Es el dilema de desarrollo de nuestra era. Las personas extremadamente pobres no pueden salir de la pobreza si no tienen acceso a energía confiable. Más de 1000 millones de habitantes carecen de electricidad hoy en día, lo cual los priva de una amplia gama de oportunidades que van desde gestionar una empresa, contar con luz eléctrica para que sus hijos puedan estudiar hasta incluso cocinar comidas con facilidad.
Para poner fin a la pobreza se requiere enfrentar el cambio climático, (i) que afecta a todos los países y a todas las personas. Las poblaciones que tienen menos capacidad para adaptarse —o sea, los más pobres y vulnerables— serán las que más sufrirán, haciendo retroceder décadas de trabajo en materia de desarrollo.
¿Cómo logramos los dos objetivos de aumentar la producción energética para aquellos que no tienen acceso a energía y reducir drásticamente las emisiones de fuentes, como el carbón, que producen dióxido de carbono, el principal elemento que contribuye al cambio climático?
No existe una respuesta única y no podemos pedirles a las comunidades pobres que renuncien al acceso a energía porque el mundo desarrollado ya ha contaminado mucho el aire con carbono.
Diversos programas y políticas, respaldados con nuevas tecnologías e ideas, pueden —si se combinan con apoyo financiero y voluntad política— ayudar a las poblaciones pobres a conseguir la energía que necesitan, al tiempo que se acelera la transición hacia un futuro con cero emisiones netas de carbono en todo el mundo.
El fin de los subsidios a los combustibles fósiles
El Grupo Banco Mundial hace hincapié en cinco áreas clave: construir ciudades resilientes y con bajo nivel de emisiones de carbono; (i) impulsar la agricultura inteligente en relación con el clima; (i) acelerar la eficiencia energética y las inversiones en energías renovables, incluida la energía hidroeléctrica; apoyar la tarea encaminada a eliminar los subsidios a los combustibles fósiles, y desarrollar mecanismos de fijación del precio del carbono para aumentar el costo de las emisiones.
Un enfoque de este tipo depende de la desvinculación del crecimiento económico y las emisiones de carbono. Tenemos que mantener el crecimiento de las economías para lograr que la prosperidad sea compartida por todos, pero también necesitamos disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Estamos observando ciertos cambios: los países están reemplazando los combustibles fósiles por energías renovables, haciendo grandes inversiones, por ejemplo, en conocidas formas como energía hidroeléctrica, geotérmica, solar y eólica.
Entre 2010 y 2012, la aceptación de las energías renovables modernas aumentó en 4 % (i) a nivel mundial. Asia oriental tomó la iniciativa, siendo responsable del 42 % de la nueva generación de energías renovables.
En países como Bangladesh (i) y Mongolia, (i) la energía solar a pequeña escala está cambiando considerablemente las condiciones de vida de los pobres, quienes pueden iluminar sus hogares con sistemas solares de bajo costo. Como parte de la estrategia de desarrollo sostenible impulsada por el Gobierno, más de 3,5 millones de sistemas dolares domésticos (i) han sido instalados en las zonas rurales de Bangladesh, creando 70 000 empleos directos.
En el caso del continente africano, Marruecos es un buen ejemplo. El país fijó como meta que el 42 % de la capacidad eléctrica total provenga de energías renovables a más tardar en 2020. Además, recientemente, creó un organismo dedicado a la energía solar, y trabaja en el desarrollo de una “superred” que integre la energía solar, eólica e hidroeléctrica y la biomasa.
En Marruecos, (i) las inversiones en energías renovables aumentaron de US$297 millones en 2012 a US$1800 millones en 2013, debido en parte a la reducción de los subsidios a los combustibles sólidos.
Desde una perspectiva de las inversiones, una atención mundial en la generación de energía libre de carbono o con bajo nivel de emisiones de carbono también significa que seguir contaminando tendrá un mayor costo. Nos estamos quedando sin espacio para determinar qué cantidad de carbono podemos emitir a la atmósfera, de modo que cada tonelada emitida está empezando a ser más cara.
En la actualidad, alrededor de 40 países y más de 20 ciudades, estados y provincias aplican o planifican el uso de algún mecanismo de fijación del precio del carbono para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Estas iniciativas, en total, se valoran en casi US$50 000 millones.
Cada vez más, estamos oyendo a empresas que solicitan mecanismos de fijación del precio del carbono e inversiones en fuentes de energía limpia.
Los bonos verdes están también aumentando. Un nuevo informe indica que el Banco Mundial (BIRF) (i) ha emitido 100 bonos verdes en 18 monedas, recaudando el equivalente a US$8400 millones. Las inversiones se destinan en los países a lograr un crecimiento con bajos niveles de emisiones de carbono y con capacidad de adaptación al cambio climático. Se estima que dos proyectos de eficiencia energética en China, respaldados por bonos verdes, permitirán reducir 12,6 millones de toneladas de dióxido de carbono anualmente, lo que equivale a retirar 2,7 millones de automóviles de las calles cada año.
Nuestra entidad dedicada al sector privado, la Corporación Financiera Internacional (IFC), ha emitido, hasta la fecha, un total de US$3900 millones en bonos verdes. El Banco e IFC fueron pioneros en este tipo de mercado, el cual tiene ahora un valor aproximado de US$38 000 millones.
Y a medida que nos acercamos a la conferencia sobre el cambio climático, que se realizará en París en diciembre, estamos viendo señales claras que el debate en los pasillos de los Gobiernos se ha reorientado desde las oficinas de los ministros del medio ambiente que advierten acerca del cambio climático hacia las oficinas de los ministros de finanzas que evalúan el probable precio de abordar y adaptarse al cambio climático.
Sabemos que el costo de la inacción es mucho mayor. Ya enfrentamos la certeza del aumento de los niveles de los océanos, los cambios en los patrones meterológicos y las migraciones humanas resultantes, todo ello con pérdidas de billones de dólares y potencialmente cientos de miles de vidas.
El aumento de fenómenos meteorológicos extremos –como sequías, tormentas e incendios forestales– está ya causando un elevado costo. La contaminación tiene un impacto negativo en la salud de las personas así como pone presión en las arcas públicas.
Los Gobiernos de los países desarrollados y en rápido proceso de desarrollo necesitan aumentar la eficiencia de sus economías y sus sistemas energéticos y desacostumbrarse a las prácticas del pasado. Al mismo tiempo, tenemos que ampliar el acceso a energía para las poblaciones más pobres del mundo y hacer eso de la manera más limpia posible.
Este momento representa una oportunidad para el mundo en desarrollo. El desafío es lograr que las economías sean más competitivas sin generar emisiones de carbono. Mantegamos la vista puesta en el precio.
Rachel Kyte
Vicepresidenta y enviada especial para el Cambio Climático del Grupo Banco Mundial
www.worldbank.org/climate (i)
Twitter: @rkyte365
Esta publicación apareció originalmente en The Guardian. (i)
Únase a la conversación