Quedan unos 1.000 días antes de que se cumpla el plazo para alcanzar los actuales objetivos de desarrollo del milenio (ODM), que expira en diciembre de 2015. El tiempo sigue pasando, tanto para maximizar el avance en las metas y propósitos existentes como para asegurar que el próximo conjunto de objetivos mantenga e impulse los éxitos logrados por los actuales ODM.
Aunque hay grandes variaciones dentro y entre los países, está claro que se ha progresado extraordinariamente a nivel general en los últimos 15 años. Los avances en materia de salud han sido especialmente importantes, como señala una reciente columna de opinión (i) de Keith Hansen del Banco Mundial y otros autores, que fue publicada en The Lancet. La disminución de la mortalidad infantil de casi 12 millones al año en 1990 a menos de 7 millones en 2011 es solo un ejemplo de cómo una meta clara, convincente y medible puede motivar a una acción compartida con miras a obtener un resultado específico.
En la Fundación Bill y Melinda Gates, creemos que la agenda inconclusa de los ODM de acabar con la pobreza extrema aún debe ser nuestra primera prioridad después de 2015. Pensamos que la principal finalidad de acordar metas posteriores a dicho año, debe ser ampliar este programa mediante objetivos actualizados, con plazos establecidos, medibles y ambiciosos pero alcanzables.
Veo dos temas en los debates posteriores a 2015 que podrían dispersar el poder de los ODM. Uno de ellos es el impulso a ampliar drásticamente el programa de los objetivos, lo que pone en peligro el consenso y diluye el foco en un conjunto limitado de prioridades conjuntas. El otro es un pedido de objetivos y metas visionarias como “poner fin a las muertes evitables”, que, aunque loable, no hay ninguna esperanza de lograrlos para 2030.
Los ODM representaron un nuevo tipo de compromiso mundial ya que propusieron catalizar el progreso y la acción global para conseguir resultados concretos en un periodo de tiempo limitado. No eran castillos en el aire, aspiraciones y metas imprecisas que los Estados miembros de las Naciones Unidas (ONU) eran propensos a aceptar demasiado a menudo en el pasado. Los ODM eran concretos y a nivel mundial, posibles de lograr en gran medida y, por ende, los Gobiernos se sentían responsables de su consecución. Unos objetivos puramente visionarios hubieran sido mucho más fáciles de ignorar, y de hecho lo han sido durante décadas.
En la reciente consulta de alto nivel sobre la salud y el programa posterior a 2015 en Botswana, argumenté (i) que debemos establecer objetivos ambiciosos pero técnicamente viables para lograr resultados en este sector. Por ejemplo, un análisis realizado por el Institute for Health Metrics and Evaluation (Instituto de Mediciones y Evaluación de la Salud) indica que para volver a aplicar el actual objetivo de reducción de la tasa de mortalidad materna del 75% para 2030 se requerirá que los países alcancen un resultado igual o mayor al 95% de los países en desarrollo que han logrado el mayor éxito en la última década. Este tipo de meta es probablemente imposible de alcanzar para los países que tienen las condiciones iniciales más difíciles, como la alta carga de VIH en los países de África al sur del Sahara. Solo el mantenimiento de las actuales tasas de reducción llevaría a una cifra más cercana a una disminución del 50% de la mortalidad materna. Si ponemos en práctica estrategias de aumento basadas en causas locales de mortalidad materna e intervenciones de alto impacto, una meta ambiciosa pero alcanzable podría estar en un rango de descenso de dos tercios.
El análisis de la mortalidad infantil realizado por el Grupo de Referencia en Epidemiología de la Salud Infantil indica cifras similares, es decir, que una reducción de dos tercios de la mortalidad infantil para 2030 sería ambiciosa pero posible con posterioridad a 2015. Un buen paso siguiente para actualizar el ODM 6 sería establecer objetivos específicos para la reducción de las tasas de mortalidad o incidencia del VIH, el paludismo y la tuberculosis. Estas cifras son ilustrativas y claramente requieren un análisis técnico mucho más profundo y consultas, pero presentan un punto de partida de lo que debería ser una aproximación significativa a un nuevo conjunto de ODM en este ámbito. Lo más importante es que los objetivos sean ambiciosos pero posibles, y que proporcionen un punto de referencia claro para el éxito o el fracaso.
Algunos cambios están claramente justificados por la experiencia con el proceso de los actuales ODM. Por un lado, aunque las metas y objetivos mundiales son y deben ser el foco de este proceso, los objetivos también pueden ser personalizados a nivel nacional. El proceso de los ODM también tendió a no beneficiar a los grupos más marginados y excluidos de cada país. Llegar a ellos no será posible sin el desglose de los datos y el desempeño, que muchos países actualmente no pueden hacer. El Banco Mundial tiene la oportunidad de jugar un papel crucial en este caso mediante la inversión en mejoras en la recopilación de datos y los sistemas de medición. Además, podría respaldar el desarrollo de otras funciones básicas de salud pública y los bienes públicos, como los sistemas de registro civil para inscribir con precisión los nacimientos y las causas de muerte, y los sistemas nacionales de vigilancia para rastrear brotes de enfermedades.
Con todas sus limitaciones, el último conjunto de ODM proporcionó un marco claro de orientación para los donantes y los Gobiernos de los países en desarrollo para que todos aunáramos esfuerzos en pos de los resultados acordados. En el sector de la salud, vemos la evidencia en millones de niños y familias más saludables en todo el mundo. Si los objetivos se vuelven demasiado amplios o visionarios, corremos el riesgo de perder los elementos que hicieron que funcionen. Con el establecimiento inteligente de objetivos y el enfoque correcto, podemos garantizar que los próximos 15 años serán testigos de avances aún más impresionantes en la lucha contra la pobreza en todo el mundo.
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