Hasta ahora, 2016 ha sido un año pleno de desafíos e incertidumbre. El crecimiento económico mundial es débil, los precios de las materias primas siguen bajos y el comercio internacional no se recupera. De hecho, votantes de todo el mundo están cuestionando viejas creencias en torno al libre mercado, mientras líderes populistas explotan esos temores proponiendo políticas divisorias y prometiendo soluciones fáciles a problemas complejos. Frente a esta realidad, parecería que mantenerse a flote fuera ya una hazaña notable para cualquier país.
Sin embargo, para poder avanzar en la lucha contra la pobreza y reactivar la economía, generando así oportunidades para todos, los países deben hacer mucho más todavía. Tienen que llevar a cabo reformas necesarias y muchas veces difíciles, hacer concesiones, y, sobre todo, mantener centrada su atención en lo que es mejor a largo plazo para la mayoría.
Argentina es un buen ejemplo. Como resultado de la caída en el precio de las materias primas y su exposición a los vientos adversos en el mundo, el país enfrenta enormes desafíos. Sin embargo, en vez de encerrarse en sí misma y proteger intereses creados, Argentina se reincorpora al resto del mundo, sentando las bases para el crecimiento futuro y una mejor vida para todos, sin eludir las decisiones difíciles.
Argentina recuperó el acceso a los mercados financieros internacionales resolviendo su disputa con los acreedores que no aceptaron los canjes previos. También unificó su tipo de cambio, estableciendo metas para reducir su déficit público en los próximos años. Más aún, comenzó a dar los pasos necesarios para convertirse en un miembro de la OCDE y pronto liderará el G20, el grupo de las 20 economías más grandes del mundo. Celebramos el retorno de Argentina a la escena internacional.
Para conservar y profundizar las conquistas sociales logradas por el país durante el auge de las materias primas, el gobierno ha anunciado metas ambiciosas para la reducción de la pobreza, y ha logrado importantes avances en pos de una mayor transparencia y rendición de cuentas. Sin embargo, como muchos nuevos gobiernos que quieren cambiar el statu quo en tiempos de dificultades económicas, Argentina enfrenta decisiones complejas. Reducir los costosos subsidios energéticos y de transporte -que en general benefician más a las familias acomodadas que a las más vulnerables- es difícil, pero en última instancia redunda en recursos que pueden ser utilizados de manera más efectiva para luchar contra la pobreza o en programas de generación de empleo.
Sin embargo, y como ocurre muchas veces, los beneficios de estas reformas tardan en materializarse, mientras que sus costos son inmediatos.
Conozco el dilema que suponen las altas expectativas y la escasez de opciones desde la época en que mi país, Indonesia, realizó su transición a la democracia. Enfrentamos desafíos abrumadores y un escepticismo tremendo, pero demostramos que podíamos hacer mucho para ayudar a nuestro país a dar un salto adelante.
Entre las muchas lecciones que aprendimos estuvo que la transparencia es una gran aliada, haciendo que los cambios se manifiesten de manera formal, explicando y publicitando las leyes nuevas o las reformas de manera muy amplia. También aprendimos que la nueva dirigencia debe anticipar y administrar los contratiempos. Las personas quieren cambios, pero los quieren de inmediato.
Durante la crisis financiera internacional de 2008, cuando era ministra, no siempre tuvimos el lujo de lograr los mejores resultados. Tuvimos que llegar a acuerdos y aceptar el mejor resultado posible, sabiendo que el éxito de nuestras reformas podría no sentirse en meses, mientras que el sentimiento popular podía cambiar en cualquier momento. Aun así, es crucial seguir comprometido con ayudar a las personas a salir de la pobreza, evitando que vuelvan a caer en ella. Es lo moralmente correcto y económicamente inteligente.
El Banco Mundial está apoyando este tipo de esfuerzos. De cara a un espacio fiscal limitado, muchos países alrededor del mundo nos piden que apoyemos reformas tendientes a estimular el crecimiento, reforzar las redes de protección social y proteger a los pobres.
Hace apenas unos días, el Banco Mundial aprobó la ampliación de la Asignación Universal por Hijo en Argentina. Un millón y medio más de niños, muchos de ellos pobres y vulnerables, recibirán un apoyo adicional a través de esta inversión de u$s 600 millones. Este tipo de programa ayudará a aquellos que más lo necesitan. Asimismo, estamos trabajando con el país para mejorar las ciudades, en especial las villas y asentamientos informales: aumentar la participación de la energía renovable; proporcionar acceso a financiamiento a largo plazo para pequeñas y medianas empresas; y hacer más transparentes y eficientes los servicios públicos.
Estas son inversiones importantes para el futuro de Argentina. Los reveses son normales y necesitamos armarnos de paciencia. Sin embargo, una vez implementadas correctamente, Argentina se convertirá en un socio clave a la hora de alcanzar el objetivo mundial de erradicar la pobreza extrema en todo el mundo para el año 2030, promoviendo la prosperidad para todos.
Este artículo fue publicado originalmente en El Cronista.
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