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Hagamos un trato para crear ciudades resilientes

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Jiangxi (China), 1 de julio de 2017: En China oriental, la ciudad de Jiujiang se vio afectada por intensas lluvias y muchas zonas urbanas resultaron inundadas. Los vehículos quedaron a merced de las aguas y los ciudadanos se abrían paso por los peligrosos caminos anegados.
Jiangxi (China), 1 de julio de 2017: En China oriental, la ciudad de Jiujiang se vio afectada por intensas lluvias y muchas zonas urbanas resultaron inundadas. Los vehículos quedaron a merced de las aguas y los ciudadanos se abrían paso por los peligrosos caminos anegados.
 


Por primera vez en la historia, viven más personas en las ciudades (i) que en las zonas rurales. Si bien las ciudades representan la promesa de un futuro mejor, la realidad es que muchas de ellas no están a la altura de las expectativas. Con demasiada frecuencia carecen de los recursos para proporcionar incluso los servicios más básicos a sus habitantes y no pueden brindar a los ciudadanos protección eficaz contra los embates de los desastres naturales ni del cambio climático.

Esto se relaciona en gran medida con la falta de infraestructura adecuada contra el impacto de las inundaciones, el aumento del nivel del mar, los deslizamientos de tierra o los terremotos. La mayoría de las ciudades necesita mayor protección contra las inundaciones, viviendas mejor construidas y una planificación más adecuada del uso de la tierra.  Pero incluso cuando las ciudades saben lo que deben hacer para ser más resilientes, con mucha frecuencia no tienen acceso al financiamiento necesario para lograr esa meta.

Se estima que a nivel mundial se necesitarán inversiones de más de USD 4 billones por año en infraestructura urbana tan solo para seguir el ritmo de crecimiento económico previsto y se necesitará USD 1 billón adicional para lograr que dicha infraestructura sea resiliente con respecto al clima. Resulta evidente que el sector público por sí solo, incluidas las instituciones financieras de desarrollo como el Banco Mundial, no podrá generar esos montos, ni mucho menos.

A menos que encontremos formas eficaces de incluir al sector privado en este cálculo, el sueño de un futuro resiliente para nuestras ciudades seguirá siendo inalcanzable.

El Programa de Ciudades Resilientes, (i) que el Banco Mundial y el Fondo Mundial para la Reducción de los Desastres y la Recuperación (i) acaban de poner en marcha, se centra precisamente en la cuestión de cómo movilizar capital privado de la mejor manera posible para fortalecer la resiliencia de las ciudades. A principios de noviembre este programa organizó por primera vez la Conferencia sobre Soluciones Financieras Integrales en pos de la Resiliencia de las Ciudades, (i) que reunió a delegaciones de alto nivel provenientes de 26 ciudades con asesores financieros y expertos del sector privado. El objetivo de esta serie de conferencias era conectar las ciudades con posibles asociados financieros, desarrollar y mejorar las oportunidades de inversión existentes, y explorar distintas estructuras operativas que podrían hacer que la participación del sector privado sea más atractiva.

Los inversionistas privados están preparados para apostar a un futuro más resiliente, siempre que el perfil de riesgo y el rendimiento de la oportunidad de inversión sea adecuado. Al mismo tiempo, las propias ciudades poseen una gran cantidad de activos que pueden aprovecharse para lograr que las inversiones sean rentables e interesantes para los inversionistas. A través del programa se busca:

  • crear el ecosistema adecuado para atraer inversionistas y dirigentes locales;
  • fortalecer la capacidad de las propias ciudades para preparar y estructurar transacciones que permitan al sector privado involucrarse y beneficiarse con el aumento de la resiliencia de las ciudades.
 
Pensemos en los espacios costeros descuidados (i) o en las antiguas zonas industriales de cualquier ciudad: lo que parece tierra poco rentable y mal aprovechada puede transformarse fácilmente en un recurso valioso (i) para atraer inversiones. En ocasiones, no se necesita más que un esfuerzo limitado, aunque contundente, del sector público para impulsar el desarrollo, por ejemplo, limpiando el río o construyendo un parque. Estas inversiones públicas hacen que aumente el precio de la tierra mientras los ciudadanos se benefician con el acceso a tierras previamente inundadas o aprovechan los nuevos espacios públicos creados para el esparcimiento y los deportes.

El aprovechamiento de este nuevo valor generado influye de manera decisiva en la capacidad que tiene una ciudad para financiar las mejoras necesarias en infraestructura. Los Gobiernos de las ciudades pueden capitalizarlo calculando los aumentos del valor de la tierra que probablemente beneficiarán a los residentes y los desarrolladores privados, y recuperar este valor mediante la tributación focalizada u otros mecanismos. En el marco del programa se brinda asesoramiento a dichos Gobiernos sobre la forma más adecuada de proceder. Mientras las ciudades tengan la capacidad de cosechar los beneficios de las inversiones en infraestructura pública y los aumentos del valor de la tierra, pueden orientar las obras de modo tal que sean resilientes y respondan al interés público. Esto puede crear un círculo virtuoso capaz de transformar una ciudad.

Las ciudades se han convertido en el eje central de las medidas para enfrentar el cambio climático tanto en lo que se refiere a la reducción de las emisiones de carbono como a la adaptación a los impactos de dicho fenómeno. Las decisiones que las ciudades adoptan para ser más sostenibles, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y fomentar la resiliencia al clima a nivel local tendrán efectos decisivos en el futuro de nuestro planeta.  Sin embargo, para fortalecer la sostenibilidad y la resiliencia de las ciudades se necesitarán importantes inversiones y la solución es que exista una coalición eficaz entre el sector público y el privado.


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Autores

Carina Lakovits

Especialista en desarrollo urbano

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