Desde enero de 2020 hasta hace poco, la COVID-19 predominó en los titulares internacionales y en nuestros pensamientos. La región de Europa y Asia central se vio gravemente afectada por la pandemia, y enfrenta una de las tasas de mortalidad excesiva más altas en el mundo (i). A medida que empezamos a dejar de usar mascarillas y reunirnos más con otras personas, deberíamos reflexionar sobre las ramificaciones de la COVID-19 y sobre cómo estamos ayudando a los más vulnerables de Europa y Asia central a abordar las pérdidas de capital humano provocadas por la pandemia.
En un nuevo informe mundial titulado Collapse & Recovery: How COVID-19 Erosiond Human Capital and What to Do About It (i) (Colapso y recuperación: Cómo la COVID‑19 erosionó el capital humano y qué hacer al respecto) se indica que la pandemia generó un enorme retroceso en el capital humano de las personas menores de 25 años, esto es la generación que conformará la mayoría de la fuerza laboral en 2050. Millones de niños perdieron el acceso a atención médica y sufrieron más estrés en los lugares donde eran cuidados. Los niveles más altos de orfandad, violencia doméstica y nutrición deficiente condujeron a una disminución de la preparación escolar y el desarrollo socioemocional. En varios países, los niños en edad preescolar sufrieron pérdidas en el aprendizaje temprano en las áreas de lenguaje, alfabetización y matemáticas. Los cierres de las escuelas y la educación a distancia ineficaz hicieron que los estudiantes no aprendieran y olvidaran lo que habían aprendido. En muchos países, además, una cuarta parte de todos los jóvenes no asistieron a la escuela, no estaban trabajando ni recibieron capacitación profesional en 2021.
Muchas de estas tendencias devastadoras también han afectado a la región de Europa y Asia central. Los datos recopilados por Patrinos, Vegas y Carter-Rau (i) muestran una clara relación entre los cierres de escuelas y las pérdidas de aprendizaje que, en muchos países de Europa y Asia central, se tradujeron en hasta un año de enseñanza, una cifra equivalente al 8 % de sus ingresos a lo largo de la vida.
Además, los datos ocultan pérdidas de aprendizaje aún más dramáticas entre los niños de familias de bajos ingresos, muchos de los cuales enfrentaban entornos de aprendizaje desalentadores en el hogar. Los impactos en la salud aún no se han documentado por completo en la región, pero los elevados casos de postergación de tratamientos para más adelante y un menor uso de los servicios sanitarios (i) apuntan a un deterioro del estado de salud, especialmente en el caso de las personas que padecen enfermedades no transmisibles.
Y si bien la pandemia ha causado daños duraderos al capital humano de las personas, la región tuvo que enfrentar rápidamente una nueva ola de crisis de gran magnitud. La invasión de Rusia a Ucrania, las consiguientes crisis de energía, alimentos e inflación, y ahora el terremoto en Türkiye exigen medidas inmediatas.
Sin embargo, no debemos olvidar los impactos prolongados que la COVID-19 y las nuevas crisis están teniendo en el capital humano. Incluso antes de la pandemia, el capital humano estaba estancado en muchos países de Europa y Asia central, especialmente en comparación con regiones de rápido crecimiento como Asia oriental y el Pacífico. Si no se adoptan medidas, el lento pero constante deterioro del capital humano de las personas —en particular el de los jóvenes— causará un considerable detrimento a la capacidad de los países para crecer y prosperar.
Afortunadamente, se puede hacer mucho para ayudar a los jóvenes a cerrar las brechas de capital humano que los afectan, y la experiencia de la Unión Europea proporciona enseñanzas valiosas. La respuesta a la COVID-19 en Dinamarca (i) y Francia (i), por ejemplo, muestra que con la implementación de evaluaciones del aprendizaje para identificar a los estudiantes rezagados y las posteriores intervenciones se pueden mitigar las pérdidas de aprendizaje. Además, en un informe del Banco Mundial sobre el desarrollo humano en la región de Europa y Asia central, que se publicará próximamente, se señala que la resiliencia y el desarrollo a largo plazo son complementarios: los sistemas que prestan servicios de mejor calidad en épocas normales tienen, en gran medida, mayor capacidad de respuesta a las crisis. Muchas reformas, con pequeños matices, pueden por ende respaldar tanto los resultados de desarrollo a largo plazo como una mayor resiliencia de los sistemas de desarrollo humano.
De cara al futuro, tendremos que lograr un equilibrio entre aumentar la resiliencia de los países, ayudarlos a abordar las crisis recurrentes y respaldar su desarrollo a largo plazo. Al hacer eso, debemos recordar que las crisis suelen durar mucho más que sus causas iniciales. Si trabajamos para subsanar las deficiencias en el capital humano provocadas por las crisis, podemos afectar positivamente la prosperidad de nuestros jóvenes y de las economías en las que viven durante las próximas generaciones.
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