hechos que han causado la mayor cantidad de desplazados y que han derivado en prolongadas crisis de refugiados. De hecho, no es coincidencia que la mayoría de los integrantes del ROT no provengan de Oriente Medio.
Para algunos de los deportistas refugiados, en particular aquellos que viven en países de acogida que cuentan con buenos sistemas de inmigración, mientras más pronto pierdan su condición de “refugiados”, tanto mejor. Por ejemplo, en enero, el Comité Olímpico Internacional (COI) consideró incluir a la iraní Raheleh Asemani, que compite en taekwondo, pero como ella obtuvo la ciudadanía belga en abril de este año, actualmente integra el equipo olímpico belga (i) y competirá por su nueva patria de adopción.
No obstante, para muchos jóvenes deportistas refugiados, la única posibilidad de participar en los Juegos Olímpicos es hacerlo como integrantes del ROT. Los cinco atletas de Sudán del Sur del equipo actual aún viven en campamentos de refugiados en Kenya, donde han permanecido en la incertidumbre durante los últimos 10 a 15 años. El Gobierno de Kenya anunció (i) que en noviembre cerrará el campamento de refugiados de Dadaab, el más grande del mundo. En ese momento, ellos se convertirán en apátridas y no tendrán un registro como refugiados en un campamento. Para muchos jóvenes aspirantes que se encuentran allí, su única opción olímpica —el ROT— se habrá esfumado.
Captar la atención mundial
Para atraer la atención mundial (i) acerca de la “magnitud de la crisis de los refugiados”, que en la actualidad supera (i) incluso las cifras de la Segunda Guerra Mundial, el COI decidió financiar la participación de los deportistas refugiados.
La presencia del ROT también se ve como una oportunidad para las organizaciones que ayudan a los refugiados y a los desplazados en todo el mundo. La mayor parte del financiamiento que reciben muchas de estas organizaciones, entre ellas la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), consiste en donaciones de los Gobiernos. Es importante que esos países donantes y sus contribuyentes tengan conciencia de la crisis de los refugiados y de la necesidad de un apoyo financiero constante. Eventos como los JJ. OO. son excelentes ocasiones para crear mayor conciencia a nivel masivo.
La dotación de cupos para que pudieran competir deportistas refugiados en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 es un primer paso en la dirección correcta, pero desde todo punto de vista no es suficiente para una comunidad mundial que en los últimos años ha crecido exponencialmente. En la actualidad hay más de 65 millones de personas (i) —entre ellas más de 21 millones de refugiados— que han sido desplazadas voluntaria o forzosamente de sus hogares. Más de la mitad de los desplazados por la fuerza en todo el mundo son niños y, por eso, darles esperanza de un futuro mejor es tanto o más importante que brindarles servicios básicos, como alimentación, albergue y educación.
Cabe recordar al mundo la gravedad de la situación de los refugiados, y es importante poner un rostro a su sufrimiento. Quizás al conocer la historia de un deportista, millones de personas adquieran más conciencia y se vuelvan más generosas. No debemos permitir que sus historias desaparezcan una vez que hayan concluido los Juegos Olímpicos; tenemos que continuar abogando por su futuro.
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