Cuando era adolescente, fui de excursión a los Alpes franceses. Al llegar a la cumbre, la vista era magnífica. Parecía una postal: el sol brillaba sobre la nieve bajo un cielo despejado y azul.
“Es una de las escenas más hermosas que he visto en mi vida”, pensé y se lo dije a nuestro guía, quien era también un monje.
“Tú sabes que eso no es así”, me corrigió él. “Cada ser humano es más hermoso que esto”.
Fue una lección de vida importante para mí e hizo que me diera cuenta del valor de cada persona.
Actualmente, soy el director gerente y oficial financiero principal del Grupo Banco Mundial. Sé que el mundo de las finanzas puede sufrir perturbaciones altamente destructivas. Lo confirmó la crisis financiera mundial de 2007 y 2008, en que los excesivos préstamos, las riesgosas inversiones y la falta de transparencia ocasionaron importantes apuros a muchas familias en todo el mundo.
Sin embargo, las finanzas también pueden ser una herramienta enormemente poderosa para hacer cosas positivas.
El flujo de capitales para la infraestructura en los mercados emergentes y las economías en desarrollo aumenta la oferta de servicios básicos, lo que trae como resultado un mayor acceso al agua, la electricidad y el saneamiento; mayor cantidad de hospitales, escuelas y carreteras, y fomenta el espíritu emprendedor, el comercio y la prosperidad. Para ayudar a los más necesitados de nuestras comunidades, debemos construir un sistema financiero inclusivo que sea más sólido, que se base en principios y que esté bien gestionado para atraer más recursos.
La magnitud de la pobreza en nuestro mundo del siglo XXI es reprochable: hoy existe una población de más de 7000 millones de habitantes, de los cuales más de 1000 millones todavía viven en la pobreza extrema, con menos de US$1,25 al día. No hay lugar para la negligencia al momento de realizar reformas financieras si el bienestar de tantos está en juego.
Mejorar las vidas de los más pobres del mundo debe ser el motor de nuestra labor en materia de crecimiento y desarrollo. Muchos países están invirtiendo en estrategias de inclusión financiera. Por ejemplo, recientemente viajé a Rwanda, el primer país en África al sur del Sahara en beneficiarse del Marco de Apoyo a la Inclusión Financiera (FISF, por sus siglas en inglés). Este fondo fiduciario de US$2,25 millones —administrado por el Grupo Banco Mundial y financiado por el Gobierno de los Países Bajos— se centrará en mejorar el acceso, el uso y la calidad de los servicios financieros, para aquellos en mayor riesgo en las áreas rurales y en los segmentos de ingreso bajo.
Este tipo de sólidas asociaciones, que incluyen a todas las partes, son cada vez más relevantes si queremos superar los obstáculos a nivel mundial y local que impiden abordar los objetivos de desarrollo a más largo plazo. Los grupos confesionales pueden ser asociados importantes en este esfuerzo al trabajar en terreno con las comunidades y apoyar el movimiento mundial para terminar con la pobreza. Esta semana, el Banco Mundial organizó un evento importante, al que asistieron líderes religiosos de todo el mundo, para analizar cómo podemos aumentar y mejorar la colaboración.
La religión está presente en casi cada faceta del desarrollo y las organizaciones confesionales desempeñan un papel fundamental en la lucha contra la pobreza en su condición de proveedores de servicios y promotores y agentes de cambio. Asociarnos con estos grupos nos permitirá combinar los enfoques técnicos con el poder motivacional de la esperanza.
Publicado por primera vez en LinkedIn.
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