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Poniéndonos en los zapatos de las mujeres: experiencias de un proyecto de desarrollo comunitario rural en Bolivia

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Recuerdo una visita de un proyecto financiado por el Banco en una comunidad rural de Bolivia. Una entusiasta mujer Quechua me comentaba muy orgullosa que estaba a punto de hacer el viaje de tres horas a Sucre con su “wawa” (bebé) para obtener las tres cotizaciones que ella necesitaba para la compra de alambre para los cercos comunitarios. Ella estaba participando en una de las 600 inversiones diseñadas para ayudar a las comunidades rurales de Bolivia a salir de la pobreza, en el marco del proyecto de Inversión Comunitaria en Áreas Rurales (PICAR) del Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras.

“Tú sólo tienes una wawa, o no?”, pregunté. Ella respondió: “Bueno, éste es el menor de seis hijos; los otros se quedarán en casa. Mi hija de 10 años va a ocuparse de los más chicos. Mi marido está trabajando en el Chapare, cosechando hojas de coca. Él sólo viene a la casa ocasionalmente”.

Después de conversar con ella yo tenía sentimientos encontrados. Por una parte, estaba preocupado que nuestro proyecto, con amplio contenido de género, estaba pidiéndole demasiado y podría estar afectando a sus hijos de alguna forma. Por otra parte, me daba cuenta que el proyecto le estaba dando la oportunidad única de participar en tareas históricamente llevadas a cabo por los hombres.

Sin duda que nuestros esfuerzos por promover la transversalización de género no van a ser exitosos al menos que nos sumerjamos en el mundo real que las mujeres viven día a día. Para diseñar y poner en marcha estrategias que ayuden a las mujeres a ejercer sus derechos y salir de la pobreza, necesitamos entender sus miedos, aspiraciones, limitantes, potenciales, dudas y creencias. Necesitamos entender los límites que cada contexto sociocultural impone a las mujeres, de lo contrario muchos intentos bien intencionados de empoderar a las mujeres nos sólo podrían fallar si no también tener efectos negativos.     

¿Por qué es tan vital entender en profundidad los contextos socioculturales de las mujeres que participan en nuestros programas y proyectos de desarrollo? Aquí hay tres lecciones que he aprendido del proyecto de desarrollo comunitario en Bolivia.

Primero, para conseguir que las mujeres participen y contribuyan, es necesario proveerles un espacio seguro para actuar. En línea con el principio de equidad de género, el proyecto originalmente requirió que cada comunidad designara una mujer y un hombre para un comité que estaría a cargo de obtener ofertas, negociar con proveedores y se ocuparía de otros asuntos administrativos. Esto generó tensión ya que algunos maridos comenzaron a entorpecer el trabajo del comité al prohibir a sus esposas salir de la comunidad en compañía de otros hombres. En algunos casos, mujeres miembros de comités fueron amenazadas. Para abordar este problema, el proyecto tuvo que hacer menos rígida la norma de tal modo que las mujeres pudiesen participar cuando no se expusieran a duras críticas por parte de la comunidad o violencia doméstica.

Segundo, se debe dar a las mujeres la oportunidad de manejar los recursos financieros, aun cuando no tienen experiencia. A pesar que uno de los propósitos del proyecto es favorecer la participación de las mujeres en la gestión de los recursos financieros de la comunidad, históricamente ésta ha sido una tarea de los hombres. Muchas mujeres fueron dejando el proyecto al sentirse sobrepasadas por las complicaciones de los temas administrativos, como mantener registros de los gastos, escribir cheques (a menudo teniendo que practicar la firma múltiples veces hasta poder repetir dos veces la misma firma), recibiendo y evaluando cotizaciones, entre otros. Para contrarrestar esto, el proyecto ha intensificado el apoyo administrativo y la capacitación para asegurar que las mujeres desarrollen la capacidad y la confianza para manejar las finanzas con éxito.

Y tercero, hay que alivianar la carga diaria que tienen las mujeres. Originalmente, el proyecto pretendía promover inversiones productivas bajo el supuesto que muchas mujeres querrían partir con algún negocio y generar ingresos adicionales. Sin embargo, no ocurrió así. La mayoría de las mujeres ha preferido inversiones que les ayuden a alimentar a sus hijos y a reducir el tiempo que destinan diariamente a las tareas domésticas. Por ejemplo, construir cercos o instalar bombas de agua les ahorra cientos de horas que, de lo contrario, las mujeres dedicarían a ir tras el ganado o a acarrear agua. Por ello, los proyectos de desarrollo deberían ser lo suficientemente flexibles para responder a las aspiraciones y necesidades reales de las mujeres, aun cuando las inversiones no tengan un efecto inmediato en el ingreso del hogar.

Las tres lecciones han resultado del choque entre intentos bien intencionados de promover equidad de género y la realidad en el campo en algunas áreas Quechuas.

Sólo vamos a ser capaces de alcanzar nuestro ambicioso objetivo de erradicar la pobreza extrema y promover la prosperidad compartida hasta el 2030, si apoyamos y empoderamos a las mujeres rurales de una manera efectiva. Ellas juegan un rol clave en muchas áreas importantes, desde la educación hasta la agricultura y la nutrición, y deberíamos hacer todo lo posible por adaptar nuestras estrategias de género a los desafíos de las mujeres en cada contexto sociocultural específico. Para ello, necesitamos, primero, ponernos en los zapatos de las mujeres.
 
Para más información acerca del Proyecto de Inversión Comunitaria en Áreas Rurales (PICAR) en Bolivia, ir a alguno de los siguientes links:
http://www.bancomundial.org/projects/P107137/community-investment-rural-areas?lang=es
http://www.empoderar.gob.bo/


Photo credit: Francisco Obreque


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