Los bosques de mi infancia son altos, con árboles grandes aferrándose a las laderas montañosas.
Mi hermana y yo pasábamos las dos primeras semanas de nuestras vacaciones de verano en unos campamentos en las montañas de Albania. Conseguir un lugar en un campamento era un codiciado “lujo”, pero mi hermana y yo éramos afortunadas, porque mi mamá era una de las chaperonas oficiales. Ella nos despertaba a las 5 de la mañana para caminar en el bosque antes de que todos los demás se levantaran. Tengo que decir que como una niña de 5 años no valoraba el paisaje. Era demasiado temprano y, de todos modos, ¡a quién le importaban los pájaros y los zorros! (Sin embargo, una vez vimos una ardilla roja que saltó de las ramas de un árbol, y debo admitir que ¡eso fue genial!).
No obstante, los bosques de las montañas aún ocupan un lugar mágico en mi imaginación. Los cuentos de los hermanos Grimm casi siempre ocurren en bosques llenos de extrañas criaturas; en lugares en que pululan plantas y animales que ejercen el poder del bien y del mal. Los seres humanos han reconocido hace tiempo la identidad dual del bosque; es un lugar de peligros y cautela, pero también es un sitio de posibilidades y maravillas. Como para mis amigos rusos, quienes cuentan que recolectaban bayas y setas en los magníficos bosques de Rusia para complementar las exiguas raciones durante la era soviética.
Ahora, vivimos en un mundo de grandes ciudades y muchos de nosotros hemos perdido la conexión directa con el bosque. Pero este sigue siendo más mágico que nunca.
Las montañas proveen gran parte del suministro de agua en el mundo. Sus bosques suministran madera como fuente de energía y como material para obras de infraestructura. Los bosques continúan siendo el origen de nuevos descubrimientos médicos. El clima y las emisiones de carbono (y su reducción) están estrechamente relacionados con el bosque. Los bosques son vitales para mantener, preservar y renovar las masas continentales, los recursos hídricos, y la diversidad de la flora y la fauna.
Y, por suerte, todavía existen personas que conocen muy bien el bosque y a las cuales les interesa mucho. El bosque constituye el hogar de millones de pueblos indígenas en el mundo. Recordé esta conexión al mirar la entrevista de mi colega Pabsy Pabalan a Myrna Cunningham, una líder indígena del grupo étnico de los misquitos de Nicaragua. Myrna es una famosa defensora de los derechos indígenas, y además profesora y doctora. Sin embargo, ella dice que es primero y, ante todo, una hija del bosque.
Myrna contó la historia del rey Niki-Niki, quien perdió a su hijo en el bosque. Mientras lo buscaba llorando de manera desconsolada, Niki-Niki esparció semillas en el suelo con la esperanza que su hijo pudiera comer. Sus lágrimas se convirtieron en el río Coco y sus semillas se convirtieron en el bosque que lo rodea. Como Myrna dice: “Para los pueblos indígenas el bosque es el área de reproducción cultural. El bosque es la zona donde sacamos nuestros alimentos, pero también es el área donde viven los espíritus. Es el área de reproducción espiritual”.
Myrna ha dedicado su vida a luchar por una mejor educación, mejores condiciones de vida para las mujeres, una mejor salud y también por los derechos de los pueblos indígenas de ser custodios de sus bosques. El conocimiento de ellos es esencial para mitigar los estragos del cambio climático. Y su pasión por el bosque y su energía son contagiosas. Al escuchar el llamado a la acción de Myrna recordé la cita de Joseph Campbell: “Necesitamos mitos, que no identificarán al individuo con su grupo local sino con el planeta”.
Y como Myrna dice, lo primero que podemos hacer es escuchar a las personas que viven en el bosque.
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