En la víspera del Día Mundial del Agua (22 de marzo), hay algunas buenas noticias sobre la salud pública que no están relacionadas con la atención médica de los “enfermos”, sino con una inversión importante para la salud y productividad de las personas y que promete una mejor calidad de vida, especialmente para los pobres.
El Informe 2012 del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y de la Organización Mundial de la Salud (OMS) titulado Progresos sobre el agua potable y saneamiento dice que, a fines de 2010, el 89% de la población mundial, o sea 6.100 millones de personas, utilizaba fuentes de agua potable mejoradas. Esto significa que el objetivo de desarrollo del milenio (ODM) conexo se ha cumplido mucho antes de la fecha límite de 2015. El documento también prevé que para ese año, el 92% de las personas tendrá acceso a fuentes de agua potable de calidad.
Sin embargo, la noticia no tan buena es que solo el 63% del mundo ha experimentado avances en el acceso al saneamiento y se prevé que esta cifra aumentará solamente al 67% para 2015, muy por debajo de la meta del 75% fijada por los ODM. En la actualidad, 2.500 millones de personas carecen de sistemas de saneamiento en buenas condiciones. El informe también destaca el hecho de que los números a nivel mundial ocultan grandes disparidades entre regiones y países, y dentro de los propios países (por ejemplo, solo el 61% de las personas de África al sur del Sahara tiene acceso a agua potable).
¿Deben importarles estas noticias a las personas que no son ingenieros sanitarios pero que se ocupan de la salud pública, como en mi caso?
La respuesta es un sí rotundo, ya que tener mejores sistemas de agua y saneamiento es un complemento necesario para los servicios de atención primaria de salud y las acciones específicas en materia de nutrición para reducir las muertes y los efectos de la mala salud en los barrios marginales rurales y urbanos donde se aglomeran los pobres. La falta de agua potable segura, la insuficiente disponibilidad de agua para la higiene y la falta de acceso a servicios de saneamiento son responsables del 88% de las muertes por enfermedades diarreicas, es decir, más de 1,5 millones de los 1,9 millones de niños menores de 5 años que fallecen de diarrea cada año. Esto equivale a cerca del 20% de todos los decesos de menores de esa edad y significa que más de 5.000 niños mueren cada día como consecuencia de dichas dolencias.
El dilema para la comunidad internacional es simple: ¿Vamos a esperar para tratar a los niños enfermos en clínicas de salud renovadas ofreciéndoles tratamiento farmacológico y manteniéndolos en costosas camas de hospital, o deberíamos encauzar los escasos recursos a la construcción de sistemas sostenibles de agua potable y saneamiento que eviten que los niños se enfermen?
Mientras trabajaba en zonas rurales elevadas de los Andes en mi país natal, Ecuador, vi cómo un mejor acceso a agua potable y saneamiento por sí solo podía reducir significativamente la morbilidad relacionada con la diarrea en combinación con una mayor conciencia de la higiene y el uso de letrinas, la eliminación segura de las heces y el lavado de las manos. Además, la vacunación regular y los controles básicos de salud y una nutrición adecuada, especialmente para tratar las deficiencias de hierro, yodo y vitamina A de los niños, ayudan a eliminar gran parte de la carga de enfermedades infecciosas.
Aunque debemos alegrarnos por la buena noticia en el Día Mundial del Agua 2012, también es necesario prestar atención al ejemplo de John Snow, uno de los pilares de la salud pública moderna, que a mediados del siglo XIX logró demostrar que la eliminación de las bombas que suministraban agua contaminada controlaba las epidemias de cólera que eran comunes en Londres en ese tiempo. Mediante la aplicación de nuestros conocimientos de salud pública acerca de cómo las infecciones se difunden y extienden dentro de las comunidades, se podría producir un impacto importante y duradero, trabajando junto con los colegas de los sectores de abastecimiento de agua y saneamiento para enfrentar la fuente de estas enfermedades, en lugar de tratar solamente sus síntomas.
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