Hace poco tiempo visité Dadaab, la tercera ciudad más grande y de más rápido crecimiento de Kenya, cuya población aumentó de 250.000 habitantes hace unos años a más de 400.000 en la actualidad.
Dadaab no es una ciudad común del país. La mayoría de sus residentes no son kenianos sino somalíes que viven en un conjunto de campos de refugiados que pueblan la pequeña ciudad de Kenya que existía hace 20 años.
Los primeros residentes de los campos buscaron refugio de las luchas que convirtieron a Somalia en un Estado fallido.
Los más de 1.000 refugiados que llegan ahora todos los días buscan protegerse del cambio climático, la peor sequía de la región en 60 años y la hambruna que esta provoca.
Me encontré con un grupo de refugiados en un centro de acogida en el campamento Dagahaley. Habían dejado todo en Somalia y habían caminado cientos de kilómetros a través de un paisaje seco e implacable, en una búsqueda desesperada por encontrar comida, agua y refugio en Kenya.
Los más jóvenes y los ancianos estaban en muy malas condiciones. Algunos ya habían pasado una semana en Dadaab, viviendo de la bondad de los demás, demasiado cansados para resolver su situación. Ahora esperaban pacientemente que los registraran y les dieran su primera ración de alimentos.
Mirando alrededor, pude imaginar su probable futuro. Los refugiados que habían llegado antes estaban cocinando, sentados o hablando en torno a los puntos de abastecimiento de agua, o en las bajas carpas blancas del ACNUR que eran ahora su "hogar".
Otros que habían llegado antes, también asentados fuera de los campos formales, estaban construyendo refugios improvisados, excavando letrinas de pozo, recogiendo leña, o plantando ramas secas para cercar sus escasas pertenencias.
Los primeros en llegar estaban mejor instalados y vivían en casas con techo de hojalata y complejos habitacionales vallados que fueron asignados formalmente, no lejos de la calle principal de kioscos, tiendas y edificios comunitarios y administrativos que le dan a cada campo el aspecto de un pequeño pueblo.
Los campamentos de Ifo, Dagahaley y Hagadera estaban llenos -desbordados- y el Gobierno aún no había abierto la ampliación de Ifo o Kambioos, a pesar de que esta ya contaba con caminos, torres de agua y edificios administrativos.
Reconociendo la magnitud del problema, el Gobierno la abrió una semana después y se comprometió a hacer lo mismo con la de Kambioos en noviembre.
Pude percibir que, en pocos años, estos campamentos también estarán llenos de somalíes, viviendo vidas de semipermanencia en "campamentos" en un país extranjero.
Al igual que un grupo de campamentos ya establecido, Dadaab está bien organizado y relativamente bien provisto.
El número de organismos presentes es impresionante: el ACNUR, por supuesto, pero también UNICEF, OMS, PNUD, Care, Save the Children, Médicos sin Fronteras, Consejo Noruego de Refugiados, Federación Luterana Mundial, por nombrar algunos.
Las personas a menudo arriban en condiciones muy precarias, pero cuando llegan, muchas organizaciones están disponibles para ayudarlas a satisfacer sus necesidades básicas.
Aún así, el reciente aluvión de recién llegados de Somalia excede la capacidad actual, sometiendo al medio ambiente a demasiada presión y aumentando las tensiones con las comunidades de acogida de Kenya, que también están sufriendo el impacto de la sequía, pero que no reciben el mismo nivel de atención.
El Premio Nobel Amartya Sen señaló una vez que las sequías son un fenómeno natural, pero las hambrunas son causadas por el hombre.
En Kenya, hoy en día, muchos están trabajando duro para evitar que la sequía lleve a la hambruna. Cerca de 3,5 millones de personas que viven en las zonas áridas, pobres y escasamente pobladas del noreste del país, donde se encuentra Dadaab, ya padecen inseguridad alimentaria.
Sin embargo, el Gobierno y sus asociados en el desarrollo están respondiendo mediante la duplicación de la distribución de alimentos, el transporte de agua, el tratamiento y selección del ganado, el suministro de suplementos nutricionales, y la ampliación de los programas de comedores escolares, que son una tabla de salvación para muchos de los niños más pobres. Estos esfuerzos están manteniendo a raya a la hambruna.
Por el contrario, el conflicto está impidiendo la asistencia en Somalia centromeridional, donde las personas ya están experimentando hambre, siendo los más afectados los ancianos y los niños.
Algunos todavía tienen fuerza suficiente como para caminar hasta Dadaab u otros campos de refugiados en Etiopía. Muchos ya no la tienen.
El Banco Mundial no es un organismo humanitario, pero estamos haciendo nuestro aporte. Con fondos fiduciarios, estamos proporcionando apoyo relacionado con los medios de subsistencia a los somalíes que viven en el epicentro de la sequía, ayudando a más somalíes a hacerle frente en su casa.
En Kenya, hemos aumentado la preparación para la sequía creando sistemas de alerta temprana, mejorando el acceso a agua y alimento para el ganado, y apoyando la agricultura resistente a la sequía.
Hoy en día estamos respaldando un aumento de las transferencias en efectivo a los hogares vulnerables y reasignando fondos para atender las necesidades de emergencia de medicamentos esenciales y de planes y equipos para aliviar la sequía.
Además, para fortalecer la respuesta a mediano y largo plazo de Kenya a esta problemática, estamos colaborando con el Gobierno para mejorar las redes de protección social, salvaguardar la seguridad del abastecimiento de agua en determinadas zonas con escasez de este elemento, y mejorar la productividad agrícola y las técnicas de riego para ayudar a los agricultores a adaptarse al cambio climático. La mejor respuesta a la sequía es generalmente la que se da antes de que comience la crisis.
Visitando Dadaab, recordé a los refugiados sudaneses que se fueron de Etiopía en la década de 1990, después de la caída del régimen de Mengistu, y que caminaron 1.000 kilómetros a través de su tierra natal hacia el noroeste de Kenya.
En los primeros días de los campamentos de Lokichokio y Kakuma, la organización era desordenada, el abastecimiento de agua y alimentos era precario, y los refugios tenían formas caprichosas en el mejor de los casos.
Grandes cantidades de niños y adultos jóvenes pasaron de refugiados a desplazados internos en un año plagado de hambre, agotador, confuso y aterrador, acosados allí donde buscaban refugio y bombardeados en sus casas.
Nunca me olvidaré de la desesperación y la desesperanza en sus ojos, mientras enfrentaban un futuro incierto y poco prometedor.
Espero que algunos hayan tenido la suerte de presenciar el nacimiento de su nuevo país, Sudán del Sur, el 9 de julio. Espero que ahora hayan recuperado un futuro y reconstruido sus vidas.
Tal vez estos nuevos refugiados somalíes en Dadaab puedan también algún día abrirse camino de regreso hacia un futuro más próspero en su propio país.
Únase a la conversación