De acuerdo con las proyecciones más recientes del Grupo Banco Mundial, la pandemia de COVID-19 (coronavirus) y la crisis económica conexa podrían sumir a entre 71 millones y 100 millones de personas en la pobreza extrema. Para proporcionar apoyo a estas personas de manera eficaz, debemos entender quiénes son, dónde viven y trabajan, y cómo se han visto afectados por la crisis.
A efectos de identificar y trazar un perfil de los nuevos pobres (i), utilizamos los datos de la Base de Datos sobre Seguimiento Mundial, un conjunto armonizado de encuestas de hogares nacionales que se emplea para monitorear la pobreza a nivel mundial y contiene información acerca de diversas cuestiones, entre ellas el gasto per cápita, los datos demográficos de los hogares y los jefes de hogar, las condiciones habitacionales y la ubicación. Con ese fin, comparamos el mundo en 2020 con y sin COVID-19. En el gráfico 1 se muestra cómo funciona este proceso. Antes de la COVID-19, las proyecciones indicaban que la pobreza disminuiría, mientras que ahora indican que aumentará. Los nuevos pobres son, por lo tanto, una combinación de i) aquellos que hubieran salido de la pobreza si no hubiese estallado la pandemia pero que, según las proyecciones actuales, seguirán siendo pobres (área B) y ii) los que las proyecciones indican que caerán en la pobreza debido a la COVID-19 (área A). En la práctica, utilizamos las proyecciones del crecimiento del producto interno bruto (PIB) publicadas en las Perspectivas económicas mundiales de enero 2020 y en las Perspectivas económicas mundiales de junio de 2020 (escenario de referencia), respectivamente, para elaborar perfiles de pobreza para 110 países, con y sin COVID-19, usando la Base de Datos sobre Seguimiento Mundial, y luego combinamos esta información en un perfil mundial de los nuevos pobres.
Gráfico 1. Identificación de los nuevos pobres a nivel nacional
Probablemente, muchos de los nuevos pobres vivirán en ciudades. A raíz de las estrictas medidas de contención sanitaria, una gran proporción de la actividad económica se paralizó en las zonas urbanas, dejando a muchas personas pobres y vulnerables sin medios para ganarse la vida, casi de la noche a la mañana. En consonancia con este dato, el perfil sugiere que el 30 % de los nuevos pobres del mundo residirá en zonas urbanas, en comparación con el 20 % de los pobres existentes.
Dado que los pobres existentes suelen estar concentrados en zonas rurales, es probable que el perfil de los nuevos pobres sea muy diferente. La probabilidad de que los adultos en edad laboral que forman parte de los nuevos pobres trabajen fuera del sector agrícola es mayor que en el caso de los pobres existentes (el 44 % frente al 32 % de todas las personas con empleo), y las mayores diferencias en los patrones de empleo se registran en los sectores de manufacturas (el 7,3 % frente al 4,7 %) y de construcción (el 6,0 % frente al 2,8 %). También es más probable que los nuevos pobres trabajen como empleados asalariados (el 30,7 % frente al 17,0 % de todas las personas con empleo) y menos probable que sean trabajadores independientes (el 39,7 % frente al 45,6 %) o en una empresa familiar (el 20,3 % frente al 27,4 %) en comparación con los trabajadores pobres existentes. Por último, dadas las diferencias promedio en los niveles educativos entre las zonas rurales y las urbanas, tal vez no sea sorprendente que la proporción de adultos en edad de laborar que al menos han recibido algún grado de educación secundaria o terciaria sea mayor entre los nuevos pobres que entre los pobres existentes.
Esto no implica, sin embargo, que las zonas rurales no se verán afectadas. Con el tiempo, en estas zonas, que para empezar suelen ser más pobres, es probable que se registre un deterioro en las condiciones de vida, incluso entre los pobres existentes. Puesto que las limitaciones de movilidad inciden, cada vez más, en las actividades agrícolas y no agrícolas y en el acceso a los mercados en las zonas rurales, existe la posibilidad de que los pobres de esas zonas sufran importantes pérdidas de ingresos. Muchas comunidades rurales también enfrentan enormes desafíos para incorporar a los numerosos migrantes que regresan al hogar en un contexto de acceso limitado a alimentos y suministros. Estos acontecimientos, en conjunto, contribuirán a profundizar y ampliar la pobreza rural. También explican por qué, a pesar del sesgo urbano señalado previamente, es posible que una proporción significativa de los nuevos pobres trabaje en el sector agrícola (el 56,6 % de todas las personas con empleo) o en una empresa familiar (el 20,3 %), trabajos que, en ambos casos, son comunes en zonas rurales y están vinculados a niveles más altos de vulnerabilidad a la pobreza.
Para elaborar el perfil de los nuevos pobres del mundo, suponemos que el crecimiento del PIB se divide en forma neutral entre los niveles de la distribución de los ingresos, o que se registra la misma tasa de variación en los ingresos o el consumo de todos los hogares de un país. Esta suposición es necesaria debido a la falta de información actualizada sobre las variaciones reales en los ingresos y el consumo en los países en desarrollo, pero también es un supuesto fuerte que podría afectar los resultados del ejercicio. Afortunadamente, los ejercicios de simulación basados en parámetros y en información sobre los impactos económicos específicos de cada país y dirigidos a evaluar la pobreza potencial y los impactos distributivos de la COVID-19 producen resultados (cualitativos) muy similares. Por ejemplo, los resultados de la simulación para Bangladesh, Brasil, México, Nigeria y Sudáfrica confirman que la mayoría de los nuevos pobres residirá en zonas urbanas. También indican que, probablemente, un número desproporcionado de nuevos pobres trabajará fuera del sector agrícola (por ejemplo, en las manufacturas, la construcción y el comercio mayorista y minorista en Sudáfrica; en los servicios en Nigeria [PDF, en inglés] e Indonesia), y como trabajadores independientes o asalariados (por ejemplo, en Perú). Lo mismo es válido en el caso de los datos que están surgiendo de las encuestas de vigilancia de alta frecuencia (i) de los impactos de la COVID-19 en los hogares (i). En Etiopía (i), por ejemplo, el 60,5 % de los hogares urbanos señala que ha sufrido una pérdida de ingresos debido a la COVID-19, en comparación con el 51,6 % de los hogares rurales. Las cifras comparables para Mongolia (i) y Uzbekistán (i) son: el 81 % (hogares urbanos) frente al 19 % (hogares rurales) y el 46 % (hogares urbanos) frente al 37 % (hogares rurales), respectivamente.
Para proteger a los hogares de los impactos de la COVID-19 será necesario implementar políticas y programas dirigidos tanto a los pobres existentes como a los nuevos pobres. En vista de las diferencias entre esos grupos, una respuesta eficaz debe incluir la adaptación de los programas de redes de protección social diseñados para proporcionar apoyo a ambos grupos a través del uso de mecanismos innovadores de focalización y prestación, así como una recuperación económica que beneficie a los trabajadores del sector informal tanto en las zonas rurales como en las urbanas.
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