En los últimos años, he centrado mi trabajo en comprender las causas y las consecuencias del delito y la violencia, el modo en que estos problemas inciden en la acumulación de capital humano y las posibles intervenciones para abordar estos comportamientos. Cuando Jen Doleac me entrevistó hace un par de años en el podcast Probable Causation (i), me preguntó cómo llegué a dedicarme a este campo. Le conté que mi interés derivaba de haber sido testigo directo del modo en que los adolescentes de mi país natal, El Salvador, enfrentaban peligros a diario y cómo esto les impedía acumular capital humano. Mis observaciones personales han sido ampliamente confirmadas por una serie de pruebas. Una vez que terminen la escuela y salgan a las calles, es probable que estos jóvenes vulnerables sean reclutados por pandillas y se perpetúe el círculo vicioso de violencia y muerte.
Un enfoque específico para abordar la exposición a comportamientos violentos entre los jóvenes o la participación en ellos han sido los programas para después de clase (PDC) destinados a adolescentes . Este tipo de intervenciones se implementan en las instalaciones escolares después del día de clase y suelen incluir tareas relacionadas con el aprendizaje y actividades extracurriculares (deportes, artes, liderazgo, etc.). En general, las evidencias sobre los efectos de los PDC corresponden principalmente a datos de países desarrollados (como en Durlak y otros, 2011 [i]). Las pruebas obtenidas en los países en desarrollo todavía son escasas y se centran en mejorar el desempeño académico en lugar de modificar el comportamiento y las habilidades socioemocionales, que puede decirse que son igualmente (o más) importantes para los estudiantes de comunidades muy violentas.
¿Por qué se deben implementar los PDC? Porque prestan al menos tres servicios importantes. En primer lugar, pueden proteger a los niños, manteniéndolos ocupados en un momento en que, de otro modo, podrían no estar supervisados y expuestos a riesgos externos; así se previene la victimización y el comportamiento delictivo. En segundo lugar, cuando estos programas incluyen un plan de estudios específico para fomentar las habilidades socioemocionales y ayudar a los estudiantes a controlar la impulsividad, constituyen una fuente alternativa de aprendizaje y desarrollo socioemocional. En tercer lugar, los adultos que dirigen y apoyan estos programas sirven como modelos para los participantes. Otros beneficios pueden ser la interacción positiva con los pares y la adquisición de nuevas habilidades a través de las actividades extracurriculares.
El primer PDC que evalué se implementó en El Salvador en 2016 a través de una alianza con la organización no gubernamental (ONG) Glasswing International, la mayor organización que ofrece PDC en escuelas de América Central. Diseñamos un experimento para examinar varias cuestiones. Primero, ¿cómo inciden los PDC en los comportamientos violentos de los estudiantes, en sus actitudes hacia la escuela y el aprendizaje y en el desempeño académico? Segundo, ¿la autorregulación emocional es un mecanismo (Dinarte-Díaz y Egana-delSol (2022) [i])? Tercero, utilizando la misma intervención y el mismo diseño experimental, ¿de qué manera la composición de los grupos puede maximizar la eficacia de un PDC en el mismo conjunto de resultados (Dinarte-Díaz (2020) [i])? Es decir, ¿la participación en un PDC con una composición específica de pares (en términos de propensión a la violencia) causa mayores impactos?
Para responder simultáneamente estas preguntas, diseñé un experimento de seguimiento por violencia (similar al de Duflo, Dupas y Kremer, 2011 [i]). Para comenzar, distribuí los alumnos al azar en tres grupos: i) participación en el PDC con un grupo de pares con distintas propensiones a la violencia (grupos heterogéneos), ii) participación en el PDC con un grupo de pares con similar propensión a la violencia (grupos homogéneos) y iii) un grupo de comparación. Luego, clasifiqué a los estudiantes del grupo ii); aquellos con propensión a la violencia se asignaron a un grupo homogéneo de violencia alta y los demás, a un grupo homogéneo de baja violencia. Para responder la primera pregunta, comparé los alumnos de los grupos i) y ii) con los del grupo iii). Para responder la segunda pregunta, comparé el grupo i) con el grupo ii).
A fin de llevar a la práctica este diseño experimental, necesitaba una medida de violencia. Desafortunadamente, como han señalado los investigadores que trabajan en entornos violentos, es difícil recopilar datos de alta calidad en estos contextos. En El Salvador, una preocupación por la recopilación de datos sobre la violencia de base era que no podíamos garantizar la confidencialidad de esa información personal (por ejemplo, las autoridades locales o las pandillas podrían obligar a los investigadores o a la ONG a revelar información que identificara a cada niño), poniendo en riesgo no solo la intervención sino también —lo más importante— la seguridad de los niños. Para evitar esos problemas, calculé un modelo predictivo de violencia a partir de los datos existentes y de las características sociodemográficas de los participantes.
En Dinarte-Díaz y Egana-delSol (2022) (i), mi coautor y yo observamos que la intervención redujo las conductas indebidas y otros comportamientos violentos en la escuela entre 0,22 y 0,14 de una desviación estándar, respectivamente. El programa también ayudó a disminuir el número de ausencias (lo que puede considerarse un factor de protección) en un 28 %. Si bien el programa no se focalizaba explícitamente en el aprendizaje académico, la mejora del entorno de aula y la reducción del número de ausencias también pueden haber incidido indirectamente en las notas de los estudiantes. De hecho, observamos que los participantes del PDC mejoraron sus calificaciones académicas en 0,15 de una desviación estándar. Los mecanismos que analizamos aquí son la automaticidad, es decir, la probabilidad de responder a las situaciones de manera automática y sin deliberación, y el control de los impulsos. Utilizando registros cerebrales de los estudiantes medidos a través de electroencefalogramas y una configuración de laboratorio en el campo, mostramos que los participantes de los PDC se volvieron más tranquilos y serenos emocional y conductualmente en comparación con el grupo de control.
En términos de efectos entre pares, en Dinarte-Díaz (2020) (i), demuestro que los efectos del PDC en los principales resultados fueron mayores cuando los estudiantes participaban con un conjunto más diverso de pares. Es interesante señalar que esto se confirmó no solo en el caso de los grupos menos violentos, sino también en los de los pares más violentos. Los resultados se corresponden con la hipótesis de que los estudiantes de grupos heterogéneos están expuestos tanto a comportamientos positivos que deben emular como a comportamientos negativos que deben rechazar. Este tipo de interacciones estaba disponible en menor medida para los estudiantes del grupo homogéneo. De conformidad con estos resultados principales, también observo que los estudiantes asignados a grupos homogéneos tenían niveles de estrés mayores que los estudiantes ubicados en un entorno heterogéneo.
En general, los resultados presentan implicancias prometedoras que deberán abordarse en los debates de políticas públicas sobre intervenciones para reducir la violencia dentro de las escuelas e, indirectamente, para mejorar los resultados académicos. Las evidencias son pertinentes para los sistemas educativos de los países en desarrollo que carecen de los recursos necesarios para proporcionar una educación de calidad, pero que pueden ofrecer programas para después de la escuela a bajo costo.
Por supuesto, hay otras cuestiones relacionadas con la reproducción o la ampliación de los PDC. Por ejemplo, ¿cuál es el componente más importante: la protección o el aprendizaje socioemocional? ¿Qué función desempeñan los tutores y cómo inciden en los efectos? ¿Es importante el tipo de plan de estudios? ¿Qué clase de plan de estudios es más pertinente: una intervención ligera, basada en la psicología, o una totalmente intensiva? En Dinarte-Díaz, Egana-DelSol y Martínez (2022) (i), analizamos algunas de estas cuestiones en el contexto de América Central. Proporcionaré más información sobre los resultados en futuras publicaciones de blogs.
Esta obra se enriqueció con nuestro trabajo de laboratorio en el campo, que incluyó herramientas novedosas como electroencefalogramas, juegos de tareas en tabletas y otras actividades. En futuros blogs, ahondaré más en el modo en que formulamos e implementamos estos componentes, ¡así que estén atentos!
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