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Los diferentes frentes de batalla sobre las líneas de la pobreza

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Madagascar-mujer-niña-pobreza  © Yosef Hadar / World BankTambién disponible en: English

Durante mucho tiempo, primero como profesor universitario y luego como jefe de asesores económicos del gobierno indio, fui un feliz usuario de los datos que el Banco Mundial publica sobre la pobreza global, para seguimiento de tendencias y análisis comparativo entre países. Rara vez me detenía a pensar en cómo se calculan esas cifras. Hace tres años entré como economista principal al Banco Mundial. Fue como si a un cliente, después de años de ordenar la cena en su restorán favorito, un buen día lo invitaran a ir a la cocina y preparar la comida.

La medición de la pobreza es todo un desafío para el Banco Mundial. Si la pobreza disminuye, los críticos nos acusan de querer mostrar nuestro éxito. Si aumenta, dicen que tratamos de proteger nuestra fuente de trabajo. Y si se mantiene igual, nos acusan de querer evitar las otras dos acusaciones.

Felizmente, hay algo de liberador en saber que a uno lo van a criticar pase lo que pase. Sin embargo, cuando nuestro equipo se disponía a definir la línea global de pobreza para este año (de la que depende la incidencia de la pobreza), yo era muy consciente de la advertencia dada por Angus Deaton, premio Nobel de Economía 2015: “No estoy seguro de que sea buena idea que el Banco Mundial se comprometa tanto con este proyecto”.

Y sabía por qué lo decía: el cálculo de la pobreza para este año era particularmente significativo. En 2011, se habían calculado nuevas cifras de paridad del poder adquisitivo (o PPA, que básicamente son estimaciones de cuánto se puede comprar con un dólar en diferentes países), y los datos se publicaron en 2014. Era un motivo para ponernos a pensar en cómo ajustar la línea global de pobreza, estimar nuevas cifras e incluirlas en nuestro Informe sobre Seguimiento Mundial, (pdf) publicado en octubre.

Otro motivo es que la ONU incluyó la erradicación de la pobreza crónica en sus nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible. Es decir que nuestra decisión respecto de dónde trazar la línea de pobreza probablemente influiría no solo en la misión del Banco Mundial sino en la agenda de desarrollo de la ONU y los países de todo el mundo. Mientras desmenuzábamos los números, sabíamos que teníamos una responsabilidad particular y muy compleja.

Nuestra primera tarea era ver cómo se había determinado la línea de la pobreza antes. En 2005, cuando se calculó la ronda previa de cifras de paridad de poder adquisitivo, el método usado era tomar las líneas de pobreza nacionales de los quince países más pobres, calcular su promedio y usar eso como línea de pobreza global. Esto daba un valor de 1,25 dólares, de modo que se definía como pobre a toda persona cuyo consumo diario, ajustado según la PPA, no llegara a 1,25 dólares.

Este método ha sido cuestionado (y yo mismo tenía mis reservas). Pero en cierto sentido, dónde se trace la línea el primer año no es tan importante. Como no hay una definición única de pobreza, lo que importa es trazar una línea en algún lugar razonable y después mantenerla constante en valores reales (ajustados por la inflación), para poder hacer un seguimiento de la situación del mundo y los diversos países a lo largo del tiempo.

Algunos críticos señalan que la línea de pobreza de 2005 fijada en 1,25 dólares era demasiado baja. Pero lo que debería alarmarlos es que en 2011, un 14,5% de la población mundial (una de cada siete personas) vivía por debajo de ella. Puesto que ya nos hemos comprometido a terminar con la pobreza crónica extrema de aquí a 2030, nuestra primera decisión fue mantener constante la vara de medición de la pobreza.

Entre las dos rondas de cálculo de la PPA, en 2005 y en 2011, hubo inflación, de modo que era obvio que para mantener constante la línea real de pobreza íbamos a tener que subir la línea nominal. Pero esto no es nada fácil cuando se trata del mundo en su conjunto. ¿La inflación de qué país hay que usar?

Así que hicimos dos experimentos: en uno inflacionamos las líneas de pobreza de los 15 países usados en 2005 con sus tasas de inflación respectivas y luego tomamos el promedio; en el otro, hicimos lo mismo con los 101 países para los que teníamos los datos necesarios. Los dos métodos elevaron la línea a 1,88 y 1,90 dólares, respectivamente.

Pero también se podía aplicar un tercer método: subir la línea de pobreza con los nuevos índices de PPA, de modo que la incidencia global de la pobreza se mantuviera igual (ya que es de suponer que la PPA nos informa de la paridad entre países y no debería cambiar el nivel absoluto global de pobreza). Cuando lo hicimos (y ya empezaba a parecer una conjunción extraña de planetas) obtuvimos un valor apenas superior a 1,90 dólares. En resumen, conservando un lugar decimal, los tres métodos daban 1,9. De modo que lo adoptamos como valor de la línea de pobreza.

Pero no siempre tendremos la suerte de poder usar métodos diferentes y llegar a casi el mismo valor. Además, la pobreza puede y debe medirse según muchos otros indicadores que no son monetarios: la expectativa de vida, el nivel educativo alcanzado, la salud y varias otras medidas de “funcionamientos y capacidades” humanas (como las denomina Amartya Sen); todos ellos son importantes. Para encarar estos problemas en el futuro y ampliar la investigación del Banco Mundial sobre pobreza, hemos instituido una Comisión sobre la Pobreza Mundial (i) formada por 24 miembros y presidida por Sir Tony Atkinson, de la Escuela de Economía de Londres y el Nuffield College de Oxford, que presentará su informe en la próxima primavera boreal.

La medición de la pobreza interesa tanto a políticos como a investigadores académicos (y teníamos abundancia de los dos). Estuvimos atentos a la política de la pobreza, pero nos resistimos al cabildeo político. Y aunque tuvimos en cuenta las recomendaciones de los investigadores, usamos nuestro criterio: cuando alguien insistió con que la línea de pobreza debía ser 1,9149 dólares, yo decidí que los últimos tres dígitos eran un poco demasiado.

Traducción: Esteban Flamini

Originalmente esta información se publicó en Project Syndicate


Autores

Kaushik Basu

Former Chief Economist & Senior Vice President of the World Bank

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