Cuando los líderes mundiales se reúnan en Egipto esta semana durante la 27.a Conferencia de las Partes en la Convención sobre el Cambio Climático (COP27), surgirá una pregunta de peso: ¿dónde está el dinero?
Es una pregunta válida. Los países en desarrollo necesitan al menos USD 1,7 billones al año de aquí a 2030 para respaldar la acción climática y la transición hacia un futuro con bajas emisiones de carbono. Uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo radica en asegurarnos de que se obtenga ese dinero. El panorama actual muestra un mosaico de diversas promesas climáticas y anuncios antiguos reformulados. Es difícil, a veces imposible, verificar lo que sucede después. Esa falta de visibilidad se torna aún más opaca cuando los compromisos se basan en metas que exceden la duración de nuestras vidas.
Cuando consulto a los Gobiernos y los líderes empresariales sobre los avances respecto de sus promesas climáticas, las respuestas a menudo carecen de la especificidad y la materialidad necesarias para lograr progresos reales en la agenda climática. Incluso a los usuarios de datos experimentados como yo les resulta difícil descifrar quién aporta realmente dinero para abordar la emergencia climática a corto plazo, y mucho más determinar a dónde se destinan esos recursos y cómo se los utiliza. Para reunir grandes volúmenes de fondos públicos, privados, en condiciones concesionarias y comerciales, y verificar que se canalicen hacia los países, los sectores, los proyectos y las personas de modo tal de generar un efecto valioso, es necesario mejorar significativamente la transparencia y la rendición de cuentas.
En la actualidad, sin embargo, no conocemos con certeza las cifras básicas. Esto hace mucho más difícil verificar que los países pobres cuenten con los recursos que necesitan para hacer frente a una crisis que no provocaron. Si ayudamos a las personas, especialmente a los más pobres y vulnerables, a entender cuánto dinero se entrega y de qué manera los beneficia, podremos generar mayor participación y combatir el hartazgo por la sucesión de anuncios y el cinismo que pueden padecer las conferencias de alto nivel. También podremos generar mayor confianza y atraer aún más inversiones.
En los 30 años que llevo trabajando en el ámbito del desarrollo internacional, he observado el valor de la transparencia en este tipo de iniciativas. Me recuerda el impulso que surgió hace unos años en favor de mayor transparencia en la asistencia, la Iniciativa para el Alivio de la Deuda de los Países Pobres Muy Endeudados de la década de 1990 que encabecé en el Banco Mundial, y el movimiento de principios de la década de 2000 con el que se buscaba incrementar la transparencia de los ingresos derivados de las industrias extractivas. Más recientemente, los debates se han centrado en la transparencia de la deuda.
Esta vez, la amenaza es existencial. La acción climática mundial se estanca. Las consecuencias de la inacción en los países en desarrollo son inimaginables.
Si la COP27 representa el paso de las promesas a la implementación —de los discursos a la acción—, todas las entidades públicas y privadas que ofrecen financiamiento climático deben acordar dar a conocer sus datos básicos. Para cada uno de los anuncios que se formulen este mes en Sharm el-Sheikh, en la COP del año próximo debería presentarse un informe de seguimiento de fácil acceso que todo el mundo, desde los banqueros hasta el público en general, pueda comprender. Es la única manera de que en el desafío que representa el financiamiento climático se logre realmente la rendición de cuentas.
La transparencia es parte integral del trabajo del Grupo Banco Mundial. Por ese motivo, nuestros números son de acceso público, incluida la cifra récord de USD 31 700 millones en financiamiento climático que otorgamos el ejercicio pasado a los países en desarrollo para solventar actividades de adaptación y mitigación. De este monto, alrededor de USD 13 500 millones se destinaron a los países más pobres del mundo, USD 12 900 millones se centraron en la adaptación y USD 5200 millones se otorgaron en forma de donaciones plenas.
También estamos elaborando nuevos estudios de diagnóstico a nivel nacional a través de nuestros informes sobre el clima y el desarrollo de los países, que reúnen datos y análisis novedosos y más exhaustivos, y en los que se identifican las necesidades, los desafíos y las medidas prioritarias de cada país. Recientemente publicamos los informes correspondientes a 15 países, entre ellos, China, Nepal, Rwanda, el Grupo de los Cinco del Sahel, Turquía y Vietnam. En las próximas semanas se darán a conocer muchos más.
Los avances en la lucha contra el cambio climático no tienen por qué seguir siendo poco precisos. La implementación de medidas concretas para mejorar la transparencia del financiamiento climático es una manera sencilla de acercar nuestros objetivos a la realidad y de asegurarnos de que los sectores pobres y vulnerables no continúen soportando los efectos más perniciosos del cambio climático.
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